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Democracia participativa y protesta callejera


La violencia callejera cada vez más intensa en las manifestaciones públicas del movimiento social, tales como la celebración del pasado 1 de mayo, en las marchas de respaldo al movimiento mapuche y en las actuales movilizaciones de los estudiantes, está generando inquietudes sobre la democracia representativa y negaciones sobre la participación ciudadana.



No se debe oponer la participación social a la representación política, ya que una y otra pertenecen a dos esferas diferenciadas pero complementarias de la vida ciudadana. Mientras que en lo social se dirimen los conflictos de intereses por el acceso a los servicios básicos y sociales, en lo político se dirimen los conflictos por el poder. Así como en lo económico se dirimen los conflictos por la participación en la distribución del ingreso nacional, lo cual define la manera de producirlo, que es una decisión política.



La política es la voluntad general impuesta a colectividad nacional, esta puede ser autoritaria o democrática, la mayor o menor representación de los intereses de las diversas partes que constituyen la nación determina el grado de democracia, de legitimidad del poder y de gobernabilidad del Estado. La historia de la humanidad es la historia de lucha por la democracia, por la igualdad y autonomía perdidas con la desaparición de las comunidades de la prehistoria, a eso estamos dedicados de manera sistemática desde la Revolución Francesa, práctica europea que hemos convertido en bien universal.



En la construcción social de lo cotidiano la participación ciudadana es un recurso, es el capital social, a partir de allí se genera la innovación, entendiendo que lo nuevo no es solamente una manera de hacer más plata, es sobre todo una manera de resolver más problemas con menos recursos. Por ejemplo, la participación ciudadana en la atención primaria para la promoción de la salud y prevención de enfermedades disminuiría notablemente la demanda banal en las emergencias y especialidades. La participación ciudadana en la asunción, procesamiento y resolución de los conflictos intracomunitarios que derivan en conductas antisociales, hechos delictivos o criminales, mejoraría la sensación de seguridad de sus actores y disminuiría las tasas de delincuencia de sus entornos. En Santiago y Valparaíso algunos vecinos se están resistiendo a las agresiones del totalitarismo inmobiliario y al «autopistismo» monumental público.



Si no hay mecanismos de participación que innoven en la resolución de los conflictos de intereses sociales -que vayan de la participación consultiva a la deliberativa y vinculante- entonces se protestará en los corrillos, en las cortes, en los parlamentos, en las calles y plazas, hasta en los campos de batalla. Eso ha sido la intifada palestina y es la intifada iraquí. De las luchas sociales de los cocaleros andinos ha surgido el liderazgo político de Evo Morales en la recuperación nacional de los recursos naturales, por lo cual ha adquirido proyección regional y planetaria, cosa que el liderazgo político representativo tradicional no supo cómo hacer.



Se dice que la democracia no deber ser participativa porque genera expectativas imposibles de satisfacer y frustraciones que generan tumultos, por lo tanto la democracia debería ser estrictamente representativa y para que funcione bien más competitiva. Pero la competencia es el instrumento de la eficiencia en los mercados, es la guadaña de la libre competencia, cierto es que necesitamos eficiencia en la administración pública, pero el ejercicio democrático de la política no es reductible a la administración del Estado.



Permítaseme la comparación con Francia, ya que allí el sistema electoral es proporcional y no binominal, el voto es voluntario y hay transparencia en la financiación de las campañas políticas. Hay descentralización y regionalización en la administración del Estado, etc. Sin embargo, los sucesos de París con los motines de los jóvenes excluidos durante noviembre pasado, así como las huelgas y marchas de los estudiantes y trabajadores jóvenes en contra de la precariedad laboral discriminatoria en su contra en abril, precisamente suceden en una sociedad que cuenta con una democracia muy «competitiva, transparente y rindecuentista» pero donde esos jóvenes no se sintieron para nada representados ni en la democracia, ni por los partidos políticos, ni por los intelectuales y en las calles representaron y validaron sus intereses. Allí nadie pone en duda que hay una crisis de participación social y representación política, no una crisis de competencia administrativa y representación institucional como se quiere suponer por acá.
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Ibán de Rementería. Corporación Ciudadanía y Justicia




  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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