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Contra la discriminación y el racismo


Se ha dado inicio en Durban, Sudáfrica, a la Conferencia Internacional Contra la Discriminación Racial, la xenofobia y diversas formas de intolerancia en el mundo, evento convocado por Naciones Unidas luego de varios años de preparación. Chile fue sede del encuentro sub-regional de las Américas y Caribe, que se realizó en diciembre dpasado en Santiago con la asistencia de unos 500 delegados gubernamentales y más de 1.500 representantes de organizaciones no gubernamentales.



El encuentro de Sudáfrica, inaugurado el viernes por el Secretario General de Naciones Unidas y el Presidente de la nación sudafricana congregará a más de 10.000 delegados gubernamentales de 160 países. No menos de 25.000 observadores de centenares de organismos no gubernamentales de países de todos los continentes también estarán allí.



Se trata, sin duda, de uno de los eventos más relevantes en el ámbito de la extensión y profundización de los derechos humanos, luego de la Conferencia mundial de Viena, en 1993.



En efecto, aun cuando podría entenderse que la convocatoria se realiza tardíamente en relación con los grandes problemas que representa la discriminación racial en el mundo, no es menos cierto que este tema, asociado a los fenómenos emergentes de xenofobia e intolerancia por razones políticas, religiosas, culturales o de género, ha aflorado con fuerza en el debate público y ocupa un lugar importante en las agendas de los gobiernos.



Modestamente, Chile hace su contribución en esta tarea al constituir el Plan Nacional para la superación de las discriminaciones.



De larga data, la historia de la humanidad está plagada de acontecimientos que no nos enorgullecen cuando reconocemos la existencia de actos discriminatorios directos e indirectos. Negros y judíos, mujeres e indígenas, ancianos y discapacitados, enfermos de SIDA y minorías sexuales en el mundo, unos más que otros y en diversa medida, han sufrido con violencia e ignominia los efectos de políticas discriminatorias que muchas veces han significado la disminución radical de sus derechos esenciales como persona.



Ninguna sociedad en el mundo escapa a este flagelo que en algún período ha sido justificado con dudosos parámetros seudo morales, como en el caso de los fundamentalismos religiosos o raciales, o como ha sucedido con el holocausto nazi y más cercanamente, con la tristemente célebre doctrina de seguridad nacional.



Cada uno de estos fenómenos, amparados en medidas de fuerza, han traído consigo el desequilibrio de la paz entre las naciones, el fin de la convivencia democrática en ciertos Estados y la eliminación de las diferencias mediante la violencia directa o institucionalizada de grupos hegemónicos.



La Conferencia de Sudáfrica se realiza en un país cuya mayoría negra fue testigo durante décadas de la odiosa política de apartheid con la cual blancos colonialistas oprimieron sin contemplaciones los derechos de toda una nación que felizmente logró zafarse del yugo de la discriminación. En cierto modo, es un reconocimiento del mundo hacia una sociedad ante cuyos sufrimientos muchas veces guardamos silencio.



Ahí están ahora, negros, asiáticos, representantes de los países pobres y poderosos, testigos de diversas religiones, hombres y mujeres de gobiernos y entidades asociativas no gubernamentales, todos reunidos para establecer aquellas necesarias recomendaciones que permitan a los Estados dictar nuevas normas que favorezcan la extensión de los derechos humanos.



En lo principal, se trata de una oportunidad que tenemos los seres humanos para reconocer el error de estas discriminaciones y podamos asumir el valor y la riqueza de aceptar la diversidad y crecer como personas desde la pluralidad de ideas, de raza, de género y de culturas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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