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Elecciones en Irak: ¿Legitimidad o ilegitimidad?

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Las próximas elecciones en Irak nos colocan frente a una situación verdaderamente inédita: Estados Unidos, el «Gran Satán», apoyando el pronunciamiento democrático de un pueblo, mientras que organizaciones «progresistas», unidas a los estamentos más reaccionarios del mundo islámico, las califcan como «ilegítimas».



Una minoría importante los sunitas, gobernantes sin contrapeso durante 50 años sobre la mayoría chiíta, ha decidido boicotear los comicios. Pero no sólo eso: han recurrido a la más extrema violencia, incluyendo atentados suicidas, amenazas, chantajes, han obligado a renunciar a cerca de setecientos empleados del sistema electoral (uno solo se resistió a las amenazas) para evitar que las elecciones se realicen. Aún así, el proceso continúa.



Las organizaciones fundamentalistas islamistas comparten una profunda convicción de que los comicios en países musulmanes deben regirse por el Sharia, la ley religiosa musulmana, tal como lo interpretan Bin Laden y sus seguidores, y no por leyes artificiales promulgadas por funcionarios elegidos democráticamente.



Esta opinión es definida principalmente por Sayyib Qutb en su libro «Ma´aalim ala al-tari» (Señales en el camino), que a su vez fue editado por la Hermandad Musulmana en El Cairo (incidentalmente la organización que se atribuyó el asesinato del Presidente Sadat) e ideóloga de todos los movimientos extremistas que aparecieron después.



El libro establece una clara dicotomía entre creyentes, que se rigen por las leyes religiosas islámicas, e infieles; tradición y decadencia; cambio y legitimidad. Citando al propio Qutb: «En el mundo hay un solo partido, el partido de Alá; todos los otros partidos son de Satán y de rebelión, los que creen que combaten por la causa de Alá; y los que reniegan de la causa de Alá, y que por lo tanto luchan por la causa de la rebelión».



Entre las cosas curiosas de esta elección es que el principal clérigo chiíta Al-Sistaní ha hecho continuos llamamientos a sus seguidores a votar. Aún más, decretó que quienes boicoteen estas elecciones son «infieles». Por su parte Bin Laden declara: Cualquiera que participe en estas elecciones comete apostasía y, por lo tanto, puede ser ejecutado en nombre de Alá.



Hay una cantidad de argumentos en el campo de los «progresistas», reyes y presidencias hereditarias del Medio Oriente, y funcionarios de Naciones Unidas que no aguantarían el examen lógico de un estudiante de primaria, que se resumirían en: no votar es igual a la negación al derecho a voto y ello transforma la elección en ilegítima.



Pero el ímpetu detrás de este boicot es que los sunitas quieren más que «un hombre un voto»; quieren tener el mismo peso que la mayoría shiíta, varias veces mayor en número de electores. Sería lo mismo que si una elección en Chile fuera declarada ilegítima porque no participan los radicales.



Ya hemos aprendido en Occidente que la democracia funciona solamente si se respetan los derechos de las minorías y los derechos de los individuos. Sin embargo, ello no implica que las mayorías deban someterse a las exigencias de las minorías.



De acuerdo a la actual Constitución iraquí, la Asamblea, con 250 miembros, no puede aplicar leyes si se oponen tres de las dieciocho provincias, entre las que están incluidas las del triángulo sunita. La manera de marginarse de las decisiones democráticas que se puedan tomar a futuro, es precisamente no participando en las elecciones del próximo día 30 de enero.



Aunque la realización misma de las elecciones todavía está por verse, es admirable el esfuerzo de una parte del pueblo iraquí que, por primera vez en su historia, quiere practicar el derecho a voto y conocer la democracia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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