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Ä„Qué se vayan todos!

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«Que se vayan todos» es la frase que se sigue repitiendo hasta en la más patagónica de las calles de Argentina. Ojalá el contagio no siga, aún cuando las clases políticas dirigentes del resto de América del Sur bien poco hacen para no ganarse la antipatía y hasta el desprecio de sus propios pueblos.



Es curioso entrar hasta en una pequeña tienda de la bellísima y orgullosa Patagonia y escuchar la frase «señor, aquí se lo afanaron todo…», para sintetizar la frustración de todo un pueblo que hasta ayer vivía con los niveles de París o Londres, bajo la ilusión de una economía tan falsa como la nuestra y del resto del mundo no rico, pero más prepotente y extrovertida.



El término «enriquecimiento ilícito» que recién ahora comienza a asomar en algunos titulares de nuestra facciosa y curiosamente auto censurada prensa, en Argentina parece ser el destino natural de los políticos con poder.



Pero lo que me interesaba destacar más que esta voz de las veredas es que Argentina, a pesar de sus problemas, sigue siendo un país de una gran calidad de vida, en que la producción y los servicios parecen estar seriamente orientados a satisfacer las necesidades humanas más que las necesidades estadísticas del ministro de Hacienda de turno o de algún Presidente angustiado por demostrar que «hay crecimiento».



Que haya niños muertos de hambre en Tucumán no es culpa de la calidad de vida general, como seguramente diría alguno de nuestros loros neo liberales. Es más bien su sistema el que lo permite.



Esta Argentina patagónica que recién dejé atravesando en barcaza el bello lago Pirehueico, es -simultáneamente- el norte de la Patagonia y el centro de la foresta valdiviana, esa selva de gran pluviosidad, y es también una oportunidad magnífica de integración de estos dos países que comparten los Andes quizá más bellos del planeta.



Aquí el espíritu pierde el deseo de hablar de cosas tontas o feas o inútiles como podrían ser la corrupción y la justicia. En la elocuencia del silencio de la foresta erguida en las laderas que enmarcan el lago hay una respuesta más positiva que las declaraciones instrumentales de acusados, acusadores y cómplices. Es como si los árboles también quisieran decir al agresor y depredador insano: «Ä„Que se vayan todos…!»



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