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Vías de facto


Poco o nada de importancia ni eco tuvo en Chile la noticia proveniente de Italia sobre la definitiva absolución de Bettino Craxi y otros acusados, en el tema del ya casi obsoleto «Tren Electrico de Lima».



Desde 1993, un curioso procurador romano de apellido Paraggio llevó adelante una investigación que partió de una grave acusación sobre este delicado tema de la Cooperación al Desarrollo de la República Italiana. La parte acusadora sostuvo que se habían entregado sobornos por mas de 3 millones de dólares tanto al ex Presidente del Gobierno Italiano, hoy muerto y recién absuelto, como al ex Presidente de Perú, Alan García Pérez.



Pues bien, ahora en el año 2002 el tribunal de la capital italiana ha absuelto con fórmula plena, es decir, porque el hecho no subsiste, al mismo Bettino Craxi, quien murió en Túnez el 19 de enero de 2000. Esta forma legal significa que se anulan las acusaciones, y a pesar de la desaparición del principal imputado, se restablece su honor y dignidad sin acogerse a otra fórmula legal.



Este hecho, que conozco desde bien cerca, viene a confirmar desde la lejana Roma las patrañas y mentiras de las que hizo gala una dictadura como la de Fujimori y la complicidad que encontró en gobiernos llamados democráticos. Mas aún, tuve la oportunidad personal de conocer los métodos de este juez que cuanto menos califico de curiosos: vino a Chile a hacer personalmente la indagación, sin usar las vías judiciales establecidas entre este país y la República Italiana. Usó la sede de la Embajada Italiana para convocar a personas, y así lo quiso hacer conmigo, para lo que me contactó ni más ni menos que un subsecretario de Exteriores, ante lo que respondí que solo lo haría en sede judicial y de acuerdo a las normas del Derecho Internacional.



Debo agregar que una investigación de mi abogado arrojó como posible conclusión que podría haber ingresado a Chile con identidad distinta de la propia.



Mi negativa a usar estas vías de facto, de las que seguramente otros fueron víctimas incautas prometiéndoseles impunidad o resguardo, se tradujo después en la llegada de un exhorto en que se me citó ante el Primer Juzgado de Santiago en calidad de testigo y no de acusado. Pero para ablandar mi versión o descalificarla desde antes, se hizo una profusa dufusión en diarios, radio y televisión con pomposos titulares del tipo «las platas italianas, citado ex embajador». Allí se configuró un delito, como es el de la violación de correspondencia entre Estados, entre los Poderes Judiciales de ambas repúblicas.



Así lo dije pero nada sucedió. Si lo hizo la Cancillería chilena, fue para distraer la atención sobre destinatarios temerosos o poco honestos que tuvo en Chile la cooperación italiana, que fue abundante y generosa. Si lo hizo la Embajada de Italia, fue para ser grata a un juez que tenía como misión no investigar sino demostrar la culpabilidad de Craxi, García y otros. En todo caso, alguien delinquió para serle grato a este raro juez que hoy es funcionario del Ministerio de Justicia italiano.



Este hecho desgraciado, que tuvo efectos personales para mí, no está ahora en las resoluciones de la Corte de Roma, y lo he citado porque me hermana con la familia Craxi en el horror e indignación que generan situaciones como ésta. Estos hechos me hacen reflexionar sobre la calidad ética de mis connacionales, que se proclaman demócratas y partidarios del Estado de Derecho. Tampoco escapa a mi solidaridad en el asco la persona de otro gran amigo de mis viscicitudes políticas del exilio, el ex Presidente Alan García, quien debió huir de su país y exiliarse durante diez años perseguido por la dictadura de Fujimori que siguió teniendo el reconocimiento internacional necesario para legitimarse.



Por vergüenza ajena, en algunos medios traté de expresar solidaridad con Craxi y con García, que en Chile fueron víctimas de la mayor indiferencia, aún cuando fueron piezas cruciales para terminar con la dictadura de Pinochet en 1990. Claro que con esa escandalera de prensa cuando Paraggio envió el exhorto a Chile, poco a nada servían estos pequeños artículos. A ambos los vi y busqué durante su exilio, porque sigo creyendo que la moral de la política no debe ser distinta de la moral de las personas.



Bettino está muerto. En varias oportunidades lo acompañé a un promontorio llamado Cap Bon para mirar desde allí con binoculares a su amada Sicilia, la puerta sur de esa Italia suya que adoró como a la diosa de tiempos antiguos.



Alan está vivo y lidera una constructiva oposición al primer gobierno post dictadura. Ha recibido muestras de apoyo popular que lo confirman como el principal líder de ese país en los fines del siglo 20 y este 21 que se muestra tan parco en felicidad para la gente. Aún hay voces que tratan de enlodar su nombre para esconder la mayor miseria moral que ellos mismos tuvieron: haber apoyado a una dictadura criminal. Lo encontré en Paris durante su exilio, en un Congreso de la Internacional Socialista, luchando casi solo por su Perú, para el que no aceptaba la esclavitud de una dictadura ruin.



Esta resolución de la justicia italiana deja muchas cosas al descubierto, la principal de las cuales es marcar la diferencia entre los que seguiremos luchando por un Estado de Derecho y los que usan la ley como trampolín para escalar o mantener posiciones que por ese solo acto son tan falsas como el alma que tienen.



Ni Bettino está tan muerto como quisieron sus enemigos ni sus amigos tan débiles como lo demuestra ese Perú, hoy ejemplo de respuesta latimoamericana a la brutalidad neoliberal.



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