Publicidad

Impactos ambientales de la guerra y uso del mortal uranio empobrecido

Publicidad


Durante estos días hemos asistido al despliegue de acciones militares y bombazos a «lugares estratégicos» a través de los medios de comunicación. A una apología bélica débilmente matizada por escasas imágenes de prisioneros y heridos que da cuenta a medias de la abominable catástrofe humanitaria, social, económica y ambiental que genera esta guerra.



La destrucción de sólo algunos «objetivos estratégicos», como las instalaciones de energía y agua potable de la ciudad de Basora, la segunda del país, durante el bombardeo de hace pocos días, está a punto de provocar un desastre humanitario a millones de personas. Los hospitales de Basora, repletos de heridos, están sin agua ni electricidad.



Unicef declaró, además, que 100.000 niños menores de 5 años están en grave riesgo de deshidratación y muerte. Ingenieros y técnicos de la Cruz Roja Internacional, por su parte, trabajan para restaurar parte del sistema de abastecimiento.



Además de estos graves impactos, consecuencia de la destrucción de fuentes de agua, energía y alimentación denunciados por las organizaciones humanitarias presentes en Irak, aún existe información de los impactos sobre la gente, sus casas, ciudades y campos provocados por las 3.000 bombas que el gobierno de Bush anunció lanzar durante las primeras 48 horas, pero aún sin poder calcular la escala del desastre humanitario, ambiental y económico, sobre la base de las escenas mostradas en los periódicos y la TV, y a los antecedentes de la guerra del Golfo, podemos interpretar qué impactos representan.



Hemos asistido a bombardeos de ciudades, complejos industriales, plantas térmicas y múltiples incendios que incluyen una gran cantidad de pozos petroleros. Científicos de centros académicos, como la Universidad de Princeton, han señalado que al gobierno norteamericano no le preocupa el impacto ambiental de sus operaciones militares, pues los consideran sólo «daños colaterales», no aceptando que el ambiente y los recursos naturales son concretamente un blanco bélico.



Está latente la experiencia de conflictos recientes como el de Vietnam donde el uso de potentes herbicidas para destruir las zonas boscosas tuvo y continúa teniendo impactos apocalípticos sobre los ecosistemas y efectos de largo plazo para la salud de la población.



Ni los gobiernos ni las fuerzas armadas han dimensionado los impactos humanitarios, ambientales y económicos que están generando las guerras modernas en forma inmediata y en el largo plazo. Las guerras recientes no sólo han generado mayor cantidad de víctimas civiles, sino además, crecientes e irreversibles impactos ambientales.



Cuando cada bomba explota, genera temperaturas sobre 1000ÅŸ Celsius, lo que junto a la fuerza explosiva no sólo aniquila infraestructura, flora, fauna y personas, sino destruye la estructura y composición de los suelos, los que demoran cientos y miles de años en regenerarse. A los terribles daños de las bombas, explosiones e incendios que le siguen, están los impactos de las explosiones de los «objetivos estratégicos», tales como los complejos industriales.



En la reciente guerra de los Balcanes, el bombardeo de una fábrica de plásticos y otra de amoníaco lanzó a la atmósfera dioxinas y tóxicos como cloro, bicloroetileno, cloruro de vinilo y otros de impactos directos sobre la vida humana; pero además con impactos residuales en el ambiente.



En el caso de Irak hay que considerar los impactos del derramamiento y la quema intencional de petróleo. El incendio de los pozos petroleros está generando grave contaminación atmosférica, terrestre, de aguas superficiales y subterráneas.



Los impactos sobre ecosistemas y la salud de la población son gravísimos por los niveles letales de dióxido de carbono, azufre e hidrocarburos orgánicos volátiles, por sólo nombrar algunos.



Los incendios en 500 pozos de petróleo durante la anterior guerra del Golfo lanzaron a la atmósfera 3 millones de toneladas de humo contaminante. La nube cubrió 100 millones de kilómetros cuadrados, afectando el territorio de 4 países, lo cual provocó enfermedades respiratorias a millones de personas. Los derrames mataron a más de 30.000 aves marinas, contaminaron 20% de los manglares y la actividad pesquera se arruinó.



Según el World Resources Institute, los residuos tóxicos de la guerra del Golfo afectarán a la industria pesquera local «por mas de 100 años» a lo que debemos sumar los impactos de la guerra actual y a los ecosistemas agrícolas y las cuencas de los ríos Tigris y Eúfrates entre otros, de los que dependen casi todas las actividades económicas del país.



Finalmente se espera que Estados Unidos, tal como en la guerra del Golfo, vuelva a usar municiones con «uranio empobrecido» (depleted uranium-DU) en aviones, tanques, cañones antitanques y minas terrestres por su densidad y capacidad de penetración.



Estas municiones explotan, arden al atravesar el blanco aumentando su poder destructivo y generan gran dispersión de óxido de uranio a la atmósfera, contaminando químicamente a los seres humanos y al ambiente. Diversos informes señalan que la contaminación química y radiactiva del uranio empobrecido en Irak es responsable del gran aumento de abortos, malformaciones genéticas, leucemia infantil y cáncer en el Sur de este país; justamente cerca de la recién bombardeada ciudad de Basora, donde en 1991 se utilizó la mayor cantidad de municiones del letal elemento.



Sin duda en esta guerra el uranio empobrecido, en armas de mayor poder de fuego, dará nuevamente ventaja Estados Unidos, mientras que los impactos ambientales y sanitarios de las armas dejarán una herencia de secuelas casi imposibles de superar, para concretar un desarrollo social y económico en Irak en las próximas décadas. Esperamos que parte de esta información permita a los ciudadanos chilenos balancear un poco su percepción respecto a las sanitizadas imágenes de batallas y bombardeos que día a día cubren la mayor parte de los medios de comunicación nacionales e internacionales. Este documento refuerza la postura de Chile y sus ciudadanos en contra la guerra.



(*) Ex candidata presidencial, directora del Programa Chile Sustentable.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad