Publicidad

¿Otra Falange o un nuevo «Naranjazo»?

Publicidad

Una respuesta distinta indica que lejos de constituir «otra Falange», en camino a la construcción del Partido Popular soñado por Jaime Guzmán, la UDI en estas elecciones habría incurrido en «otro Naranjazo»Â—esto es, en reeditar el enorme error cometido por el FRAP en marzo de 1964, cuando en una elección complementaria de diputado provocada por el fallecimiento de un incumbente conservador, eligió a Luis Naranjo.


El resultado de las elecciones parlamentarias del 16 de diciembre es, por decir lo menos, ambiguo. El gobierno ha obtenido una mayoría absoluta de los votos, ha incrementado su votación en relación a la primera vuelta de la elección presidencial de 1999 (en dos puntos, llegando a un 49% si contamos el voto de los independientes pro-Concertación) y su número de escaños ha estado dentro de los márgenes anticipados por La Moneda, si bien está en el «piso» del mismo—63 diputados (lo que le da una mayoría de seis) y nueve senadores.



Por otra parte, el gran ganador de las elecciones ha sido la UDI, con un 25% de apoyo y la elección de 35 diputados, lo que la transforma, de la noche a la mañana, en el mayor y más votado partido de Chile, desplazando con ello a la Democracia Cristiana, que ostentó ese título durante casi cuarenta años.



Mas allá de lo notable que resulta que después de doce años de gobierno y en una situación económica difícil, la Concertación continúe obteniendo más votos que la oposición, el resultado electoral plantea dos interrogantes claves. Una es el grado en que refleja lo que se denomina una «elección crítica», esto es, un comicio que indica un desplazamiento gravitante hacia una de las fuerzas políticas del espectro, que abre un ciclo político distinto, marcado por este nuevo predominio, ya que no hegemonía.



Un paralelo natural de estas elecciones sería con las elecciones municipales de marzo de 1963, en que la Democracia Cristiana por vez primera pasó a ser el partido con mas apoyo popular, desplazando con ello al Partido Radical, que por varias décadas había ostentado ese título.



La segunda pregunta es lo que ello va a significar para esta nueva etapa del gobierno del Presidente Lagos que se inicia ahora («el verdadero comienzo del gobierno de Ricardo Lagos» según algunos). Ambas cuestiones, naturalmente, no son independientes la una de la otra, sino que están estrechamente vinculadas. La respuesta que demos a una de ellas en parte determinará la que demos a la otra.



Hay al menos una escuela de pensamiento que considera que el aumento de votos de la UDI en los noventa constituye un fenómeno cuasi-sísmico e irreversible, lo que le da el carácter de un acto de la naturaleza, que en estas elecciones parlamentarias sólo vino a cruzar una de las barreras que tenía por delante, y que continuará avanzando en forma inexorable hasta culminar en forma inevitable en la victoria de su candidato en las elecciones presidenciales del 2005. Ante ello, lo único que cabría hacer sería una gestión lo más ordenada posible que «desdramatice» (expresión eufemística favorita de estos tiempos) este cambio que viene, y que facilite la alternancia en el poder, que, mal que mal, es una gran virtud de las democracias contemporáneas.



Una respuesta distinta indica que lejos de constituir «otra Falange», en camino a la construcción del Partido Popular soñado por Jaime Guzmán, la UDI en estas elecciones habría incurrido en «otro Naranjazo»Â—esto es, en reeditar el enorme error cometido por el Frap en marzo de 1964, cuando en una elección complementaria de diputado provocada por el fallecimiento de un incumbente conservador, eligió a Luis Naranjo, diputado del Partido Socialista, provocando tal horror en la derecha, que esta se desembarcó de la candidatura de Julio Durán, apoyó a Eduardo Frei Montalva, y sepultó con ello las posibilidades de Salvador Allende en las elecciones presidenciales de septiembre de ese año.



Al reclutar a un Comandante en Jefe de la Armada para ir de candidato a senador por Valparaíso, desbancar a Sebastián Piñera por esa misma circunscripción para que no le hiciera sombra, montar una franja televisiva de rara odiosidad y gastar una enorme fortuna en la campaña electoral, la UDI puede haber logrado una victoria pírrica. Renovación Nacional, otro de los grandes perdedores en esta elección, puede haber quedado herido de muerte, y ya hay voces que llaman a abandonar el barco que se hunde. Una cosa es ganar un 25 % en unas elecciones parlamentarias. Otra muy distinta el obtener el 50% más uno que exige elegir al Presidente de la República, y eso la UDI sola, o con un remedo de partido político al lado no lo puede lograr.



En estos términos el desafío que se le presenta a la Concertación es relativamente sencillo. Una alternativa es aceptar como dado el legado del pinochetismo (con su Constitución y todo lo que ello implica) y dedicarse meramente a hacer «buen gobierno» a fin de facilitar la inevitable alternancia a producirse el año 2006, y asegurarse que ello ocurra de la manera menos traumática posible.



La otra es plantearse de una vez las tareas que se han venido chuteando hacia adelante por tantos años, verificar si la UDI y la oposición son efectivamente tan democráticos como dicen serlo, y poner sobre la mesa las reformas sobre el sistema electoral, la inamovilidad delos Comandantes en Jefe y el financiamiento de la política que tanto distorsionan el funcionamiento de las instituciones democráticas en Chile. Esa será la verdadera prueba de fuego si se han asimilado de verdad las lecciones de este 16 de diciembre.



*Jorge Heine es director de Ciencia Política de la Universidad Diego Portales y director del Programa Internacional de la Fundación Chile 21.



_______________





Vea otras columnas del autor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad