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Dictadura de las audiencias y anestesiamiento del espacio público


Desde hace un tiempo a la fecha, nadie duda que los medios de comunicación chilenos estén cambiando. Para muchos se trata de modificaciones positivas, mientras otros se espantan por una creciente chabacanería. Vulgaridad, sexualidad y frivolidad son palabras que se utilizan para caracterizar la transformación que está viviendo la prensa, la radio y/o la televisión.



Sin embargo, más que interrogantes de índole moral, cabe cuestionar si los medios de comunicación están haciendo o no un aporte para la democracia. En teoría, los medios no sólo sirven para entretener a las personas y para publicitar productos, sino que también para potenciar el debate público. Gracias a ellos la sociedad puede establecer una agenda con los problemas que le preocupan. Es así como se constituye un espacio de mediación entre la ciudadanía y quienes conducen el país.



Desde este ángulo, cabe preguntarse si hoy en día los medios contribuyen a la creación de una opinión pública. ¿Los programas de televisión ayudan a que las personas entiendan las decisiones que se toman en el parlamento? ¿Los diarios despiertan en los individuos una motivación por saber aquello que afecta al conjunto de la sociedad? ¿Las radios sirven para que la ciudadanía comprenda los debates públicos e influya en ellos?



Los datos del último Informe del PNUD indican que en Chile los medios de comunicación no estarían aportando a la formación de una opinión pública propiamente tal. De hecho, ellos producirían una suerte de círculo vicioso: por un lado, sólo la mitad de la población comprende los debates sobre temas políticos, y por otro lado, la misma proporción de chilenos se interesa por informarse en estos temas (ver tabla).


¿Siente usted que comprende
los debates sobre temas políticos? (porcentaje de la población)

¿Se interesa usted por informarse
por temas políticos? (porcentaje de la población)

Los comprendo bien

18

Frecuentemente

16

Los comprendo medianamente

30

Alguna veces

27

Los comprendo un poco

26

Pocas veces

19

No los comprendo

25

Casi nunca

37

No sabe – No responde

1

No sabe – No responde

1

Fuente: PNUD
Chile, Informe de Desarrollo Humano 2004, página 296




No sabemos que va primero y que va después. Quizás las personas no tienen interés en la política y por ello no se informan al respecto; o bien los medios no dan a entender sobre qué reflexiona la política y por eso no hay interés en ella.



Más allá del origen de este dilema, los datos señalan que los medios de comunicación no están aportando a quebrar este círculo vicioso. Y esto se debe, en gran medida, a su lógica de acción: al prácticamente no existir fondos estatales para financiar el espacio público, éste es colonizado por el mercado. Se erige entonces una industria de medios que define y estudia audiencias, las cuales son seducidas mediante estrategias de marketing. Es de esta manera como se produce un anesteciamiento de la opinión pública.



En consecuencia, lo que hay Chile es una dictadura de las audiencias antes que una democracia de públicos reflexivos y deliberantes. Nótese que públicos y audiencias no son lo mismo. Los públicos son colectivos interesados en uno o varios temas, que se informan al respecto, dan a conocer sus puntos de vistas y presionan por instalarlos en los medios. Las audiencias en cambio son agrupaciones generadas por investigadores de mercado, a través de encuestas y focus group. En este sentido, es muy distinto si un canal de televisión, un diario o una radio se concibe asimismo como constructor de audiencias o como mediador y vocero de públicos.



Por cierto que la frontera entre una categoría y otra es lábil, al igual como sucede con la línea divisoria entre consumidores y ciudadanos. En principio, no hay nada de malo en que los medios construyan audiencias y despierten su interés a través de técnicas de presentación y teatralización. El problema es que sólo hagan ello y que no aporten también a la potenciación de públicos reflexivos y deliberantes. Esta última tarea no siempre es económicamente rentable, aunque si es socialmente necesaria. Se trata de un bien público que en muchos países es protegido y respaldado por el Estado a través de diversos modos de acción (ausencia de impuestos para los libros, financiamiento estatal no partidario de medios, inversiones focalizadas para cierto tipo de comunicaciones públicas, etc.).



Sin duda alguna que los medios de comunicación se han venido erigiendo en nuevos aliados de las personas al momento de defender sus derechos y fiscalizar la labor de las elites. Alcaldes tienen que enfrentar cuestionamientos en programas televisivos o radiales, mientras que la acción de diputados y senadores es evaluada por la prensa. Esto ha sucedido no tanto por un altruismo social de los medios, sino que por su interés en ganar el rating de las audiencias. El mejor ejemplo de esto, es que la mayor parte de la ciudadanía no comprende los debates políticos ni se interesa en ellos. Algo funciona mal con nuestros medios de comunicación. Y más que un asunto moral se trata de un problema para nuestra democracia.



Si los medios de comunicación son concebidos como una industria más que debe regirse según las leyes del mercado, entonces no resulta extraño que se produzca un anestesiamiento de la opinión pública. Por ello que en Chile tengamos una dictadura de las audiencias, donde opinólogos e investigadores de mercado tienen un poder nada de despreciable. En consecuencia, el problema con la transformación de los medios de comunicación chilenos no es tanto una cuestión moral y de ataque a las buenas costumbres. Se trata más bien de un desafío para nuestra democracia.



Cristóbal Rovira Kaltwasser. Estudiante de Doctorado Humboldt-Universität Berlin (cristobal.rovira.kaltwasser@student.hu-berlin.de).


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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