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Modernización del Pequeño Comercio


El pequeño comercio es lo que antiguamente se llamaba el «almacén de la esquina» y no tiene nada, nada, que ver con esos engendros de las ONGs que se llaman «precio justo». Son aquellos que antes ponían «Atendido por su Propio Dueño». Cada vez que había políticas de fomento, crédito o algo a la microempresa, todos tocaban algo – aunque fuera las horas de un asesor- menos el pequeño comercio. En realidad, ni los diseñadores de política ni menos los economistas han entendido nunca al pequeño comerciante. Prefieren pasarlo por pobre y adosarlo a las políticas sociales, pero ni los diseñadores de políticas y menos los planificadores para pobres entienden al pequeño comerciante.

Entonces, ese señor panzón que ha manejado sus cuentas al dedo toda una vida y sabe quien y cuando le roban, decide tomar la iniciativa (emprender, una vez más) y modernizarse. Planifica su imagen corporativa sobre la base del principio «que no se note pobreza», es decir, llena sus estantes de mercadería, harto aceite, hartas latas de conserva, muchos paquetes brillantes de papas fritas y variedades de masitas. El capítulo del manejo de stock colisiona de frente con su estrategia de imagen, pero en estos tiempos ya no basta con pintar la fachada.

Lo de la atención al cliente, que sí suena fuerte en el mundo del management, lo administra, posiblemente, contratando más personal. Pasamos así del tendero mal agestado a unas niñas con delantal de colores corporativos que, claro, contribuyen a la imagen pero colisionan con el capítulo eficiencia en la atención al público del manual de reingeniería para el pequeño comercio.

Las cosas se complican muchísimo más cuando segmenta por productos, o por proveedores, o por tratamiento del producto, o por cualquier otro criterio. El pan queda a un costado, todo el pan, pastillos, dulces muy dulces que no requieren refrigeración y dulces muy cremosos que sí la requieren, todo a un mismo costado. El procedimiento es que el pan fresco y envasado se cobra por peso, más menos, y van todas las señoras con su bolsa en dirección a la caja a pesar el pan, pagan y luego se van. Pero otra cosa es si la señora quiere comprar además jamón y un poco de queso, porque los perecibles que son más caros están al otro costado, y no pueden ser administrados por el cliente, sino que requieren a la niña con delantal corporativo para cortar, pesar y empacar. Pero antes, para lo de cortar, nuestro pequeño comerciante puso un aviso en la cortadora «Cuidado, sus Dedos no tienen Repuesto».

Estoy convencida que si nuestro pequeño comerciante reingenierizado hiciera una encuesta entre sus clientes, aunque fuera de esas que hacen los periodistas de la tele, todos le diríamos que no hay nada más moderno y más chic que el antiguo almacén de la esquina.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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