El obispo que enfrentó a Pinochet
Ha dejado de existir el Obispo Emérito de Copiapó don Fernando Ariztia Ruiz. Fue el pastor de Atacama por 26 años y había cumplido 52 años de sacerdocio; a lo largo de todo este tiempo ha dejado una huella imborrable en cada lugar donde ha llevado su fé, su palabra, su acogida.
Fernando Ariztía Ruiz es la persona más importante y más querida de Atacama. Lo es no porque haya tenido poder o riqueza, lo es por la manera como entendió y practicó su magisterio, por la ética de la verdad que sus palabras expresaban, porque nunca hizo concesión alguna a la injusticia o a la violencia, porque siempre recordó a quienes detentan el poder la fragilidad de esta fuerza, porque tuvo coraje en momentos en que se podía perder la vida, porque siempre estuvo dispuesto a entregar más de lo que podía a los más débiles, a los que sufren, y a construir vida, más vida , como rezaba su emblema episcopal.
Sin duda, la fuerza de Fernando Ariztía Ruiz viene de su profunda vocación y de la coherencia de sus convicciones cristianas, pero también de hitos importantes de su vida, porque todos, incluso los santos, son también hijos de sus tiempos y de la historia.
Fernando Ariztía es ordenado sacerdote en 1951 por el cardenal José María Caro. Eran tiempos de latifundio y ciertamente la imagen de ese cardenal dispuesto a entregar las tierras de la Iglesia para la Reforma Agraria, de ese hombre pequeño y bondadoso que acompaña a los campesinos y a los obreros y que llegaba en medio de la noche a respaldar la toma de los pobladores de la Victoria que no tenían donde vivir, ciertamente marcó a don Fernando y a su generación sacerdotal.
Con don Fernando están las enseñanzas de monseñor Emilio Tagle, de Rafael Larraín, de la cuestión social abierta por la Iglesia chilena y vaticana en un momento de gran miseria e injusticias para millones de seres humanos en América Latina. Con él están también su educación en el Colegio Luis Campino, su trabajo en Juventud Obrera Católica, en la parroquia de la población Santa Adriana. Con él están esos cientos de pobladores de La Legua que lo acompañaron el día de su ordenación como obispo.
Sin duda ha marcó su vida eclesial el ejemplo del papa Juan XXlll y que haya sido ese gran pontífice Paulo Vl -que reformó la Iglesia con el Concilio Vaticano ll y la acercó a los nuevos temas del mundo con esa enorme delicadeza y capacidad intelectual que poseía- el que lo haya nominado obispo en 1967 y , sobre todo, auxiliar del cardenal Raúl Silva Henríquez -de quién recibió su consagración primero, en 1975, como Administrador Apostólico de la Diócesis de Copiapó y posteriormente, en 1976, como Obispo de nuestra ciudad-.
Por eso no extraña que el cardenal Silva Henríquez lo designara, siendo ya obispo auxiliar de Santiago, el 6 de Octubre de 1973, a solo semanas del golpe de Estado, Presidente del Comité de Cooperación por la Paz, el organismo ecuménico creado para atender a quienes estaban en las cárceles, a los familiares de los reprimidos y a las víctimas, que jugó un rol tan importante en el socorro a los presos y a sus familiares, en la asistencia judicial a los detenidos, en la ayuda a los refugiados en las embajadas, a los exiliados, a los que sufrían en aquellos días tan negros para una parte de los chilenos.
Cómo olvidar, hoy que rendimos homenaje a don Fernando Ariztía, la visita del cardenal Raúl Silva Henríquez al Estadio Nacional a confortar a los presos políticos y como olvidar la mezcla de frío y miedo que encontró el prelado en aquel octubre de 1973 en los miles de hombres que lo escuchaban, agrupados en las galerías, como la única voz de esperanza. Cómo olvidar a mi amigo el obispo Camilo Vial Risopatrón que en el Estadio regional de Concepción ingresaba a las celdas de interrogatorios para rescatar a los torturados.
Es en medio del terror generalizado, de la incredulidad que provocaban en aquellas semanas las versiones de centenares de cadáveres arrastrados por las aguas del Mapocho, cuando se asesinaba a Víctor Jara en el Estadio Chile, a pocos días del asesinato del sacerdote español Juan Alsina, cuando se confirmaba el asesinato -aquí, en Valparaíso- de Miguel Woodward, y cuando ya aparecían los primeros nombres de personas secuestradas y desaparecidas, es en este dramático momento en que el obispo auxiliar de Santiago Monseñor Fernando Aristía Ruiz, se hace cargo, junto al obispo luterano Helmund Frenz, del recién creado Comité de Cooperación por la Paz.
Es el obispo Helmund Frenz el que relata la entrevista que junto a monseñor Fernando Aristía tienen con el ex general Augusto Pinochet. Había transcurrido un año del golpe de Estado y el Comité de Cooperación por la Paz había logrado recopilar una extensa información de la violación a los derechos humanos en todo el país, con fotografías de personas torturadas y asesinadas, con certificados médicos que avalaban las denuncias y en particular de la tortura que era ya un mecanismo sistemático en los campos de detenidos políticos.
Se tenía la esperanza de que Pinochet no supiera lo que ocurría y que pudiera intervenir para detener estos atropellos. Cuenta el obispo Frenz, que monseñor Ariztía presentó, entre otros, el caso del padre Antonio Llidó, que cayó detenido pocas semanas antes de la entrevista -y que había desaparecido- pero del que se tenía la información que podía estar en Tres Alamos o en Cuatro Alamos. Dice el obispo Frenz que Monseñor Aristía le mostró a Pinochet una foto del sacerdote y que el dictador le dijo «este no es cura, es un terrorista y hay que torturarlo pues de otra manera no cantan».
Relata Frenz que quedaron petrificados puesto que no estaban preparados para escuchar una justificación de la tortura. Eran las 10,30 horas del 13 de Noviembre de 1974, en el Edificio Diego Portales.
El Comité Pro Paz dura todavía un año en medio de enormes presiones del régimen militar para clausurarlo. El Comité Pro Paz, que presidió monseñor Fernando Ariztía, se cierra a fines de 1975 después de una enorme labor humanitaria. Pero el cardenal Silva Henríquez , lejos de amedrentarse por el asesinato incluso de sacerdotes lo reemplaza por un organismo aún más grande, la Vicaría de la Solidaridad, que logra tener un reconocimiento y un prestigio mundial por la irrestricta defensa de los derechos humanos.
Monseñor Fernando Ariztía recordando estos hechos en su Carta de despedida de la Región de Atacama, al cumplir 75 años, dice » Tantas vidas que se pudo salvar, miles de recursos de amparo que fueron despertando la conciencia de Chile, esconder a los perseguidos, ayudar a las familias de los desaparecidos, esa fue nuestra labor de aquellos días».
Yo hoy agradezco a monseñor Ariztía, en nombre de todos los que sufrieron. Personalmente nunca he olvidado sus palabras de conforto, de apoyo moral, el día en que saliendo del campo de concentración de la Quiriquina él me recibió en la Vicaría Sur de la Iglesia antes de ser expulsado de Chile en un exilio obligado que duró 14 años.
Hace solo unas semanas monseñor Ariztía dió otra prueba de su generosidad. Delicado de salud, inauguró y bendijo el Memorial Homenaje de la ciudad de Copiapó a los detenidos, desaparecidos y ejecutados políticos, a los 39 chilenos que asesinó el paso de la siniestra Caravana de la Muerte por nuestras pampas nortinas.
Allí monseñor Ariztía nos recordo el Salmo 84 de la Santa Biblia que nos expresa que «la Justicia y la Paz se besan» y nos dijo que no es posible construir la paz sin la verdad, que la verdad sobre lo ocurrido con los deudos es un derecho de los familiares.
La verdad, afirmó don Fernando, no es un camino de venganza, la verdad es igualmente un gran bien para los culpables, para los hechores, para que no se mantengan como hijos de la mentira. Y la verdad, nos ha explicado, ha de conducir a la justicia, a la reparación, al abrazo del perdón y del amor fraterno.
Cuánta razón hay en sus palabras. Necesitamos más verdad, necesitamos conocer el paradero de los desaparecidos, necesitamos que nos digan los que saben dónde están Ricardo García, Magindo Castillo y Benito Tapia. Necesitamos que los jueces especiales aceleren los procesos y dicten sentencias para sancionar a los culpables. No queremos impunidad. El Decreto de Amnistía es una autoamnistía para impedir que alguna vez hubiera justicia.
Pero queremos también un país reconciliado y hoy, que todos reconocemos la validez del Informe Rettig, hoy que todos decimos nunca más, hoy que todos queremos que se repare a las víctimas, hoy es más posible que ayer construir un Chile para todos, donde las legítimas diferencias no impliquen jamás que se pueda morir por tener una idea diferente.
Pero magisterio de don Fernando Ariztía no sólo ha estado marcado por el tema de los derechos humanos. Él ha recorrido la senda del padre Hurtado y ha estado siempre al lado de los trabajadores, ha llamado a fortalecer sus organizaciones y nos ha pedido a todos que no nos dejemos envenenar por el virus del individualismo, ha inculcado entre nosotros la ética del servir al prójimo, ha invocado a los empresarios para que no despidan injustamente a sus trabajadores y para que respeten los derechos laborales, ha clamado porque se apliquen políticas tributarias destinadas a defender nuestras riquezas naturales y a distribuirlas equitativamente reduciendo la enorme brecha que sigue existiendo entre ricos y pobres.
Monseñor Ariztía nos ha advertido sobre los riesgos de una globalización sin ética y sin alma y nos ha pedido a las autoridades que nos comprometamos en una humanización del actual sistema. Nos ha enseñado con su ejemplo de humildad y de amor al prójimo, a estar junto a los mineros, a los temporeros y las temporeras, a las jefas de hogar. Monseñor Ariztía siempre estará con nosotros, siempre acompañará muchas luchas, muchas causas de justicia, de libertad y de amor.
Diputado
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