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Tras las huellas poéticas de Nazim Hikmet

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Mientras aquel 8 de abril se celebraba el Gran Funeral Global de la historia en Roma, yo partía en tren con mi guitarra, un par de libros y mi cepillo de dientes desde Alemania a Bruselas, Bélgica. Los poetas chilenos Elías Letelier, César Castillo y el húngaro-canadiense Endre Farkas llegarían desde Canadá. La argentina Laura Ciancaglini, desde Barcelona. María del Socorro Soto, desde México. No conocía a nadie. A algunos, sólo de nombre.
Curioso. Una antología de poesía nos unía y convocaba con un hilo invisible. «Canto a un prisionero» era una realidad, había salido de la imprenta el día anterior en Quebec y venía en la maleta de Elías Letelier, después de meses de convocar éste a poetas del mundo desde www.poetas.com,la página de Poetas Antiimperialistas en Internet, apoyando a los presos políticos de Turquía. Es decir, mientras se enterraba al Papa, asistíamos globalmente a celebrar un nacimiento.



Iba curiosa al encuentro del libro y de los rostros que conocería. Una primavera lluviosa por la ventanilla del tren entre no fumadores. Trasbordo en Colonia, al lado de la catedral. Pronto entramos a Bélgica, aparecen rocas, casitas de piedra, ríos, ciudades pequeñas. Bruselas al fin. Jan Marien, un amigo belga que tradujera mi artículo sobre el hallazgo de Antonio Reynaldos de la tumba de Malva Marina -hija de Neruda- al holandés y lo publicara en Bélgica el año pasado, me lleva a aquella monumental plaza que recordaba haber visto hacía 22 años. Al niño meón de Bruselas no lo vi. Pero sí ese aire internacional de calles y edificios antiquísimos, transitados por tantas culturas. Y cafés. Muchos cafés.



El acto se realiza en un barrio pintoresco lejos del centro. Una sala grande plagada de niños corriendo, ruido, humo, olor a comidas sabrosas cocinándose, vasos de tinto transitando. Familias de Chile, Turquía, Bélgica. Esa atmósfera de improvisación que escasea en Alemania. Al fin Elías, César, Endre, Laura, Socorro, venidos de tan lejos. Bahar, de los organizadores turcos. Y el libro, claro. Tendido y repetido sobre una mesa, «Canto a un prisionero» atrae por su portada. Al principio creo que es una foto trucada, un hombre en la penumbra sujetando el sol (o la luna?) entre sus manos. Pero no. Es el cuadro «La lámpara» de Edgar Delgaz.



Comienza el acto, y sin conocernos apenas, sin haber hojeado el libro, vamos a presentarlo entre todos. Alcanzo a buscar mis cuatro poemas, cada cual tiene siete minutos. Somos 95 autores de tantos parajes y culturas encontrándonos en estas páginas… Lo sé más tarde: venimos de Chile, Colombia, Argentina, España, Brasil, El Salvador, Perú, México, Puerto Rico, Hungría, Canadá, Nicaragua, Alemania, Islas Canarias, Paraguay, Bélgica, Uruguay, Ecuador, Cuba, Bolivia. Más los países de exilio.



El 8 de abril en Bruselas se canta en turco, leemos en castellano, un chileno canta, se lee en inglés, yo canto en castellano. Pausa. Jirones de conversaciones entre nosotros, público, lecturas, música, pausa, comida. Bahar anuncia en turco, en francés, lecturas en castellano, en inglés, canciones, homenaje a los presos de Turquía. Olisqueo aquel libro que va regalándome nombres conocidos, algunos de amigos antiguos de entonces, de los tiempos de mi Chile bajo dictadura. Otros nombres conocidos desde los libros, otros, de encuentros en congresos, por Internet, por becas, por música… Ernesto Cardenal, Sergio Mansilla, Hans Schuster, Amado Lascar, Eduardo Llanos, Juan Camerón, Jorge Etcheverry, Marta Zabaleta, Patricio Manns, Roxana Miranda, Elías Letelier…



En Bruselas nos acogen como hermanos. Se sigue rumbo a Rotterdam. Unos siguen a Colonia. a París. «Canto a un prisionero» va con ellos, con Elías, César, Endre, Laura, Socorro.



Tan diferente en el lenguaje poético, cada cual. Y sin embargo unidos en un tema: el viejo dolor que nos mantiene despiertos, ese dolor que se repite, en Chile, en Latinoamérica entonces. Y hoy en Turquía,como en tantos confines del mundo. Pero en Turquía pensamos al recitar estos versos. En aquellos libertarios tras las rejas que tan bien conocimos en nuestras dictaduras y revoluciones. Y en nuestro irrenunciable sueño libertario.
Como expresa Virginia Vidal en el prólogo de «Canto para un prisionero»: «Ellos están siguiendo el ejemplo del poeta Nazim Hikmet que fue capaz de cantar a la vida, el amor y la libertad, a pesar de que su vida transcurrió en las cárceles turcas de ayer por la misma noble causa de los presos de hoy».



«Canto a un prisionero». Antología de Poetas Americanos.
Homenaje a los Presos Políticos en Turquía. Editorial Poetas Antiimperialistas de América (www.poetas.com).




Isabel Lipthay es escritora, periodista, cantante. Vive en Alemania.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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