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Francia: el actor social resiste


Más de tres millones de franceses responderán a la convocatoria de huelga de las organizaciones estudiantiles, sindicales y de los partidos de izquierda, para manifestar en la calle y exigir hoy el retiro del CPE (Contrato Primer Empleo) en toda Francia(*). Huelga agregar que el país atraviesa una grave crisis social y política.



La antorcha en el polvorín son las reformas adoptadas en el plano laboral por el gobierno derechista de Jacques Chirac (la UMP, partido gaullista), quien al promulgar la ley acerca del CPE para los menores de 26 años, optó por ir a la confrontación con el amplio movimiento social que se ha extendido a toda la sociedad civil.



Tal iniciativa del Ejecutivo, a la cual se opone el 80% de la juventud, es rechazada por los dos tercios de la población francesa. La indignación fue el primer combustible de la rebeldía y de la fuerza del movimiento, puesto que los primeros interesados, los estudiantes y los trabajadores, no fueron consultados durante el proceso de formulación de la ley que permite a los empresarios poner término al contrato de trabajo antes de los dos años.



Cuando en su última intervención por cadena televisiva, el viernes pasado, el Presidente Jacques Chirac se dirigió al país, sólo un 27% de los franceses, según las encuestas, lo encontraron creíble. Allí quiso anunciar la promulgación definitiva de la ley, reconfirmar el apoyo a su Primer Ministro y delfín, invitar a los partidos a discutir en el parlamento algunas modificaciones al texto legal antes de su aplicación y llamar a respetar los «valores comunes de la V República».



Tal desconfianza hacia el hombre que encarna la legitimidad del Estado se explica porque la esencia de la medida legal impulsada por su Primer Ministro, Dominique de Villepin (acusado por Le Monde de «aventurerismo»), ya no es un enigma para nadie.



Si bien la motivación política inmediata de De Villepin es obtener una disminución rápida del empleo para presentarse como hombre pragmático y fuerte en las elecciones de 2007, y de este modo opacar a su rival Nicolas Sarkozy, la razón profunda, dura e inflexible, se inscribe en la tentación neoliberal a la cual han sucumbido sectores políticos y empresariales. Estos sectores, a los cuales se suman los intelectuales declinólogos, hacen responsables de la declinación del país a la rigidez del modelo social y al Estado protector.



Ya no es un misterio, después del debate impuesto en la calle por los actores populares (sin olvidar que el Partido Socialista francés de Ségolčne Royal y de Franí§ois Hollande no cuestionaba el texto legal en el parlamento), quedó claro que la ley busca ante todo legalizar la precariedad y la flexibilidad del trabajo de los jóvenes. Más aún, al impedirles el acceso a la autonomía financiera y a una seguridad mínima de empleo, factores económico-materiales que inciden en los componentes psicológicos que son la identidad y la autoestima del joven asalariado, la derecha está atentando contra la cohesión y la paz social.



Según algunos analistas franceses, el conflicto actual es la culminación de una serie de «rendez-vous manqués» (desencuentros) entre las elites políticas dirigentes y las mayorías francesas (el No al referéndum constitucional, las revueltas de los suburbios, las promesas incumplidas de empleos seguros y estables).



Pero esta vez, la clave del conflicto no reside en un problema de «comunicación» o malentendidos entre las elites y los sectores populares. Ella cobra sentido sólo si se la ubica en una dimensión de resistencia social y política a las medidas neoliberales que las derechas y las elites económicas de poder buscan imponer a las mayorías francesas y europeas. Se añade a lo anterior, la incapacidad de los partidos parlamentarios de defender los intereses de las mayorías trabajadoras.



A esto se agrega entonces la crisis de la representación; crisis de legitimidad democrática. Porque el programa con el cual fue electo Jacques Chirac –en circunstancias en que había que elegir entre él y la extrema de derecha de Le Pen– no incluía reformas laborales tendientes a flexibilizar y a imponer la precariedad del trabajo.



The Economist (el boletín de información semanal de las elites neoliberales planetarias), en la rúbrica Economía europea de su edición del 31 de marzo, (p.12), no sólo llama la atención sobre la huelgas y movilizaciones francesas, sino que también apunta a las realizadas la semana pasada por los trabajadores del sector público alemán y a la que harán, esta semana, los empleados británicos, en contra de las modificaciones al sistema de pensiones. La revista neoliberal, menciona además que en Italia, ni Berlusconi ni Romano Prodi, en plena campaña, se arriesgan a hablar de reformas, que vayan en el sentido de precarizar el trabajo, que ambos desean aplicar una vez elegidos, para no provocar la respuesta popular. Como puede verse, lentamente, en varios países europeos, la respuesta social se organiza.



Ignacio Ramonet, el director de Le Monde Diplomatique, explica: «Francia es un país que resiste. Uno de los únicos de Europa donde, con una formidable vitalidad, una mayoría de asalariados rechazan la globalización salvaje que significa la toma del poder por el sector financiero. Que entrega los ciudadanos a las empresas, mientras que el Estado se lava las manos. Esta modificación radical de las relaciones entre los poderes públicos y la sociedad indigna. La solidaridad social constituye un rasgo fundamental de la identidad francesa, que el CPE contribuye a liquidar. De ahí vienen, una vez más, la oposición, las manifestaciones y la revuelta».



Francia siempre ha sido un laboratorio social, lleno de lecciones y de signos para el futuro de las luchas sociopolíticas.









(*) Cuando Marx quizo estudiar la génesis del Capital y el secreto de la Mercancía lo hizo en Inglaterra, cuando quiso estudiar el peso de la Ideología estudió la formación social alemana, y cuando quiso estudiar los conflictos políticos, analizó «las luchas de clases en Francia» y el golpe del «18 de Brumario de Louis Bonaparte». Llama la atención el que Jacques Marseille, un historiador y consejero de Nicolas Sarkozy, plantee los méritos de una dictadura liberal bonapartista (Napoleón III o Louis Bonaparte) para que se desplieguen libremente las fuerzas capitalistas globales (Du bon usage de la guerre civile en France, Ed. Perrin, 2006).



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Leopoldo Lavín Mujica es profesor del Departamento de Filosofía del Collčge de Limoilou, Québec, Canadá.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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