Publicidad

¿Y qué hacemos con la locura?

Publicidad


En estos días ingresó a Gendarmería de Chile un hombre de 40 años, esquizofrénico, quien golpea a su madre anciana y amenaza constantemente a sus vecinos, por haber incendiado su casa por segunda vez. Hace algunos meses un parroquiano solidario recogió a otro enfermo mental, esta vez pacífico, que se había instalado a vivir frente a la Universidad de Talca y desde un programa de TV llamó a la comunidad a ubicarlo en un lugar digno para vivir negándose su familia a recibirlo.



En Chile los enfermos mentales carecen de protección estatal y los que cometen actos contra la propiedad o la seguridad de las personas ingresan a las cárceles, formando parte del contingente de más de 35 mil presos en el sistema de «intramuros»: los escasos hospitales siquiátricas públicos no cuentan con espacio. La mecánica para proteger a la ciudadanía de la locura es que Gendarmería reciba a los enfermos que han cometido un delito, aunque carezcan de razón y responsabilidad, mientras el Ministerio de Justicia solicita al Ministerio de Salud una cama en un establecimiento apropiado.



Como no hay lugar en los hospitales, el detenido se incorpora a la ya larga lista de espera para tratamiento médico. Esta espera puede llevar años, incluso hasta que el enfermo cumpla la condena. Suele ocurrir que, aún después de cumplida la condena, la familia se niegue a recibirlo y que el enfermo permanezca preso, sin tratamiento y en las condiciones miserables de nuestras cárceles que, pese a los esfuerzos de construcción y reparación del Ministerio de Justicia, aún siguen desbordadas.



El esfuerzo de este Ministerio por erradicar a los insanos, al lugar que le correspondería, viene de años y, en la medida en que no exista espacio en los centros de salud, Gendarmería deberá seguir manteniéndolos bajo su responsabilidad. Al mismo tiempo, con escaso personal, debe cumplir con la tarea perentoria de rehabilitar a los presos sanos y aumentar su capacidad para satisfacer la exigencia ciudadana de más encarcelamientos, única receta que considera para terminar con la delincuencia.



Estos enfermos mentales, privados de libertad y sin tratamiento, profundizan su estado y, a su vez, influyen en las condiciones de vida del resto de la población penal que también, en un 70%, cuenta con algún tipo de problema mental. Esto impide su rehabilitación, el encierro y hacinamiento intensifica sus limitaciones, de tal manera que la gran mayoría de los egresados de establecimientos penales trae consigo más problemas siquiátricos que los que tenía al ingresar.



Este círculo vicioso tiende a aumentar en las próximas generaciones, especialmente en los sectores excluidos del crecimiento y el éxito económico del modelo económico actual. Diariamente los medios de comunicación informan de la violencia y sordidez en que conviven miles de jóvenes desempleados que, en sus ghettos, no tienen más que dedicarse a las drogas y el narcotráfico para sobrevivir o soñar. No es posible que no produzca ningún impacto en las próximas generaciones, el alcoholismo, drogadicción y miseria actuales de niños y jóvenes, ni tampoco las enfermedades, la prostitución, «el trabajo inaceptable» , el embarazo adolescente de niñas drogadictas y la mala alimentación.



Estas formas de sobrevivencia aumentan diariamente en forma alarmante y, aún en los sectores que no están comprometidos con drogas y alcohol se encuentran crecientes formas de depresión y stress, sea por la desesperanza que produce el desempleo, la exclusión y el endeudamiento o por la inestabilidad del trabajo temporal y precario, el trabajo semi legal de vendedores ambulantes y el trabajo que recibe pago a destajo, como el de choferes de micro y otros similares, careciendo todos de protección, salud y seguridad social. Está demás decir que el 90% de los chilenos carece de medios económicos para enfrentar tratamientos de tipo siquiátrico.



Este fenómeno no afecta sólo a Chile. A nivel mundial se ha detectado un aumento de las enfermedades mentales sin tratamiento. Según una investigación realizada por la Organización Panamericana de la Salud y la Escuela Médica de Harvard, en 14 países con 60.643 entrevistas, las enfermedades mentales están aumentando en el mundo y en los países pobres, en el último año, el 80% de los casos graves no recibieron tratamiento.



Para nuestros Gobernantes el TLC con EEUU fue un TEMA-PAIS. A mi juicio un TEMA-PAIS también lo constituye la infelicidad y desesperanza que lleva a la locura o la imposibilidad de una familia de tratar a sus enfermos.



Los equilibrios macroeconómicos y el superávit estructural nos han dado un lugar destacado a nivel mundial por el bajo riesgo país que ha llegado a 79, se proyecta un crecimiento del PIB de un 6% en los próximos meses, pero no sabemos qué hacer con nuestros locos.



No podemos tratar este grave y creciente problema, sólo con el método de focalización de la ayuda que heredamos de la dictadura. ¿Cómo se protege a las familias afectadas? ¿Cómo protegemos a los enfermos que son echados a la calle?¿Les damos una Pensión Asistencial de 40 mil pesos por cada loco?



¿Los bonificamos con 10 mil pesos por cada ataque en los meses de invierno?





1)- Nuevo término usado por el Ministerio del Trabajo, donde se calcula que en la actualidad se encuentran 107.676 niños entre 5 y 17 años. Probablemente el término incorpora las peores formas de trabajo infantil, como el trabajo en la agroindustria, en las cosechas con pesticidas dañinos, en la prostitución y otras formas de trabajo nocturno.

2)- El endeudamiento a tasas de interés de 60%, que tienen la mayoría de los chilenos en los grandes almacenes, la pérdida de bienes por deudas, tipo Eurolatina, también constituyen una causa importante de stress.





*Patricia Santa Lucía es periodista.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad