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Greta Garbo: le relectura de un mito


El 15 de abril se cumplieron diez años de la muerte de una de las grandes divas del cine: Greta Garbo. Entonces venció también el plazo para abrir el más de medio centenar de cartas que la Garbo le envió a la guionista cubana Mercedes de Acosta, quien además de amiga y confidente habría sido su amante. Esta correspondencia, junto con una serie de postales y telegramas, quedó depositada en los archivos del Museo Rosenbach, de Filadelfia, con la codición que debería abrirse una década después de la muerte de la última corresponsal.



La relación entre Garbo y de Acosta se inicia en 1930, cuando la diva filma Anna Christie, su primera película sonora, y se extiende hasta 1960. El rompimiento se produce cuando la cubana revela detalles íntimos de la relación, en un libro autobiográfico. Entonces, hacía ya 20 años que Garbo se había retirado del cine y vivía ocultando su condición de famosa en disfraces, anteojos oscuros e identidades falsas. Sus amigos cuentan que la aterraba que la reconocieran, y seguía manteniendo la reserva que siempre tuvo sobre su vida privada.



Es curioso que uno de sus más minuciosos biógrafos, Robert Payne, no mencione para nada a Mercedes de Acosta. Es que además de biógrafo, Payne es uno de sus adoradores. Concluye su libro La Gran Garbo, diciendo: » En esta época desaforada y corrupta, con dictadores y ejércitos en continuo ajetreo, Garbo llegó como una bendición, recordándonos que existía en el mundo la belleza perfecta». Luego la compara con una diosa señalando que apareció ante nosotros como Atenea ante los griegos o Nefertiti ante los egipcios y que al mirarla se recuerda el rostro de Buda, que tras su serenidad oculta el secretos de la destrucción y creación de los mundos.



Sin duda estas alabanzas excesivas impiden ver una dimensión más humanas de la Garbo.



Terenci Moix, en cambio, había advertido en su libro Historias de Holywood esa condición ambigua de la diva, que aparece con especial relieve en una de sus escenas más memorables. En la película Reina Cristina, ella sale de cacería, vestida de hombre, y entra en una posada, donde bebe codo a codo con los rudos campesinos. Allí conoce al recién llegado embajador español, interpretado por John Gilbert, de quien luego será amante.



Además, en su última película, Ninotshka, de 1939, Garbo hace el papel de una masculina comisaria soviética, que poco a poco se va femenizando, por obra y gracia del amor de un cínico vividor francés, el conde León, que hizo el actor Melvin Douglas.



Me parece que las revelaciones de la faceta lésbica de la personalidad de la Garbo, no derogan su leyenda, sino más bien la enriquecen. Ella encarnó una serie de personajes en los que se manifestaban los grandes enigmas femeninos y creo que uno de los misterios más inquietantes de la mujer está en las complejas relaciones de complicidad, amistad y amor que puede entablar con otras mujeres.



Al terminar este siglo, que tuvo al cine como uno de los grandes creadores de mitos, es hora de revisar estos mitos y releerlos con una perspectiva más abierta y contemporánea. En todo caso creo que convertir a partir de ahora a la Garbo en un símbolo lésbico, en una especie de nueva Safo, sería una simplificación. Ella tuvo también amantes masculinos y la revisión de su biografía y su leyenda deben tolerar estas ambigüedades.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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