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Acerca de quiénes heredarán la tierra

Marcel Claude
Por : Marcel Claude Economista. Candidato presidencial.
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Así como ha sucedido en la historia con muchas otras usurpaciones, la sinrazón de esta falsa contradicción se volvió razonable y auténtica, para mayor gloria de quienes siempre se benefician y para desgracia de las grandes mayorías y de la propia Madre Naturaleza.



Y como siempre ocurre con la retórica apologética, se arguyen los intereses de los más pobres. En este caso es para proseguir el desenfreno productivista a expensas de los recursos marinos, hídricos, minerales, boscosos y del aire necesario para respirar.



Siguiendo la línea argumentativa, reducir de forma drástica la
contaminación significaría recortar significativamente la actividad productiva del planeta, lo cual limitaría el crecimiento económico y condenaría a los más pobres a seguir viviendo en la miseria. Si esto fuera cierto, constituiría una injusticia evidente que los más pobres costearan la salvaguarda de la naturaleza.



Sin embargo, algunos de los innumerables casos de conmoción pública que habitualmente aparecen en la prensa, contradicen de manera contundente este razonamiento. Habría que preguntarle a miles de modestos vecinos de Pudahuel si han recibido, además
de un estero nauseabundo, beneficios de las empresas que aguas arriba todavía contaminan el caudal. O si el Canal El Morro, contaminado por empresas pesqueras, produce algún comentario agradecido de las familias de Talcahuano. Si queda alguna duda, habría que preguntarse quién contaminó con plomo Arica y quiénes
han sido los perjudicados.



Independientemente de la ironía que emerge de esta «generosa preocupación» por la suerte de los desheredados, el absurdo de esta sentencia choca con la evidencia de que la pobreza no es sólo falta de recursos, ni falta de educación, ni falta del derecho a la salud ni a la seguridad social.



La pobreza es todo eso sumado al hecho de vivir en lugares feos y en ambientes despojados, el comer alimentos degradados y beber aguas contaminadas, el tener como paisaje los basurales donde se depositan los desechos que ellos no producen.



¿Y qué hay del crecimiento económico? ¿Quiénes se benefician de los bienes y servicios que produce la sociedad del gran capital? ¿La destrucción de la naturaleza, fruto de la producción a gran escala, es para saciar el hambre de los menesterosos?



En otras palabras, la cuestión es que hay una segunda forma de injusticia social: a la ya tradicional desbalanceada distribución del pan, se debe agregar la injusta distribución de la basura, la contaminación y las aguas servidas. Pero la aparición de la «cuestión ambiental» ha contribuido enormemente a desentrañar
esta otra forma de inequidad.



Los partisanos del ambientalismo neoliberal (Instituto Libertad y Desarrollo y el Centro de Estudios Públicos), han buscado convencernos de que existe una relación virtuosa entre crecimiento económico, bienestar, superación de la pobreza y medio ambiente libre de contaminación.



Los problemas ecológicos y ambientales se explicarían porque todavía no se han asignado los derechos de propiedad pertinentes, porque no se han establecido las relaciones mercantiles obligadas sobre todos los bienes y servicios que presta la naturaleza y porque no hemos alcanzado aún el nivel de ingresos que nos permita enfrentar los dramas del presente.



Sin embargo, no hay una relación estricta entre crecimiento económico y necesidad de preservar la naturaleza, puesto que no todo crecimiento económico genera impactos negativos. Si un país define un tipo de desarrollo centrado en la producción de cultura,
alimentación, educación o salud y no en la producción de armas nucleares, entonces tendremos impactos sobre el medio ambiente bastante menores y fáciles de asimilar.



Pero, si la actividad productiva es intensiva en la producción de basura nuclear, dioxinas y otros males, así como en la depredación de recursos naturales, no habrá progreso alguno capaz de hacer frente a los procesos destructivos que se generan. El crecimiento económico no resuelve nada en sí mismo y el desafío que hoy enfrentamos es de diseño y configuración del modelo de desarrollo.



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Marcel Claude es director ejecutivo de la Fundación Terram.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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