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El drama presidencial, desde el regionalismo

La mayor tensión y estupidez nacional es el centralismo.


La polarización y excesivo dramatismo que tuvieron las recientes elecciones presidenciales muestran la faceta más oscura de modelos presidencialistas y centralistas como el chileno.



El poder central del Ejecutivo padece su propia hipertrofia y existe a su vez un engaño de expectativas a la ciudadanía. El poder central -el Presidente, sus ministros e intendentes- no pueden obviamente producir cambios sustantivos en la calidad de vida ni asegurar modelos de crecimiento con mayor igualdad de oportunidades. Las democracias modernas avanzadas son en su totalidad sistemas descentralizados, en que se difunde el poder y hay pacto social desde los territorios.



La ansiedad por el poder en unos, el pánico de perderlo en otros, ha sido la procesión interna en los grupos «activos» de la reñida disputa forzada por crisis, carencias y un binominalismo que da sus frutos a la perfección de los ideólogos.



A la tensión y la polarización hay que sumarle una reflexión de fondo referida al régimen político. Inevitablemente la necesidad de flexibilizar el extremo presidencialismo nacional que hace de S.E. un poder cuasi monárquico (único legislador, nominador de todas las actitudes regionales, poder de veto, dueño del presupuesto único nacional, monopolio de la seguridad ciudadana, las decenas de agencias nacionales con programas de diversa índole y demases).



Con la distancia, podemos releer los debates animados por Oscar Godoy, del Instituto de Ciencia Política de la Universidad Catíolica, y Arturo Valenzuela, de la Universidad de Georgetown, en la coyuntura inicial de la transición (1989-1990), en los que con lucidez ingenua plantearon avanzar hacia un sistema semi-presidencial, lo que llevó a que una comisión en el Senado redactara un informe favorable que quedó archivado en los anaqueles del país de la no-reforma. Se concluía que una de las razones del quiebre democrático fue la falta de flexibilidad del sistema. No hubo cambio y se sigue en la disputa de la Presidencia, que es el asalto al poder total del Ejecutivo (pues el Senado, las grandes empresas, la mayoría de los grandes medios de comunicación y el Ejército ya han sido usados como parte del poder fáctico de la derecha).



Sin embargo, la mayor tensión y estupidez nacional es el centralismo.



Los poderes municipales escapan a su control y monopolio, aunque en Chile administran sólo el 15% de los recursos públicos, agotándolos nada más que en el pago de sus responsabilidades. El poder está en el Estado central y no ha habido acuerdo político ni prioridad en las agendas para modificarlo.



El grupo Los Federales, la Cumbre de las Regiones y otras agrupaciones regionalistas han venido insistiendo en la urgencia de elegir los gobiernos regionales, darle recursos propios y poderes para hacer sus propias políticas de desarrollo.



Las ventajas son obvias y por ello la reforma descentralizadora la han hecho todos los países de desarrollo medio-alto del mundo con la excepción de Chile. Es una lección a la hora de evaluar la actual polarización. Un modelo federal o unitario descentralizado con regiones autónomas ayuda a hacer de cada territorio un espacio de articulación de actores, escuela de ciudadanía y de innovación.



Es clave además para la estabilidad democrática, porque los sectores de oposición o los ex-oficialistas no perderían todo el poder y podrían desde algunas regiones mostrar sus fórmulas e ideas de desarrollo. En lo económico, se insiste desde la experticia internacional, que lo dinamizador son regiones fuertes que hacen sus apuestas productivas, culturales y de intercambio.



En la hora en que la mitad de Chile sufrió la imposibilidad de acceder o mantener el poder central, hay que comprometerse a abrir nuestro sistema y generar mayor horizontalidad: un modelo descentralizado, en que el poder se comparte y se deja a los ciudadanos elegir sus gobiernos regionales.



En Brasil gobierna la centroderecha, pero el Partido de los Trabajadores administra cinco estados. En Argentina ganó la centroizquierda, pero el peronismo seguirá con el gran poder de la provincia de Buenos Aires. No es apocalíptica la elección presidencial y la gente duerme en paz. Nuestro Santiago Metropolitano requiere un gran gobierno electo para superar sus catástrofes que con indolencia no pueden superar los ministerios y el disperso poder municipal.



No hagamos tantos cálculos y si la oposición -la que fuera- gobierna la megaciudad eso es positivo si obliga a plataformas y gestión emprendedoras, en sana competitividad y cooperación con el poder central.



Hay que aprender la elección y liberar los territorios. Como decía Recabarren en su período de socialismo utópico: «Todo poder central genera inevitablemente la dictadura y la corrupción». Las comunidades deben elegir a sus gobiernos y no ser arrastradas por los aciertos o desaciertos del gobierno central de turno. Menos calculadora y más democracia, es el lema.



A desatar el poder de los habitantes de regiones (incluidos, por cierto, los subordinados habitantes de Santiago) y que en Rancagua y la región de O’Higgins nos dejen algún día hacer nuestras propias plataformas y elegir a los nuestros.



Esteban (Teo) Valenzuela es periodista y cientista político; fue alcalde de Rancagua

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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