Publicidad

El Ejército que no fue (II)


La manía de comprar libros viejos abre ventanas insospechadas. Los libros de hoy, viejos mañana, ¿qué emociones provocarán? ¿Qué señas estamos dejando, impresas en páginas que algún día lejano serán leídas por quizás quién?



Hablo de libros de hechos, de historias reales. Este tiempo tan largo, que ya dura treinta años, será visitado y provocará no poco horror. Ese horror hoy tiende a esconderse, y simplemente lo eludimos, avergonzados, porque pocos quieren asumir el horror, a pesar de que sin la constatación del horror nos empequeñecemos, nos hacemos menos seres humanos. Si explicitáramos esa historia reciente del horror, quienes aún siguen aferrados a conceptos como »guerra interna», »excesos individuales», o aquellos que insistieron tanto tiempo con el cuento de los »presuntos desaparecidos» (y entre ellos, tantos colegas de profesión o, mejor dicho, tantos desleales a esta profesión) no merecerían llamarse hombres.



Los personajes de esas historias, que ya están en no pocas páginas, son los expertos en el crimen, las violaciones, la tortura, la brutalidad como método y deleite. En muchos años más serán leídos, de eso no cabe duda.



La semana pasada, en esta columna, divagué sobre el asesinato del matrimonio Prats-Cuthbert, y el sentido simbólico que ello representaba.



Los desaparecidos, la negación de reconocer al adversario muerto, de reconocerlo como adversario y como muerto, es otro recoveco de esos pensamientos. ¿Por qué esa negación? ¿Por vergüenza?
Todos saben o han escuchado de la carta del almirante peruano Miguel Grau a la viuda de Arturo Prat, luego del combate de Iquique, enviándole condolencias, destacando el acto heroico del marino chileno, y ofreciéndole a la »dignísima señora» »mis servicios, consideraciones y respeto».



En un libro viejo encontré la carta de respuesta de Carmela Carvajal de Prat a Grau. No sé cuanto tiene que ver con nuestros años. Simplemente transcribo algunas líneas: »Recibí su fina y estimada carta fechada a bordo del ‘Huáscar’ el 2 de junio del corriente año. En ella, con la hidalguía del caballero antiguo, se digna Ud. acompañarme en mi dolor, deplorando sinceramente la muerte de mi esposo, y tiene la generosidad de enviarme las queridas prendas que se encontraron sobre la persona de mi Arturo, prendas para mí de un valor inestimable por ser, o consagradas por su afecto, como los retrato de familia, o consagradas por su martirio como la espada que lleva su adorado nombre (…)



»… tengo la conciencia que el distinguido jefe que arrostrando innobles pasiones sobreexitadas por la guerra, tiene hoy el valor, cuando aún palpitan los recuerdos de Iquique, de asociarse a mi duelo y de poner muy alto el nombre y la conducta de mi esposo en esa jornada (…)



»… no puedo menos que expresar a Ud. que es altamente consolador, en medio de las calamidades que origina la guerra, presenciar el grandioso despliegue de sentimientos magnánimos y luchas inmortales que hacen revivir en esta América las escenas y los hombres de la epopeya antigua (…)



»Profundamente reconocida por la caballerosidad de su procedimiento hacia mi persona por las nobles palabras con que se digna honrar la memoria de mi esposo, me ofrezco muy respetuosamente de Ud. Atenta y afma. S. S.».



Entonces, pregunto: ¿no será esto, lo vivido, lo no ocurrido, lo negado, lo abyecto, una simple falta de caballerosidad?


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias