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El avance de las mujeres [1]


El hecho que dos mujeres tengan la posibilidad cierta de acceder a la Presidencia de la República supone un cambio mayor en la sociedad chilena. Se está coronando con éxito una larga historia de movimientos que buscaban la justicia para con las mujeres. Durante más de dos siglos el feminismo occidental promovió la idea que la cultura humana sólo estaba contando la mitad de la historia. Las mujeres no eran escuchadas ni valoradas en su construcción del mundo, de la cultura y de la civilización.



Mary Wollstonecraft (1759-1797) fue una de las primeras en hablar fuerte y claro al reclamar que si se pretendía que el mundo quede libre de la tiranía, no sólo debe cuestionarse el «derechos divino de los reyes» sino también el «derecho divino de los maridos». Su crítica hizo escuela. Soledad Alvear y Michelle Bachelet son sus discípulas destacadas en este último rincón del mundo.

Tres tipos fundamentales de feminismo han hecho su aporte en esta larga marcha. El primero es de raíz liberal y han centrado su accionar en la igualdad de derechos civiles y políticos para hombres y mujeres; en la igualdad de oportunidades profesionales y educativas; en la promoción de la autodeterminación sexual y en la igualdad de sueldo para un mismo trabajo. La tradición marxista ha visto como causa principal de la dominación de la mujer su dependencia económica por parte del varón. Luego, su mensaje ha sido la lucha por la emancipación económica de los oprimidos por el sistema económico que califican de capitalista, patriarcal y militarista.



Finalmente, existe un feminismo romántico o cultural que enfatiza lo emotivo y la natural del mundo femenino respecto de lo técnico y lo racional propio del varón, existiendo feministas radicales que rechazan en bloque este último mundo y otras que buscan un equilibrio entre lo masculino y lo femenino que deben respetarse y saberse diferentes. Entre estos últimos encontramos la moderna y esperanzadora teología feminista.

El hecho que una mujer pueda llegar a la más alta magistratura nos ayudará a atacar todas aquellas formas de «indoctrinación de género», es decir, de enseñar de niñas a las mujeres determinadas tradiciones y costumbres que las relegaban al ámbito de lo privado, propio de lo doméstico y de la reproducción sexual.



Así las mujeres eran presentadas como necesitadas de co-dependencia, lo que se expresaba en baja autoestima, incapacidad física, emocional y espiritual para cuidarse de sí mismas. Las mujeres eran naturalmente débiles, pasivas, dependientes, carnales, emocionales y espiritual e intelectualmente particulares, concretas e inmanentes.



Los varones, por el contrario, serían activos, independientes, inteligentes, valientes, fuertes y capaces de desarrollar pensamiento abstracto y general. La «feminización de la pobreza» y el evidente machismo en la política, la economía y la ciencia son consecuencia de esta socialización. Esta, por cierto, tiene consecuencias materiales y concretas.

De acuerdo a Mideplan, estudio Casen 2000, nos encontramos con que los ingresos monetarios de un hogar dirigido por un varón era el de 545 848 pesos, contra 346 770 pesos si ese mismo hogar es dirigido por una mujer.



El mismo año 2000, un 72,9 por ciento de la fuerza de trabajo era masculina, contra un 35% femenina. Ahora bien, donde se ha producido una verdadera revolución es la creciente equiparación en cuanto a la educación de hombres y mujeres. Una niña de quince años o más tiene 9,7 años de escolaridad promedio, contra diez años de los varones. La necesidad de igualar a hombres con mujeres lleva a que un setenta por ciento de los chilenos ya no crea que la mujer debe confinarse a tareas laborales propias del sexo, que los empleadores no deben discriminar en contra de ellas y un 78% señala que las mujeres tienen la capacidad necesaria para desarrollar cargos de alta responsabilidad (Encuesta Nacional de Tolerancia, junio del 2003).

Como se puede apreciar la educación y la cultura sí importan. El hecho que nuestras niñas sean educadas para jugar roles más bien pasivos y privados tiene consecuencias políticas, económicas y sociales. Sin embargo, es claro que la última palabra no está dicha. Cuando en la encuesta antes citada se preguntó a los chilenos de tres grandes ciudades si ellos creían que un colegio adecuado para las niñas es aquel donde puedan aprender a ejercer sus papeles de madre y esposa, casi un cuarenta por ciento estuvo un poco, muy o totalmente de acuerdo.



Inquietud surge cuando la igualdad entre hombres y mujeres incluye la creciente igualación, detectada por las encuestas del Instituto Nacional de la Juventud, en la edad de iniciación sexual o en la ingesta de bebidas alcohólicas Los chilenos están molestos contra las discriminaciones, pero no saben bien discernir cuáles son arbitrarias y cuales son positivas.



¿Deberemos crear cupos para lograr la igualdad política entre hombres y mujeres? Promovemos discursivamente a la familia como el lugar de plenitud de los chilenos, pero ¿qué pasa con ella cuando padre y madre salen a trabajar en los mismos horarios? ¿Todo será cuestión de ampliar los jardines infantiles y la educación prebásica? No es raro que los chilenos, según el PNUD, sientan mayoritariamente que su familia es fuente de tensión y problemas.

Estamos entrando en una nueva era de la humanidad. Todo crecimiento supone crisis. Es inevitable. La política está dando un paso adelante en un signo de los tiempos: la irrupción de la mujer en la vida pública. Bienvenido sea. Mas, la clave es que ello sea acompañado de un vigoroso movimiento de diálogo en el espacio público. Acabar con cinco mil años de machismo occidental no nos tomará diez días, ni será tarea de unas pocas ni será sin dolores de parto ni sudores en nuestras frentes.

Sergio Micco Aguayo, Corporación A Todo Sur.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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