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Abu Ghraib: la punta del iceberg


Misión imposible es la del presidente Bush y de su equipo. Trabajo perdido es tratar de convencer a la opinión pública árabe y mundial de que las vejaciones sexuales, las torturas y los asesinatos de prisioneros iraquíes en las cárceles militares de los Estados Unidos en Irak son sólo excesos de algunos «malos soldados».



Las declaraciones del Secretario de la Defensa el «halcón» Donald Rumsfeld asumiendo toda la responsabilidad y ofreciendo «las más profundas disculpas», a la Comisión de las Fuerzas Armadas del Senado, el viernes 8 de mayo, fueron opacadas por su anuncio acerca de la existencia de más pruebas que muestran la amplitud de las prácticas inhumanas utilizadas por el ejército estadounidense en territorio ocupado. Rumsfeld, el civil de mayor jerarquía en el sistema militar, anunció a la opinión pública estadounidense que lo peor estaba por venir: hay fotos inéditas «radioactivas» y videos «que dan a estos hechos un carácter chocante, realmente horrible», sostuvo.



Una ola de indignación sacude al mundo y a una parte de la ciudadanía norteamericana después de ver el 28 de abril, en la emisión 60 minutos de la televisora CBS algunas fotos que muestran los tratamientos bestiales a los cuales fueron sometidos los prisioneros iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib, cerca de Bagdad. Para no ser menos, la red francesa Canal Plus mostró un video en el cual se ve cómo desde un helicóptero estadounidense se ejecuta fríamente a un iraquí ya herido. Se dice que Sadam Hussein torturaba en la misma prisión iraquí, hoy transformada en campo de concentración, donde hasta hace poco torturaba el ejército norteamericano.



Sin embargo, ya se sabía desde hace al menos dos años que en la base militar de Guantánamo las vejaciones y la tortura infligidas a prisioneros a quienes se les vincula con la organización terrorista Al Qaeda -negándoseles la condición de prisioneros de guerra-, eran la norma.



Para rematar, la semana pasada el ejército estadounidense reconoció investigar 35 casos de malos tratos, vejámenes y torturas que provocaron la muerte a 25 prisioneros.



En una entrevista a redes televisivas árabes y destinada al consumo de la opinión pública musulmana el presidente Bush afirmó que su gobierno no «toleraría este tipo de abusos» y que «las acciones de este pequeño grupo no reflejaban los corazones de los estadounidenses». «Demasiado tarde, el daño ya está hecho», replicó Reem Hosari un palestino (citado por el New York Times en su edición del miércoles pasado) agregando que «los iraquíes perdieron la confianza en las grandes ideas norteamericanas de democracia y libertad, porque en el ejército de una democracia estas cosas no suceden». En ese momento, Bush no pidió disculpas, pero prometió juzgar a los responsables. Sus disculpas formales se las guardaría para ofrecérselas al Príncipe Abdala, máximo jerarca de la opresiva petromonarquía wahabita de Arabia Saudita.



Todo comenzó cuando el semanario New Yorker y el cotidiano Los Angeles Times publicaron hace una semana artículos sobre un documento oficial del Ejército de EE UU donde se expone la tesis de la predisposición sistémica del aparato castrense de EE UU al tratamiento cruel y a la violación de los derechos de los detenidos. La investigación está firmada por el general norteamericano Antonio Taguba y habla de una suerte de colapso virtual en la cadena de mando. El informe contradice la versión del General Richard Myers (comandante en jefe conjunto) quien fue el primero en tratar de minimizar la gravedad de las prácticas de «ablandamiento» de detenidos al hablar de «hechos aislados» ante los medios norteamericanos. Fue el mismo General Myers el que trató de impedir que los horribles hechos fueran conocidos por la ciudadanía norteamericana al llamar personalmente al presentador vedette Dan Rather de CBS pidiéndole que no mostrara las fotos.



Los presuntos responsables directos son una docena de soldados reservistas de la policía militar («los descartables»), pero la ex responsable de la prisión, la brigadier general Jane Karpinski involucró a personal de los servicios de inteligencia del ejército, de la CIA y a mercenarios. Estos últimos eran quienes ejercían el poder de facto en el universo concentracionario de Abu Ghraib. El informe secreto del ejército también involucra a personal contratado de la Titan Corporation y la CACI Corp. Representantes de Amnistía Internacional, la Cruz Roja y Human Wrights Watch señalan que la situación denunciada en la prisión de Abu Ghraib es sólo «la punta del iceberg».



Es evidente que los medios de comunicación de los EEUU, después de un período de letargo se han puesto las pilas. Los reportajes periodísticos están tocando varios tópicos claves: ¿es posible que el presidente Bush junto con Rumsfeld y Wolfowitz, los civiles halcones mandamáses del ministerio de defensa, y los altos mandos castrenses no supieran lo que estaba ocurriendo? ¿Hasta dónde llega la cadena de responsabilidad? ¿Cuál es el rol de las compañías privadas de mercenarios en la gestión de la guerra? La respuesta a las dos primeras dependerá de las correlaciones de fuerzas favorables a la verdad en las instancias de poder de la compleja estructura política imperial. Aunque presto y acusador, el presidenciable John F. Kerry apuntó que «la cadena de mando conduce directamente a Rumsfeld» por lo que el Partido Demócrata le pide la renuncia. La tercera merece una reflexión acerca del fenómeno de la privatización y globalización de la guerra, donde civiles que trabajan para empresas subcontratistas expertas en represión, así como ejércitos de Estados vasallos, pueden cometer violaciones sin ser juzgados por cortes marciales. Cabe señalar de paso que los EEUU no reconocen la competencia del Tribunal Penal Internacional para juzgar crímenes de guerra.



Un veterano de Vietnam que se expresaba con campechana sabiduría destruía las argucias retóricas de Bush al decir que para un soldado no era necesario estudiar la Convención de Ginebra sobre el trato a los prisioneros de guerra para saber distinguir entre el bien y el mal. Para los expertos esto significa que en las guerras contemporáneas, mediáticas y ultraideologizadas, los factores morales pesan.

A quienes hemos navegado la historia de estos años nos da que pensar que el periodista que reveló los terribles hechos de Abu Ghraib sea Seymour Hersh, el mismo que divulgó la masacre de cientos de ancianos, mujeres y niños vietnamitas en la aldea de My Lai en 1968, por un pelotón estadounidense. Acción inhumana que testimoniaba el deterioro moral de todo un ejército y vaticinaba su espectacular derrota. ¿Permite esto suponer que hay sectores en el ejército de los EEUU que no están dispuestos a pagar por las obsesiones de civiles como Rumsfeld, Cheney y Wolfovitz, los duros de la «Gestapo» (según Colin Powell) que maniobraron para ocupar Irak a toda costa, incluso contra la opinión de algunos altos mandos militares?

Después de haber perdido la batalla de la legitimidad y las pruebas en la ONU, donde quedaron como mentirosos y manipuladores, ahora pierden toda legitimidad moral utilizando los métodos del dictador tan supuestamente odiado, en una guerra sucia, colonialista, predadora y con connotaciones racistas. Es el fracaso de la política neo-bismarckiana (Macht geht von Recht) de los halcones ideologizados. La fuerza no da derecho. El camino a Bagdad transformó a los autodenominados «liberadores» en torturadores. Al ver esas fotos y videos la conciencia moral nos lanza el mensaje claro y nítido que en el ejército imperial se camuflan muchos sicópatas.



Sólo le queda al pueblo de los EEUU la posibilidad de un despertar ético y democrático que les permita desembarazarse de la pareja Bush-Cheney, como lo hizo el pueblo español con el comparsa Aznar, exigiéndole al nuevo gobierno el retiro inmediato de las tropas de Irak y dejando a los iraquíes mismos la responsabilidad de darse un gobierno legítimo. Sea cual fuere el tiempo necesario para lograrlo. El factor subjetivo en la guerra y la política juega en su favor. Es la única manera de detener la espiral de las represalias y del horror en Irak.





*Leopoldo Lavín es profesor del Departamento de Filosofía del Collčge de Limoilou, Québec, Canadá (leolavin@sympatico.ca).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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