ĄPobres Universidades!
Nuestras universidades están amenazadas por la mercantilización y por el tecnocratismo impuesto por el sistema legal que las rige y por la mediocridad burocrática que sin duda proviene del espíritu nacional de la época. Esto ocurre pese a los esfuerzos de autoridades con visión estratégica, la mayor parte de ellas gestoras de universidades nuevas.
La mercantilización absoluta del sistema universitario chileno, no tiene parangón en América Latina y la mayor parte de los países europeos por la magnitud de los aranceles que caen sobre las espaldas de los estudiantes y las exigencias de autofinanciamiento. Esta última situación obliga a las autoridades universitarias a orientar sus esfuerzos de investigación hacia los temas financiados por gobiernos, municipios, empresas o a subordinar la investigación sólo a las exigencias de la docencia.
Esto ahoga esa dimensión de la vida académica, la somete a ritmos de un falso productivismo, entorpece el trabajo interdisciplinario, la formulación de preguntas nuevas que sólo pueden surgir de largas discusiones e interrogatorios. Toda universidad real necesita crear espacios donde la reflexión filosófica, la investigación básica y la creatividad artística puedan desplegarse con libertad temporal y temática.
El problema va más allá de las personas, o dicho de otro modo, involucra a todos los que ocupan cargos de poder. La falta de aportes públicos, no vinculados a la coyuntura o a las necesidades técnicas, obliga a las universidades a prescindir de académicos valiosos Cuando ejercí un puesto de autoridad yo mismo me vi obligado a hacerlo: tuve que cambiar la asignación de un académico prestigioso, disminuyendo sus ingresos, lo que todavía me significa un cargo de conciencia. A veces las autoridades se ven obligadas a discontinuar experiencias interesantes. Por ejemplo, es un desdichado despilfarro la ausencia del ámbito universitario chileno de Nelly Richard y su Programa de Critica Cultural o el cierre del Programa de Bioética que dirigía Sergio Zorrilla.
Otro peligro de este momento es la mediocridad burocrática. Hace unos meses un académico de excepción, Manuel Antonio Garretón, fue superado en la elección de decano de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, por un profesor muy activo en los años de la dictadura y, lo que es mucho más importante, con una obra prácticamente inédita. Este había adquirido, con el paso del tiempo, una fabulosa virtud de la que antaño careció, la de no molestar a nadie. En estos días el historiador Alfredo Jocelyn-Holt ha sido evacuado del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago, acusado de falta de compromiso con esa casa de estudios. ¿Con qué aspecto de ella? Por el momento se ignora.
Este motivo, explicable para expulsar a alguien de una barra de fútbol o de una secta fundamentalista, es considerada por el Rector implicado como motivo legitimo para exonerar a un académico autor de libros muy importantes y que acaba de publicar el primer tomo de una obra histórica que se avizora fundamental.
Quizás la razón de fondo sean las opiniones publicas del citado académico, las cuales pueden haber disgustado a algunos apasionados defensores de alguna causa contra la que Jocelyn-Holt suele salir a luchar, dando mandobles de caballería. Pero esa es una obligación para un académico con vocación pública
El asunto de fondo consiste en que para combatir las miserias del autofinanciamiento, del tecnocratismo y de la mediocridad hay que repensar el sistema universitario entero y reconstruirlo. Sin eso los esfuerzos de unos pocos rectores, decanos o directores por crear ethos académico en sus espacios universitarios, seguirán estrellándose contra las ciegas leyes del mercado o contra las arbitrarias tropelías de los inquisidores.
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