¿Qué le habrá pasado al general?
La entrevista realizada por la imperturbable periodista Raquel Correa, publicada el domingo 10 de agosto en El Mercurio, a Onofre Jarpa, ex-ministro de Interior de la dictadura militar, permite comprobar una vez más la persistencia de algunas características profundas de la contextura mental del país.
Respondiendo a una alusión sobre el general Prats, Jarpa dice textualmente: «Yo respetaba mucho al general y sentí mucho lo que le pasó». Se preguntará el lector de poca edad o mala memoria, ¿pero qué le habrá pasado a este general Prats? Pues nada, se le podría responder, volvía a su casa en Buenos Aires (ciudad a la que se había mudado quizá porque le convenía el clima o le gustaban los tangos) y al entrar en ella con su auto tropezó casualmente con una bomba que lo lanzó por los aires junto a su mujer mandándoles a mejor vida.
Por ocioso agregar que el entrevistado nunca supo ni nada sabe acerca de las circunstancias misteriosas que provocaron tal lamentable incidente.
No estamos siquiera ante un eufemismo -la figura retórica más virtuosamente practicada por la cultura política oficial-, sino simplemente ante una muestra ejemplar del antiguo y cruel cinismo de esa lengua entre sacra y mundana que ha presidido durante siglos el racconto que los chilenos han hecho y hacen de su propia historia, negando y negándose. Traer, ahora, a cuenta los miles de ejemplos que pueden leerse diariamente en periódicos y libros sería tarea agotadora. La frase de Jarpa, colocada en un contexto delirante de mentiras y pálidas justificaciones de los crímenes amparados por la derecha en aquellos años, constituye lo que podríamos denominar un caso paradigmático.
¿Es dado imaginar un guiño cómplice que se dibuja en las facciones del viejo y avezado político mientras pronuncia la estupenda frase? No creo. La deformidad mental que lo ha llevado a decir esto -como muchas otras afirmaciones suyas- pertenece propiamente a su interioridad individual y social y lo lleva a emitir mensajes que poseen un sentido en el mundo que lo rodea. Un sentido nebuloso, pero un sentido al fin y al cabo.
Alguien dirá que se trata de un anciano ya marginado de las pistas -la mencionada entrevistadora comienza definiendo a Jarpa como «la figura más señera de la derecha chilena», o sea, si nos atenemos al diccionario, como un individuo aparte, especial, aislado (si la señora entiende el significado de las palabras que usa)-.
Sin embargo, me permito dudar de que muchos de los lectores hayan captado la implicación monstruosa de la frase, simplemente porque dicho modo de expresarse parece formar parte del código genético del lenguaje chileno, sobre todo del lenguaje público del país.
Públicamente, nadie dice las cosas con su nombre y en la esfera privada se verifica, en correspondencia con ello, un sufrimiento, una impotencia expresiva que normalmente se resuelve en el exabrupto o en el silencio doloroso. Entonces, ¿en qué estaba pensando Jarpa cuando afirma «sentí mucho lo que le pasó al general Prats»?
¿Qué piensan los lectores cuando leen dicha frase? ¿Cómo la comenta el marido con su señora mientras desayunan en cama la mañana del domingo cumpliendo el rito mercurial? ¿Podría ser este el tema de una especie de sesión de terapia colectiva en la que toda una colectividad empiece a darse cuenta de la relación entre las palabras, la ausencia de palabras y las cosas?
Algunos comentaristas de costumbres podrán encontrar un lado cómico en frases de este tipo. Y no podemos negar que asoma también aquí la comicidad, una comicidad verbal involuntaria. Tragicomedia de hondas raíces en el repertorio nacional, por lo demás.
* Profesor chileno de literatura hispanoamericana en la Universidad de Turín, Italia.
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