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Bachelet: Cuentas alegres


Michelle Bachelet, flamante presidenta de Chile, llega a la primera magistratura investida como la primera mujer en la historia de la nación en ocupar tan alto cargo. La potencia de su condición femenina ha quedado demostrada en la segunda vuelta electoral, permitiéndole obtener una sorprendente mayoría. En efecto, para sorpresa de muchos analistas, la candidata Bachelet, logró aunar en torno suyo a una masa significativa de votantes más allá de los severos reveses del conglomerado gobernante.



Su triunfo ha logrado opacar, por el momento, las falencias de la Concertación, sin embargo, no es hora de sacar cuentas alegres. Una mujer presidenta representa un giro más bien un giro mediático que político. Bastará examinar la composición del gabinete para concluir que su gobierno se enmarca en cierta tradición concertacionista con tintes más bien conservadores que traen a la memoria el gobierno de Frei Ruiz Tagle.



La señora Bachelet incorpora el rostro sonriente, acaso maternal, que genera claras simpatías en sus públicos, administrando una memoria histórica que la emparenta con el gobierno de Salvador Allende y con aquella generación víctima de la dictadura. En pocas palabras, su imagen mediatizada revitaliza el mítico triunfo del No a fines de los ochenta y es exaltada en todo el mundo. Un análisis microscópico, no obstante, nos muestra a una mujer que dista mucho de los liderazgos políticos que la precedieron, en especial aquel que ejerció, nos guste o no, Ricardo Lagos.



El gobierno de Bachelet se inscribe en una época en que la dicotomía entre el Sí y el No sólo interesa a la derecha dura y a una izquierda nostálgica. La primera, sumida en varias derrotas consecutivas y con claras diferencias internas, carente de liderazgos creíbles y ligada al maloliente pasado autoritario, la segunda, no sólo carente de líderes sino enclaustrada en una grave desorientación que la convierte en los hechos en una izquierda domesticada, verdadera conciencia culposa de la concertación.



En esta modernidad tardía del Chile actual, en que la democracia postautoritaria tras la búsqueda de los necesarios consensos ha autonomizado el debate económico, expurgándolo del debate político y de la vida cotidiana, llegando a relativizar la relevancia misma del quehacer político entre nosotros. Esta premisa establece los límites en que se ha debatido la política de los tres gobiernos concertacionistas y prefigura lo que podemos esperar en los próximos cuatro años del gobierno Bachelet.



Administrando un modelo económico intocable, el cuarto gobierno de la Concertación , nimbado ahora con el glamour de lo femenino, deberá enfrentar, en primer lugar, los defectos y tensiones de la misma coalición gobernante. De otro modo, será inevitable que en cuatro años más se enfrente nuevamente al nerviosismo, el pavor de muchos, de la ruleta electoral.



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* Álvaro Cuadra. Docente e investigador de la Universidad Arcis

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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