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Wolfowitz al Banco Mundial: el irresistible ascenso de los neocons


Paul Wolfowitz, el viceministro de la Defensa de George W. Bush ha sido electo presidente del Banco Mundial. Algunas cancillerías europeas habían considerado la decisión de la administración Bush como «un golpe bajo». Sin embargo, los EE.UU siempre consideraron que la elección de Wolfowitz al importante cargo, por el Consejo de Administración de la entidad multilateral compuesto de sus 24 directores, sería una pura formalidad. Para muchas Organizaciones No Gubernamentales (ONGs), la movida de George W. Bush es una «provocación».



La presidencia del super banco -uno de los pilares del dispositivo regulador de la economía global- en manos de uno de los líderes del movimiento «neocon», ilustrará la consolidación de este círculo de ideólogos. La administración republicana de George Bush le habrá servido de trampolín al paladín neoconservador para ejercer el poder planetario en su variante financiera.



Por supuesto, en entrevistas concedidas al Washington Post, Le Figaro y a la Agencia Reuters, Paul Wolfowitz intentó mostrarse convincente al declarar que no tiene la intención de convertir a la institución financiera mundial en «un Banco estadounidense»: «De ninguna manera voy a imponer la agenda americana al Banco Mundial.»



Sin embargo, la historia reciente habla por sí sola. ¿Cómo no dudar de la capacidad de apertura multilateral del número dos del Pentágono, si los EE.UU, siguiendo sus consejos, invadieron unilateralmente Irak? Washington desconoció, además, el papel de las Naciones Unidas en la gestión de las nuevas amenazas y crisis en relación con la paz y la seguridad en el mundo. Al hacerlo, ignoraron la legitimidad de las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, situándose en la ilegalidad al violar el Derecho Internacional.



En la editorial del 19 de marzo, «Bush et le World Bank», el cotidiano Le Monde expresa el sentir de las opiniones públicas europeas: «Apenas de regreso de su gira por Europa, George Bush se acerca más al unilateralismo del primer mandato que a los deseos de diálogo enunciados al comienzo del segundo. […] Fueron los neoconservadores -encabezados por Paul Wolfowitz- los que inspiraron a George Bush en su cruzada del «Bien contra el mal». Ellos le dieron el fundamento ideológico a la intervención en Irak. Fue Paul Wolfowitz quien le aseguró a George W. Bush que los soldados norteamericanos serían recibidos con flores en Bagdad.»



El vespertino de París agrega: «El candidato del Sr. Bush a la cabeza del Banco Mundial no tiene ninguna experiencia en el campo de la lucha contra la pobreza. Esta decisión puede ser interpretada como una prueba de la indiferencia, incluso del cinismo de los EE.UU hacia los países pobres».



Al día siguiente de la significativa designación, The New York Times, se hizo la pregunta existencial, «¿Porqué Wolfowitz?». Después de reflexionar sobre el tópico, el matutino neoyorquino responde que el Presidente Bush tiene un plan: «Difundir (desde el BM) el mensaje neoconservador».



El ascenso irresistible de los neoconservadores



La línea de acción que ha caracterizado al selecto grupo de tomadores de decisiones civiles de la política extranjera y militar norteamericana, del cual Paul Wolfowitz es uno de sus miembros más notorios (junto a Richard Armitage, Richard Perle, Robert Zoellick, Stephen Hadley, Dov Zakheim, Robert Blackwill, Elliot Abrams y Frank Gaffney), es la de provocar cambios irreversibles y dejar una impronta imborrable. Es el sello de fábrica del círculo de poder.



Un centenar de intelectuales, una docena de revistas y un número similar de «Think Tanks» (situados entre la 15a y 10a calles en Washington a algunos pasos del FMI y del Banco Mundial y no lejos del Departamento del Tesoro, el centro neurálgico del Imperio según Zbigniew Brzezinski) que producen estudios sistemáticos sobre políticas públicas, política internacional y temas de defensa, ha logrado impregnar la visión del mundo de los denominados «halcones» y de los conservadores nacionalistas, dándoles una perspectiva estratégica a sus intervenciones.



Veteranos de las administraciones Reagan y Bush padre, como Polter Goss, el Director de la CIA; John Negroponte, el super Zar de los servicios de seguridad; John Bolton, el recién designado Embajador ante la ONU y crítico virulento de este organismo, giran hoy en la órbita de quienes creen en el poder de la ideología como factor determinante en la construcción de políticas.



Además, la Secretaria de Estado, Condoleeza Rice, personifica la profunda evolución ideológica de la primera a la segunda presidencia de Bush. La Sra. Rice ha adherido progresivamente a las ideas y a las opciones políticas de los neoconservadores.



Su reemplazante en el cargo de Consejero de Seguridad del Presidente es otro conspicuo neoconservador, Stephen Hadley, un íntimo de Wolfowitz quien trabajó con Donald Rumsfeld en los años 90′ en la comisión encargada de investigar y proponer un sistema de defensa antimisiles para doblegar a la URSS. Lo que denota muy bien los estrechos vínculos con el Complejo Militar Industrial y con los consorcios energéticos del entorno republicano.



El poder de las ideas y de los medios para imponerlas



No hay conspiración ni teoría del complot que valga para explicar lo que es el resultado del trabajo político voluntarioso de un grupo de intelectuales orgánicos que ha sabido construir redes de influencias (mediáticas, académicas, financieras, religiosas y políticas desde los ’60). Se trata de una red de especialistas que comparten un listado de ideas o valores comunes y que han tenido los medios para difundirlas en el momento oportuno.



Combatieron en contra del «síndrome de Vietnam» y el repliegue de los republicanos «aislacionistas» (no más intervenciones militares y «cero bajas»), popularizando la idea de una «América fuerte, optimista, segura de sí misma, de su poderío militar y de sus valores». Han sido «internacionalistas», activistas de la intervención extranjera de los EE.UU de manera unilateral, sobre todo en el Medio Oriente, lo que les ha valido el mote de «likudniki» (por el origen judío de muchos de ellos y por ser funcionales a las políticas del partido Likud de la derecha israelí).



De paso atacaron de manera sagaz los programas sociales del Estado benefactor. Pretenden, con detalladas investigaciones sociológicas en mano, realizadas por los «Think Tanks» adictos, que las ayudas del Estado son contraproducentes puesto que refuerzan la lógica de la pobreza que buscan eliminar. Según esos estudios, las medidas del Estado no incitan a trabajar sino a vivir del seguro social.



Los neoconservadores forjaron sus primeras armas teóricas en política internacional al oponerse a la «Escuela Realista» de Henry Kissinger. El Secretario de Estado de Richard Nixon pregonaba el equilibrio de fuerzas entre las potencias que constituían el sistema internacional de la post guerra. «Actores unitarios buscan como mínimo asegurar su supervivencia y como máximo obtener la dominación mundial», estipula la Realpolitik. Tales principios «realistas» obligaron a Henry Kissinger a respetar tratados, forjar alianzas y defender el «statu quo» con la URSS.



Pero la ocasión soñada para pasar a la acción fue el ataque terrorista del 11 de septiembre 2001. A partir de ese momento George Bush adopta el discurso y la estrategia neoconservadora: superioridad moral de los EE.UU., amenaza para el orden mundial de los Estados «rufianes», guerra contra el mal, exportación de la democracia y la libertad, supremacía militar absoluta de los EE.UU.(1).



En su presentación ante el Congreso, con motivo de su asunción al cargo de Secretaria de Estado, Condoleeza Rice (una conservadora «realista» hasta antes del 11/S) adoptó el punto de vista neoconservador acerca de la necesidad de hacer uso de la fuerza para cambiar un «régimen negativo», al declarar: «Hace cuarenta años que debimos desembarazarnos de la URSS».



Desde aquella época (los ’60) los neoconservadores denuncian todos los tratados internacionales que según ellos maniatan a los EE.UU. privándoles de la capacidad de iniciativa para defender sus intereses estratégicos. Pero no sólo los militares, sino todas las instancias de consenso multilateral mundial. Desde la ONU al Tribunal Penal Internacional, pasando por el Protocolo de Kyoto, hasta tratados comerciales donde su divisa pareciera ser: «proteccionistas o librecambistas, según nuestra conveniencia».



Las políticas del Banco Mundial



El mérito de la designación de Wolfowitz a la presidencia del BM es que como en la fábula aquella, el «Rey está desnudo» ya nadie podrá llamarse a engaño. Será del orden de las evidencias transparentes el que el dispositivo triádico (FMI, OMC, BM) de regulación de la economía capitalista global está al servicio de los intereses políticos de la hegemonía de los EE.UU y de sus corporaciones o multinacionales que le aseguran la potencia militar y tecnológica. Una evidencia que contradice la monserga neoliberal, puesto que los mercados no se mandan solos; quienes mandan son los que hacen la política dominante.



No es un misterio que el Fondo Monetario Internacional (dirigido por el ultraderechista español Rodrigo Rato) y el Banco Mundial trabajan en estrecha colaboración con la Organización Mundial del Comercio (OMC, el candidato de Francia es Pascal Lamy). Las tres instituciones económicas forman un todo complementario. Las dos primeras son las vigas maestras del sistema financiero mundial diseñado en Bretton Woods en 1944. En ese momento el FMI debía evitar que se repitieran las crisis monetarias de los años 1930 y la caída de los intercambios mundiales. Al BM le tocó la reconstrucción de Europa.



Las cosas cambiaron en 1988 con la adhesión de las elites mundiales al neoliberalismo y al Consenso de Washington. En esa época un protocolo suscrito entre las dos entidades estipuló que el país beneficiario de un préstamo del Banco Mundial debe firmar un acuerdo y contar con el aval del FMI.



En la práctica, los «planes de lucha contra la pobreza» del Banco Mundial siguen, acompañan y exigen la aplicación de las recetas neoliberales del Fondo y las medidas de éste se inscriben en la lógica de la circulación de capitales, bienes y servicios de la OMC. A esta última entidad le corresponde defender a brazo partido los derechos del capital contra la soberanía de los Estados. Concepto que los tecnócratas consideran superado y obsoleto en la era de la globalización.



La periodista francesa Babette Stern afirma: «Las intervenciones horizontales del Fondo están sistemáticamente acompañadas de recomendaciones «verticales» del Banco Mundial en todos los sectores de actividad: saneamiento fiscal, reestructuración de sectores bancarios, privatizaciones, recortes en programas sociales».



Joseph Stieglitz, ex economista jefe del Banco Mundial, en un libro revelador -La Gran Desilusión- explica las prácticas de la entidad financiera. El Premio Nóbel de Economía muestra la contradicción entre el discurso de los objetivos de «crecimiento económico y de pleno empleo» del Banco Mundial, los medios empleados; liberalización y privatización, y las consecuencias reales: desestructuración de economías locales incapaces de competir con los productos del Norte, fuga de capitales, burbujas especulativas, desaparición de servicios públicos, concentración de la riqueza en manos de la elite nacional.



En la gestión global de la economía mundial África, América Latina y Asia están ausentes. La Deus Ex Machina trinitaria que tiene por divisa «todo tiene que convertirse en mercancía, todo debe ceder ante la lógica implacable del capital», está bajo el control de Europa y EE.UU.



¿Como explicar el malestar de muchos países europeos ante la designación de Paul Wolfowitz a la presidencia del BM? Considerado brillante por algunos, el ex Embajador en Indonesia es un eficiente analista de programas de defensa, pero «nadie le tiene confianza puesto que no tiene cualidades de organizador», afirman los periodistas Alain Frachon y Daniel Vernet, autores de L’Amérique messianique, Les guerres des néo-conservateurs. James Mann, en Rise of the Vulcans lo caracteriza como «un eterno protegido».



Una vez terminado su Doctorado en Ciencias Políticas vive durante años trabajando bajo la «sombra protectora» del genio de la estrategia, Albert Wohlstetter. «Más tarde cuando llega en 1981 al Policy Planning (el centro de análisis político) del Departamento de Estado reemplaza a sus 25 miembros por neoconservadores de confianza», afirman los periodistas franceses en su reciente libro.



El retorno de los ideólogos



Wolfowitz no es un hombre imprevisible. Su carrera política la ha hecho al servicio de la supremacía de los EE.UU. Para algunos, los neoconservadores son la encarnación política de las teorías del filósofo judío-norteamericano, el neoplatónico Leo Strauss, un admirador de Carl Schmitt y de su crítica del liberalismo. Si bien es imposible pensar la ideología neoconservadora sin la influencia straussiana, afirmar que el neoconservatismo es una estricta aplicación de sus teorías es un error.



Strauss («un pensador elitista y antidemocrático hostil a los postulados de la Ilustración según la cual todos los hombres han sido creados iguales», escriben Deutsch y Murley en el New York Times del 28 de noviembre de 1994) puso de moda el concepto de «tiranía» versus «razón» en filosofía política. Concepto que implica un juicio de valor acerca de la «naturaleza de los regímenes políticos». Todo régimen político considerado tiránico merece ser derrocado en nombre de la «libertad». Esto debe hacerse sin compromiso alguno, los valores priman y dan la razón afirmarán los neoconservadores, sirviéndose de los análisis de Leo Strauss (2).



Sí, las ideas tienen consecuencias, pero a veces éstas son inesperadas. El caos iraquí es un ejemplo de la capacidad de la compleja realidad para vengarse de espíritus iluminados. Una demostración de la falta de juicio de Paul Wolfowitz o de una ortodoxia resultado de una visión imperial del mundo.





(1) Hillel Franklin, brillante neoconservador y Director de la Ethics and Public Policy Center, (un Think Tank pequeño presidido por Elliot Abrams) recuerda que «repentinamente en la Casa Blanca se descubre que hay gente que ha pensado la amenaza que representa la ‘sorpresa estratégica’. [Â…] los neoconservadores tenían respuestas, estaban obsedidos por el terrorismo y los Estados rufianes. «Bajo el impacto del 11/S, Bush cambió su discurso. En el supermercado de las ideas que existía hasta ese momento en el seno de la administración los «realistas» eran fuertes. A partir de la fecha fatídica el centro de gravedad se desplaza hacia el equipo neoconservador», afirma Marc Plattner del Nacional Endowment for Democracy.



(2) No se puede responsabilizar a Leo Strauss de la muerte de miles de iraquíes, como no puede responsablizarse a Marx de los crímenes de Stalin, ni a Nietszche de la barbarie nazi, ni a Thomas Hobbes ni a Von Hayek de los crímenes de Pinochet, ni a Jacques Maritain de las andanzas golpistas de algunos falangistas chilenos en septiembre de 1973.



Leopoldo Lavín Mujica. Profesor del Departamento de Filosofía del Collčge de Limoilou, Québec, Canadá(leopoldo.lavin@climoilou.qc.ca).


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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