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La cultura de la (des)memoria en Chile


¿Cuánta memoria requiere una sociedad? ¿El recuerdo colectivo del pasado reciente contribuye a la construcción de un futuro mejor? ¿A través del procesamiento del pasado pueden lograrse formas de aprendizaje social? Detrás de estas preguntas suele existir cierto consenso que puede ser un tanto engañoso. Pues corrientemente se asume que recordar es bueno y que olvidar es perjudicial. Sin embargo, cuando individuos pasan por fuertes traumas, a veces la desmemoria provisional resulta ser una estrategia funcional para continuar una vida cotidiana con normalidad.



Esta ausencia de recuerdo es algo que no sólo afecta a personas sino que también a grupos sociales. De hecho, la historia revela que cuando las sociedades pasan por experiencias de violencia extrema, generalmente deviene a continuación una época de amnesia. Esto es lo que sucedió, tanto en Alemania después del nazismo, como en España luego del franquismo. En ambos casos, las generaciones que vivieron el horror en carne propia prefirieron dar vuelta la página de la historia y comenzar así una vida desde cero.



La cultura de la desmemoria operó entonces como una fórmula para impedir que la interrogación por los vencedores y los vencidos haga trizas la convivencia social. En términos sociológicos -es decir, no según criterios éticos o morales -, una cultura de la desmemoria parece ser una fórmula transitoriamente eficaz para enfrentar traumas colectivos.



Sin embargo, una cultura de la desmemoria es una estrategia que no es sustentable en el largo plazo. Tarde o temprano surgen nuevas generaciones que se cuestionan por el pasado, pues la construcción de la identidad requiere de ello. Los seres humanos y los grupos sociales tienen una necesidad antropológica de la memoria. Para poder idearnos lo que queremos ser (futuro), observamos nuestra situación actual (presente) y nos cuestionamos de adonde venimos (pasado). Este proceso es algo que marca la vida tanto de individuos como de sociedades.



Desde este ángulo, la revolución del 68 en Alemania puede ser interpretada como una fase de reinterpretación de la memoria histórica de dicha sociedad. Luego de una época de amnesia, las generaciones jóvenes se vieron en la necesidad de preguntarles a los mayores y a las autoridades qué es lo que hicieron en el período del nazismo. ¿Estaban en contra o a favor de Hitler? ¿Efectuaron algo para oponerse al régimen? ¿Fueron sancionados aquellos que participaron activamente en el fascismo o andan libres por las calles? ¿Y adónde radica la culpabilidad del fenómeno nazi: en el pueblo alemán o en una elite desquiciada?



Preguntas de este tipo no parecen estar en Chile muy presentes en las nuevas generaciones, pese a que nuestro país ha vivido una larga y brutal época dictatorial. Hasta el momento ha primado una cultura de la desmemoria, existiendo hitos del recuerdo más bien aislados, como el Informe Rettig, la Mesa de Diálogo y el reciente Informe Valech. Llama la atención que dichos hitos han sido fenómenos políticos ideados desde arriba, como respuesta a la presión ejercida por las asociaciones de defensa de los Derechos Humanos. En otras palabras, han sido ciertos grupos políticos y de la sociedad civil los que se han sentado a trabajar la memoria, sin que necesariamente haya existido una presión masiva para que esto se haga.



¿Tienen los chilenos y las chilenas actualmente una preocupación por el pasado reciente del país? Hay por lo menos tres indicios que revelan que lentamente hay un mayor interés en el tema de la memoria. En primer lugar, hace no mucho tiempo dos libros – más bien áridos – que tematizan la identidad de la nación estuvieron un par de meses dentro de los ranking de ventas («Identidad chilena» de Jorge Larraín y «Nosotros los chilenos» del PNUD). En segundo lugar, con motivo de los 30 años del golpe militar devino una avalancha de información mediática al respecto. Y por último, el año pasado la película «Machuca» no solo fue bien recibida por la crítica, sino que también fue vista por un caudal impresionante de espectadores.



¿Puede pensarse entonces que Chile lentamente avanza hacia una nueva etapa en el trabajo de su propia memoria? Si bien los indicios arriba nombrados apuntan cierto enfrentamiento con la amnesia colectiva chilena, no se cuenta con estudios detallados al respecto. Investigaciones de otros países revelan que la construcción de la memoria social es un proceso complejo, donde la esfera privada (amigos y familia) y la pública (discursos e hitos oficiales) corren por carriles distintos.



De hecho, en el espacio público proliferó un sinfín de comentarios respecto a «Machuca», pero no contamos con investigación empírica alguna sobre lo que los espectadores encontraron en dicha película. ¿Por qué fueron las personas a verla? ¿Qué puntos les llamaron la atención? ¿Jóvenes y viejos se detuvieron en los mismos detalles? ¿Cuáles fueron las conversaciones que a partir de la película se abrieron en los ámbitos de convivencia privada? ¿Surgió allí una relectura de la memoria del país?



Se puede plantear la hipótesis que la amnesia de Chile frente al período de la dictadura militar está lentamente cediendo terreno y, por tanto, es posible pensar que se va a ir abriendo una arena de debate público y político en torno a la memoria. Es muy probable que un hecho singular -como por ejemplo la muerte del Dictador- sea la gota que rebalse el vaso. Esto traerá consigo una serie de interrogantes en el ámbito privado y público. Generaciones jóvenes podrán cuestionar el rol que sus padres y las autoridades han tenido en el período militar, así como también la ciudadanía probablemente examinará los costos que una transición excesivamente pactada ha traído consigo.



De tal manera, puede pensarse que actualmente se están dando las condiciones para que un trabajo de la memoria se abra en Chile. De ser esto cierto, estamos frente a un tópico de relevancia central para el desarrollo del país, donde artistas, intelectuales y diversos agentes culturales se pueden transformar en los portadores de este trabajo de la memoria. La historia de otros países indica que es de esta forma como las sociedades pueden aprender de sus propios errores y establecer así procesos de cambio social.



Cristóbal Rovira Kaltwasser. Estudiante de Doctorado Humboldt-Universität Berlin (cristobal.rovira.kaltwasser@student.hu-berlin.de).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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