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El año en el que el Estado Islámico irrumpió en Turquía

El año en el que el Estado Islámico irrumpió en Turquía

Pese a que se podía observar a los yihadistas desde la valla fronteriza turca, el Ejército nunca hizo ademán de intervenir contra ellos y el presidente Recep Tayyip Erdogan se declaró neutral ante lo que calificaba de batalla entre dos grupos terroristas, en alusión a los vínculos que las milicias kurdas de Kobani mantienen con el PKK.


La yihad o guerra santa, que ha acabado por dominar el debate político y militar en la guerra civil siria, cruzó en 2014 las fronteras de este país e irrumpió plenamente en la política nacional de Turquía, debido a la ambigüedad, e incluso tolerancia, del Gobierno hacia los radicales.

Desde que los yihadistas más radicales de la zona establecieron el año pasado el «Estado Islámico de Irak y el Levante» (Siria) bajo la denominación ISIS, reconvertida en Estado Islámico (EI) a finales de junio de este año, la afluencia de combatientes extremistas hacia Siria contaba con Turquía como territorio de paso o de retaguardia, sin que Ankara interviniera para impedirlo.

La oposición acusa al gobierno turco de haber ofrecido incluso respaldo logístico a los yihadistas para mantener su influencia en el sector más religioso opuesto a presidente sirio, Bachar al Asad, extremo que el Ejecutivo siempre ha negado.

El despertar brutal vino el 11 de junio, cuando los yihadistas tomaron Mosul y al día siguiente secuestraron a 49 funcionarios y policías del consulado de Turquía, además de 31 camioneros turcos.

Los conductores fueron liberados tres semanas más tarde, aparentemente por un rescate monetario, pero el secuestro de los diplomáticos se prolongó hasta el 21 de septiembre, cuando fueron liberados gracias a lo que el propio presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, calificó de «regateo político», sin ofrecer más detalles.

Durante los meses de secuestro, Turquía resistió a la presión de Washington para afiliarse a una coalición internacional contra los yihadistas, una actitud que apenas ha cambiado tras la liberación.

Ahora, Ankara exige la imposición de zonas de «exclusión aérea» en Siria, la creación de una «franja segura» para los desplazados y el entrenamiento y armamento de las milicias rebeldes sirias como condiciones para afiliarse a la coalición anti-EI.

Sólo la última de las tres medidas ha empezado a cumplirse en noviembre, con milicianos sirios entrenándose en Anatolia.

Mientras tanto, Erdogan insiste en señalar que, si bien el EI es terrorista, tanto o más lo es el Partido de Trabajadores de Kurdistán (PKK), la guerrilla kurda que proclamó un alto el fuego en marzo de 2013 y se retiró del territorio turco.

La actitud de Erdogan ha debilitado el proceso de negociaciones con el PKK, muy estancado tras 18 meses en los que no se han dado pasos a favor de los derechos culturales de la población kurda, condición de la guerrilla para dejar las armas.

La sensación de que Erdogan sigue considerando enemigos a los ciudadanos kurdos, pero no a los yihadistas, se intensificó tras el ataque del EI a la ciudad de Kobani (Ain al Arab), uno de los tres enclaves kurdos de Siria.

Aunque Turquía abrió su frontera a quienes huían del avance yihadista, impuso enormes restricciones al tránsito hacia Kobani, manteniendo prácticamente un bloqueo contra la ciudad asediada.

Pese a que se podía observar a los yihadistas desde la valla fronteriza turca, el Ejército nunca hizo ademán de intervenir contra ellos y Erdogan se declaró neutral ante lo que calificaba de batalla entre dos grupos terroristas, en alusión a los vínculos que las milicias kurdas de Kobani mantienen con el PKK.

Varios diputados kurdos de Turquía aseguraron, no obstante, que los servicios secretos turcos han apoyado al EI con armas y municiones.

Por añadidura, la Policía turca sigue actuando con contundencia contra el activismo kurdo, pero no interviene contra las redes yihadistas que reclutan a jóvenes turcos en Ankara y Estambul para enviarlos a las filas del Estado Islámico.

En octubre, la tensión entre kurdos de izquierda e islamistas desencadenó revueltas callejeras que causaron casi 40 muertos y produjeron también alguna escaramuza entre el PKK y Ejército, sin que se rompiera el alto el fuego oficial.

Los discursos del presidente, cada vez más teñidos de ideología islamista, y su apoyo a los Hermanos Musulmanes egipcios han contribuido a la sensación de que Erdogan se considera líder de una comunidad islámica mundial, más que de los ciudadanos de Turquía.

Esta postura ha fracturado el país en dos mitades, una a favor de Erdogan, la otra en contra, como se evidenció en las elecciones presidenciales del 10 de agosto, que el hasta entonces primer ministro ganó con el 51 por ciento de los votos.

Socialdemócratas y ultranacionalistas respaldaron a un candidato común contra Erdogan, pero su alianza no pudo convencer a la ciudadanía, mientras que la izquierda kurda ganó en popularidad.

Es la primera vez que el presidente se elige por voto directo, y no en el Parlamento, y Erdogan ha argumentando que ese respaldo popular le autoriza a guiar al Gobierno, una función que hasta ahora no entraba dentro de las atribuciones del jefe del Estado, un cargo no partidista y esencialmente representativo.

El año 2014 concluye con una calma tensa en la que se mantienen todas las fracturas de la sociedad, mientras que el Gobierno prepara las elecciones generales de 2015.

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