ĄCrear, crear, poder cupular!
Para los políticos del ’88 (los mismos de hoy) pareciera que ese pueblo sería demasiado ignorante de los serios y delicados asuntos del poder. En su tosca inocencia pretendía lo imposible en un mundo apenas posible. De ese modo, pasaron de la pretendida consolidación de una democracia plena a negociar la entronización de una democracia tutelada.
Una vez más la celebración oficial del triunfo del No el 5 de octubre de 1988, se caracterizó por esa soledad tan típica de cuando el poder es ya un fin en sí mismo, cuando es poder cupular. Claro que ahora, los tiempos de campaña municipal hicieron que de las cuatro paredes de La Moneda u otro lugar donde «íntimamente» todos estos años se reunían los líderes de la Concertación, se pasara a actos de «celebración» algo más «masivos».
Aunque esto de celebración del No y lo de masivos es un decir. Pues, la cantidad de gente fue muy menor y acotada a los fines de la campaña municipal. Por ejemplo, Lagos con un público cautivo de beneficiarios de subsidios habitacionales y el de «arrastre» de los noticiarios que lo cubrieron. Aylwin en La Florida en un acto que en el fondo era de la candidatura de Correa.
La pregunta que cabe es qué fue de ese movimiento popular del Plesbicito del ’88, todavía muy vivo para la campaña presidencial de Aylwin. La alegría ya venía y ganaba la gente… La efervescencia política se respiraba y las ganas de participar entusiasmaba incluso a los que aún no tenían la edad de votar. Todo ello a pesar de que podía hasta costar la vida. ¿Qué pasó con el regreso a la democracia y la consolidación democrática que suponían ambos eventos respectivamente?. ¿Qué pasó que el pueblo pasó a ser sospechoso para la democracia que él mismo ganó?
Para los políticos del ’88 (los mismos de hoy) pareciera que ese pueblo sería demasiado ignorante de los serios y delicados asuntos del poder. En su tosca inocencia pretendía lo imposible en un mundo apenas posible. De ese modo, pasaron de la pretendida consolidación de una democracia plena a negociar la entronización de una democracia tutelada. Por más que cueste creerlo, esos hábiles y consecuentes hombres de Estado asumieron el triunfo como derrota. O, a lo más, como un empate con sabor a derrota donde por tanto había que negociar con urgencia. La suerte de Chile estaba echada. La Concertación había cruzado su Rubicón, pero con un afán y un ánimo totalmente contrario al de César.
Por esa pusilanimidad y sentimiento cupular, que se ha hecho pasar bajo la etiqueta de política «moderna» o «realista», los iluminados estaban convencidos que tenían la sabiduría (y el poder) de decidir de modo legítimo por nosotros entre gallos y medianoche. Estas camarillas, paradójicamente, además de pecar de soberbia, pecaron de timidez. Se elevaron por sobre los ciudadanos y, a su vez o por eso mismo, no fueron capaces de sopesar lo que valía el apoyo político que en esos años representaban esos ciudadanos. Falta de olfato, sed de poder, acomodo, asegurar alguna ganancia personal o todas las anteriores. Estábamos ad portas de la democracia sin ciudadanos, de los líderes sin liderados. Señoras y señores, con Uds. los Acuerdos Secretos de la Transición y la Democracia de los Consensos…
Nunca he sabido a cambio de qué se sacrificó lo que se ganó y todo lo que se podía haber ganado. Justo cuando, como se dijo, se tenía un gran apoyo popular en lo interno y además ya movilizado. Y para qué hablar del frente internacional que ofrecía toda la ayuda posible ante cualquier «regresión autoritaria». Entonces, es bajo estas consideraciones que la suposición de mal manejo político o de una actitud timorata, deja paso a sospechas muy muy oscuras…
Una de las pruebas más tangibles (y por lo mismo más vergonzosa) fue la negociación de las reformas constitucionales del ’89: la Concertación aceptó eliminar, sin informar públicamente sobre la real consecuencia de ello, los artículos 65 y 68 de la Constitución que les hubieran dado amplios poderes legislativos (que por eso mismo habían sido elaborados en el supuesto que ganaba Pinochet el ’88. Para el detalle ver el capítulo III de «Chile: una democracia tutelada» de Felipe Portales). Con posterioridad, las veces que la Concertación tuvo las mayorías requeridas en el Congreso para realizar cambios y no los hizo, son hechos que hablan por sí solos.
Aunque ganamos, perdimos. Lo que venía era hacer que nos acostumbráramos a esa realidad a punta de propaganda y desinformación, o sea, con anestesia. Lo cual requería desmovilizar al pueblo, para no herir susceptibilidades uniformadas, de la extrema derecha y del gran empresariado. Pero, lo que en verdad pasaría era que al final a la Concertación le gustó tanto el escenario que ayudó a construir, que se la jugaron convencidos por validar la situación con propaganda y desinformación, y desmovilizando al pueblo. Ahora estaba todo bien, porque en estos nuevos tiempos íbamos a crecer con igualdad…
De haber usado ese poder popular absolutamente real, no ficticio ni fruto de una ceguera voluntarista, de haber reforzado esa organización para dar lugar a un amplio movimiento de apoyo, no hubiéramos tenido que aguantar que los perdedores impusieran sus reglas y que de antidemocráticos que eran y son, se transformaran en los campeones de la democracia, ni que por obra y gracia de la Constitución al perder elecciones empataran y cogobernaran.
Tampoco a Pinochet en la Comandancia en Jefe y luego en el Senado, ni Boinazos ni Ejercicios de Enlace, ni picnics en Punta Peuco, ni a un asesino atrincherado en su fundo para no ir a prisión, ni cárceles especiales para uniformados. Ni a presidentes de la república, representantes del soberano, dando tantas y tan torpes explicaciones a periodistas extranjeros sobre esos «impasses». Ni a tecnócratas que deben haber sido excelentes alumnos en sus universidades resolviendo casos modelo, pero que no saben nada de la realidad y olvidaron sus ideas políticas.
Ni un sistema económico injusto y depredador que da lugar en el país a una de las peores distribuciones del ingreso del mundo y a una de las mayores concentraciones económicas del mundo, pero que es voceado como panacea por aquellos tecnócratas y los que se están enriqueciendo con él. Ni un Estado que como mera comparsa del modelo económico no entrega ni las prestaciones sociales más básicas (salud, educación y vivienda). Ni una catarata virtual de información que esconde un nuevo apagón cultural. Ni que la Economía reemplazara a la Política. En síntesis, no tendríamos un país a la medida de lo que las cúpulas determinaron como lo posible.
En ese escenario, los acuerdos alcanzados este mes sobre reformas constitucionales entre la Concertación y la Alianza, Ä„a catorce años del regreso de la democracia!, no son más que otra prueba que está asentado el poder cupular y que lo comparten ambas coaliciones. Las que podrán discutir acaloradamente tecnicismos para la galería, mientras siguen de acuerdo en lo de fondo.
Así, qué peligro representa para la Alianza esa «concesión» cuando desde la dictadura, pasando por el propio triunfo del No, han venido desarrollando su parecer en lo político, económico, educacional, empresarial, etc. Incluso, tampoco corren mucho riesgo si se llega a cambiar el binominalismo en un país en que la propia Concertación legitimó el modelo económico de sus «rivales» (aunque ya es toda una señal que el senador Espina, del ala «liberal» de RN, haya salido inmediatamente defendiendo el binominalismo por los medios). Pues, en Chile hasta los «socialistas» proponen crecer y esperar el chorreo.
A la fecha la Concertación, como la gran agencia de empleos en que se transformó, prefiere seguir administrando el poder como fin en sí. Para qué gobernar y menos transformarse en «populistas» y buscar justicia social; o «quedarse en el pasado» y buscar democracia plena y participativa. Queríamos cambiar el mundo y el mundo nos cambió a nosotros…
Sobre este entreguismo o consenso cupular (o entreguismo-consensual) ya se ha escrito y mejor que aquí. Moulian y su anatomía de un mito, Jocelyn-Holt y su del avanzar sin transar al transar sin parar o Portales y su democracia tutelada. Mas, en el aniversario del triunfo del pueblo democrático (que permitió que hasta a los antidemocráticos se les respeten sus derechos), no se podía dejar de recordar de nuevo cómo fue traicionado.
Últimamente, cuando pienso en nuestro país no puedo dejar de recordar cómo termina «La rebelión en la granja» de Orwell. En Chile también ya es doctrina oficial, asegurada y válida una nueva y extraña forma de igualitarismo: «Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros». En Chile también los adversarios de ayer hacen hoy negocios, amistad y planes juntos. Como en la novela, se han vuelto tan parecidos al punto de ser muy difícil diferenciarlos:
«Los animales asombrados, pasaron su mirada del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo; y, nuevamente, del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro»
Andrés Monares. Antropólogo, profesor en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile.
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