Publicidad

Holanda: Dilema sobre la reconstrucción de un campo de concentración nazi

¿Se debe reconstruir una barraca que servía de prisión en el Kamp Westerbork y que, desde décadas, se utiliza como establo de porcinos? Los administradores de este antiguo recinto de concentración nazi en Drenthe no están convencidos, pero los visitantes desean ver una parte original del lugar. ¿Cómo enfrentar el pasado reciente?


«Cuando llegué aquí tenía doce años. Fue terrible, el temor constante. No recuerdo muy bien cómo era entonces, pero recuerdo el barro y, al otro lado del alambre de púas, los arbustos y los brezales en flor,» comenta Carla Josephus Jitta, uno de los más de cien mil prisioneros que permanecieron en la cárcel nazi de Kamp Westerbork durante la Segunda Guerra Mundial. «Todavía me parece ver los brezales, y ahora crece la hierba y hermosos árboles. Es completamente diferente. Parece increíble que haya estado allí.»



Los presos de Westerbork eran principalmente judíos, gitanos sinti y roma, así como hombres y mujeres de la resistencia. Tras un breve período en el campamento, eran transportados a los campos de exterminio en Alemania. Nadie sabía cuándo su nombre figuraría en la lista de transportes; de allí el terror de la joven Carla y los demás prisioneros.



El campo de prisioneros nazi en Drenthe, Kamp Westerbork, ha cambiado tanto que es irreconocible. El lugar donde decenas de miles de judíos fueron encerrados es ahora un espacio verde con algunos árboles; un tranquilo parque con monumentos en honor a las víctimas: 107.000 prisioneros fueron transportados desde Westerbork, sólo cinco mil lo sobrevivieron.



«Ahora estamos en campo abierto, con algunos árboles dispersos, pero la orilla arbolada del bosque marca el límite del campamento. Se podría reconocer el cuadrilátero del campamento, y por supuesto, el trayecto de las vías ferroviarias. Era el así llamado ‘Boulevard de las Miserias.’



Espacio abierto



Anne Bitterberg, del centro de conmemoración ‘Herinneringscentrum Kamp Westerbork’, recuerda que, en el período más activo, a fines de 1942 y comienzos de 1943, no menos de veinte mil prisioneros compartían este lugar. El campo de concentración se encontraba en un espacio abierto en el bosque de apenas 500 por 500 metros. «No había ninguna privacidad en absoluto», relatan los ex prisioneros.



Al concluir la guerra, el campo fue utilizado para alojar a indonesios de las Molucas y, en 1970, fue demolido completamente, tras lo cual, en el mismo año, se levantó el primer monumento. Sólo en 1983 se construyó el museo, y más tarde se pudo observar en el terreno la ubicación de los barracones y las vías por las que transitaban los trenes que transportaban prisioneros a Alemania.



Simbolismo



«A menudo, los visitantes desean ver lugares que conservan algo original de la época», cuenta Anne Bitterberg. Es evidente que algunas personas consideran insuficiente el simbolismo del lugar con los monumentos, junto con el museo un poco más alejado. La antigua residencia del comandante del campamento está vacía desde hace poco. Los administradores del Monumento Nacional estarían interesados en adquirirla y, algo muy necesario, repararla.



El destino ulterior de la vivienda es motivo de discusión, pues se considera inadecuado reproducir la lujosa vida del comandante en un lugar donde quedan pocas huellas del sufrimiento de cientos de miles de prisioneros.



Más difícil aún es la cuestión de la recuperación de la única barraca de prisioneros que aún queda, y que fue adquirida en 1970 por un productor agrícola que, desde entonces, la utiliza como establo para sus cerdos. «Ésas son las tablas de la antigua barraca, pero tras haber sido utilizadas por más de 30 años como establo porcino, ya no se puede hablar de ‘la barraca’, porque ya no queda prácticamente nada del edificio original», explica Anne Bitterberg.



El centro de Conmemoración quiere comprar los establos para conservarlos. «Más adelante podemos decidir sobre el destino que le daríamos», dice.



Dilema



El productor agrícola sólo está dispuesto a vender los establos por una suma que le permita construir nuevos, es decir, centenares de miles de euros. Todo ese dinero, no obstante, no alcanza para eliminar de la madera el hedor de 30 generaciones de porcinos. La ex prisionera Carla Josephus Jitta considera inaceptable que la antigua barraca regrese al terreno del campo de concentración.



«Hacerlo no agrega nada a la credibilidad. Además, sería inaceptable que, en el futuro, se hicieran bromas sobre el tema. Los nazis nos veían y trataban como si fuéramos bestias. En realidad, se debía haber dejado los edificios intactos, tal como eran en la época, pero no se hizo, y ahora es demasiado tarde.»



Es un dilema, tanto para las personas del Centro de Conmemoración de Westerbork como para el resto de Holanda. ¿Qué hacer con la herencia cultural del traumático período de la Segunda Guerra Mundial? Conservarla y reflexionar sobre ello. Esa es, por el momento, la conclusión.

Publicidad

Tendencias