Publicidad

El tema fundamental de la segunda vuelta


El tema fundamental de la segunda vuelta no es el del humanismo cristiano. Lo central radica en que el balotaje enfrentará a dos fuerzas: las progresistas, conformadas por humanistas laicos y humanistas cristianos, encabezadas por Michelle Bachelet, versus las dos derechas: la UDI, hija predilecta del régimen de Pinochet, y una derecha más liberal representada por Sebastián Piñera.



No hay que perderse entonces: progresismo versus derecha. Ese es el nudo de la cuestión. Y que se comprenda en esos términos -desde luego- es lo que menos le conviene a la derecha. De allí la insistencia en travestismos de diverso tipo. De allí el intento de Piñera por abrigarse bajo el paraguas del humanismo cristiano.



Pero antes de ir al fondo del asunto, permítanme una digresión acerca del humanismo cristiano. Resulta desvergonzado que la derecha que sustentó a Pinochet se reclame de algún tipo de humanismo. Después del Informe Rettig, del Informe Valech, del reconocimiento que se hicieron desaparecer cuerpos y luego se desenterraron para nuevamente hacer desaparecer restos con propósitos de impunidad, se invoque la palabra humanismo. Decía Goethe que «las verdades más palmarias son aceptadas primero en silencio; se difunden con lentitud, y acaba por parecer natural lo que se negaba tercamente». ¿Le cabe hoy a alguien la duda que la dictadura de Pinochet fue el más desquiciado antihumanismo en acto que haya registrado nuestra historia?



Luego, la pregunta es: ¿puede hoy reclamarse del humanismo no diré Piñera como individuo, sino la coalición de derecha que él representa en segunda vuelta? ¿Puede reclamarse del humanismo el Presidente de su Partido (no un militante cualquiera, ni más ni menos que el Presidente del partido) que negaba los crímenes a nombre de Pinochet en la Asamblea General de Naciones Unidas? Para qué hablar de los ministros UDI que alguna vez formaron parte del bando de los «duros». Que esa coalición, con el pasado que tiene, se reclame de un humanismo cualquiera suscita a lo menos una sonrisa irónica.



Pero vamos al fondo: el eje progresismo versus las dos derechas. La derecha sabe que, planteadas así las cosas, su destino es siempre el fracaso electoral. Por ello sus intentos de acercarse al centro, y en particular de captar a la democracia cristiana.



Históricamente, ha habido en la Alianza dos posturas respecto a la DC, encarnadas por Pablo Longueira y Andrés Allamand respectivamente. La obsesión de Longueira ha sido destruir a la DC. La obsesión de Allamand ha sido cooptar a la DC, sosteniendo que en Chile la integración de la DC en una común alianza progresista con el eje PS-PPD-PRSD es «una anomalía histórica» (volveré sobre el punto más adelante).



El esfuerzo de Piñera sigue la línea trazada por Allamand. En campaña lo ha reiterado hasta la saciedad: «Estoy pensando en una nueva Alianza, mucho más amplia, pluralista, tolerante, con vocación de mayoría». El problema es que para construir esa alianza «tolerante» debe incluir a la UDI, durante años encarnación de la intolerancia pinochetista y el sectarismo ultraconservador.



Fue precisamente por ello que, durante la primera vuelta, cuando Lavín se acercó a Piñera con la tesis del «socio», se habló de un verdadero «abrazo del oso» UDI a las pretensiones del liberal de derecha.



Y llegamos entonces a la situación paradojal post primera vuelta: si bien dentro de las dos derechas se impuso el candidato liberal, la hegemónica, la que manda en el sector es la UDI. Su fuerte representación parlamentaria y el bloqueo reciente a la modificación del sistema binominal (modificación que ha estado más de una vez en el programa de los liberales de derecha, Piñera incluido) refleja claramente lo que sucede. Otra cosa es que esa derecha «vista mal» y haya que esconder a Jovino, a Longueira, a Moreira, sacarlos de la primera línea. A lo más, se puede seguir usando por unos días la sonrisa bobalicona de Lavín, para captar el voto popular encandilado con su populismo kitsch.



La estrategia, entonces es -recordando a un célebre monito animado- «huyamos hacia… el centro»… y no hacia la derecha del «socio» que viste mal.



Tan claro lo tiene la derecha que lo han venido repitiendo sistemáticamente desde hace meses. Veamos: el Senador Espina: «la coalición UDI-RN no alcanza para ganar las elecciones. Si la Alianza se sigue mirando el ombligo vamos a ser una eterna oposición. Por eso queremos una que integre también a sectores de la DC» (La Tercera, 30 de octubre de 2005).



Tres semanas después, Andrés Allamand, poco antes de la primera vuelta: «El desafío de Piñera es que no sea un enfrentamiento más entre Concertación y Alianza, sino una disputa entre dos fuerzas políticas distintas» (La Tercera, 20 de noviembre de 2005).



Y luego de la primera vuelta el analista Mauricio Carvallo de El Mercurio en la edición del 18 de diciembre sostenía: «La estrategia de Piñera es desmarcarse suavemente de la UDI una vez conseguido su compromiso total. Por eso se cuidará en la campaña de no realizar actos conjuntos y desarrollará su idea de una nueva coalición con nuevas sensibilidades» (…) «para crecer necesita dar la sensación que representa al electorado gremialista, pero al mismo tiempo le urge convencer que él no es como la UDI». Este propósito es lo que, no sin ironía, Eugenio Tironi ha llamado «la cuadratura del círculo» por sus visos de imposibilidad.



Sabemos que, con un pragmatismo increíble, la UDI aceptó el trato, al punto que Longueira, en la misma edición del domingo 18 de diciembre afirma que «la estrategia fundamental es que Piñera enfrente solo este mes», es decir borrar a la UDI, porque todos aceptan que le da mal aspecto al liberal Piñera juntar a Longueira, Jovino, Fernández, Moreira, la Cristi… en una foto de campaña; el team recuerda mucho las fotos con Pinochet en el día de su cumpleaños y, claro, esa imagen hoy ya «no vende» en términos electorales, salvo en el nicho derechista duro.



En conclusión para el votante indeciso o poco informado: Ä„las dos derechas tratarán en lo sucesivo, tanto como puedan, presentarse como cualquier cosa menos de derecha! Ä„Ese y no otro es el punto! De allí la obsesión por reclutar demócratacristianos. De allí la persistencia por reclutar otras sensibilidades (regionalismo incluido).



Progresismo versus las dos derechas. Es ese el eje a disfrazar, enredar y, sobre todo, a evitar, porque saben que es garantía de derrota. Si no, basta mirar los resultados por partidos y la suma del bloque progresista versus la suma de las dos derechas.



Ahora bien, antes de terminar, volvamos a la famosa tesis de la «anomalía» de la alianza de la Democracia Cristiana con el eje PS-PPD-PRSD. Allamand sostiene que lo que explica esa alianza es nada más que la lucha contra la dictadura, que unió a fuerzas que antes en Chile y hoy en el resto del mundo suelen estar separadas: Democracia Cristiana y Socialismo. Dejando de lado el actual pacto CDU-SPD en Alemania, el análisis de Allamand es incorrecto en un aspecto importante: si nos remitimos a la década de los 60, más allá de la polarización, la tesis del camino propio y la posterior ruptura radical entre la DC y la Unidad Popular, democracia cristiana y socialismo compartían una vocación común: una fuerte opción por la justicia social. Si uno se remite a los lemas de aquella época, «Revolución en libertad» y «Revolución con empanadas y vino tinto» respectivamente, ambos coincidían en esa ardiente impaciencia, en esa común vocación por la justicia social.



Por ello, tras el largo y duro aprendizaje de la dictadura y los tremendos cambios epocales que vivió la humanidad en el curso de poco más de dos décadas, no es en absoluto extraño que, en el caso específico chileno, ambas fuerzas convergieran bajo un mismo paraguas progresista. El humanismo cristiano de la DC y el humanismo laico de socialistas, PPD y PRSD constituyen los dos troncos de la Concertación de Partidos por la Democracia que hoy representa una candidata común: Michelle Bachelet, y que fuera representada antes por Patricio Aylwin, Eduardo Frei Ruiz-Tagle y el actual presidente en ejercicio, Ricardo Lagos.



La reciente evocación de la figura histórica de Radomiro Tomic es muy simbólica respecto de la común vocación progresista de estas fuerzas. La presencia de cinco de sus hijos respaldando a Michelle Bachelet y entregándole parte del legado intelectual de su padre recordó a muchos algo que no pudo evitar la catástrofe, pero que puede ayudarnos a iluminar la convergencia de hoy, más allá de la herencia de lucha común contra Pinochet: los programas de Radomiro Tomic y de Salvador Allende diferían muy poco y encarnaban una fuerte vocación de justicia social que recorría el mundo de la época, marcada por las revoluciones tercermundistas y el Concilio Vaticano II.



En los códigos de hoy, esa común vocación progresista se expresa en una clara opción (responsable, con políticas públicas serias y no con populismo) por la profundización democrática, el crecimiento con inclusión social creciente y la construcción de una sociedad más tolerante y receptiva a los cambios culturales en curso. La derecha sigue representando lo contrario; lo sabe y por ello reniega de lo que es, trata de presentarse como otra cosa. Y si bien Piñera ha representado en algún momento una esperanza de renovación de la derecha, mal podrá hacerlo con una UDI poderosa pisándole los talones y dándole el «abrazo del oso» de sus conspicuos «ex» pinochetistas.



A la hora del voto en segunda vuelta, entonces, conviene poner la balanza sobre el eje fundamental (progresismo versus las dos derechas) y no sobre el que quieran disfrazarnos los marketeros de Capitán Dinero (el «valor» más querido por las derechas de Chile y el mundo).





__________________________________________________________





Fernando de Laire D.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias