Publicidad

El gigante invertebrado


Tratar de entender al peronismo no es una tarea sencilla, ni siquiera para los propios argentinos. Menos aun para gente como nosotros, inmersos en una matriz cultural y política por completo diversa. Quizás el concepto de «gigante invertebrado y miope», del cual habló el fundador de la corriente revolucionaria del justicialismo, John William Cooke, es una buena forma de describir un fenómeno de tal amplitud y complejidad, que se ha convertido en la maquinaria de poder más importante y persistente en la historia de nuestro vecino, a la vez gobierno y única alternativa de sí mismo a comienzos de este nuevo siglo.



Cuando el mundo todavía se debatía en la crisis de 1929, surgió en la Argentina una alianza social impulsada por el carismático líder militar Juan Domingo Perón. La depresión económica había significado la caída de los precios y el cierre de los mercados internacionales de la carne y los cereales, causando el fin del antiguo régimen dirigido por la clase ganadera, sin que el partido Unión Cívica Radical fuera capaz de consolidar un nuevo sistema, democrático e incluyente no sólo de los inmigrantes extranjeros, sino también de aquellas personas que se trasladaban del campo a las ciudades, atraídos por el auge de las exportaciones.



Es así como las Fuerzas Armadas reemplazaron a los partidos políticos, iniciando con el derrocamiento del Presidente Hipólito Irigoyen un largo ciclo de intervenciones que duraría hasta 1983. En su versión conservadora, la conducción castrense llevó al país a lo que se conoce como «la Década Infame» (1930-1940), período histórico caracterizado por la represión a las organizaciones populares y civilistas, la inestabilidad y la corrupción. Esta fase concluye con la toma del poder por un grupo de oficiales de tendencia nacionalista, entre los cuales se destaca el coronel Perón.



Desde la Secretaría del Trabajo, insignificante instancia burocrática que llegó a alcanzar niveles de influencia extraordinarios, el futuro Jefe de Estado argentino supo sumar a los sectores sociales que conformarían los tres pilares del Movimiento Nacional Justicialista, es decir, los militares, los sindicatos obreros y la burguesía nacional. La síntesis que el genio político de Perón pudo lograr, le dio el sustento que buscaba para convertirse en el caudillo de una original coalición promotora del cambio del anterior modelo agro-exportador por el de sustitución de importaciones, incorporando a la masa asalariada en el reparto de la riqueza de la, entonces, octava potencia del mundo.



Un 17 de octubre de 1945, cuando el coronel había sido encarcelado por sus enemigos, los trabajadores de los frigoríficos que rodean Buenos Aires convergieron en la Plaza de Mayo para liberar a su líder, iniciando un idilio que persiste hasta hoy, aunque, muerto el líder, sobrevive el aparato, la forma de hacer política y el nombre, pero con otros contenidos.

Perón vivió en el imaginario de la izquierda y de la derecha, sin definirse nunca por una u otra ala del espacio que él mismo abrió, esa «comunidad organizada» que no obedece finalmente más que a su jefe. Pero su astucia no le permitió salir de la trampa y la afirmación profética de Cooke se comprobó de manera dramática, ya que el justicialismo terminó siendo una cáscara vacía al no transformarse en un movimiento revolucionario antes de la muerte del líder.



Después del derrocamiento en 1955, el general tuvo que esperar 17 años para volver del exilio, llegando a una Argentina dividida y movilizada que terminó enfrentándose en una suerte de guerra civil nacida del propio justicialismo. En medio de tales acontecimientos, la desaparición física de Perón concluye el ciclo del peronismo presencial, o de cuerpo presente, y comienza otro de peronismo referencial, o de cuerpo inmanente.



La dictadura que sustituye al débil gobierno de Isabel Perón comete el más grande genocidio del siglo XX en Argentina y cae entre la vorágine de la derrota de Las Malvinas, terminando con las Fuerzas Armadas como factor de poder aunque no con su intervencionismo político, ya que la nueva democracia sufriría todavía durante un tiempo de conatos golpistas.



El fracaso de los sindicalistas que dirigían el Partido Justicialista en 1983 y la elección del radical Raúl Alfonsín abren una etapa de profundización democrática, donde la justicia intenta condenar a los violadores de los derechos humanos, pero las dificultades económicas y la rebeldía militar impiden al gobierno continuar con su obra.



Antes de lo previsto constitucionalmente, Carlos Menem asume la Presidencia de la República en 1989 e inicia la transformación más importante del partido y del país en los últimos 50 años. Invocando a Perón destruye su modelo económico y la coalición político-social que le dio sustento, y amnistía e indulta a los oficiales presos, aunque mantiene firmemente los resortes del poder que indica la tradición de su fuerza.



Con un discurso y estilo popular, autoritarismo en el ejercicio del mando, personalismo, verticalismo y sujeción de los Gobernadores provinciales a través de premios y castigos (coparticipación de impuestos, obras públicas, acceso a la administración y a beneficios del tesoro nacional), Menem liquida el antiguo sistema de beneficios sociales, impulsa la apertura económica, establece la convertibilidad monetaria y privatiza las empresas del Estado, acabando con décadas de inflación, pero en medio de acusaciones de corrupción generalizada, y sin implementar las medidas necesarias para contener la cesantía y fomentar la reconversión del sector productivo.



Los diez años del menemato culminan con índices de pobreza inéditos, una economía a punto de estallar al no poder equilibrar ingresos y egresos fiscales, situación imprescindible para soportar el mecanismo de conversión del peso, además de una crisis agravada por la incapacidad crónica del régimen político argentino de generar instituciones fuertes y estables, pese al fuerte liderazgo presidencial.



Por su parte, la victoria de la Alianza radical-frepasista en 1999 demuestra la transformación del tradicional esquema bipartidista argentino, integrando al Frepaso (Frente País Solidario) como tercera fuerza, aunque su protagonismo es efímero ya que desde la oposición el peronismo se atrinchera en las Gobernaciones provinciales y el sindicalismo, hasta que una amplia movilización popular obliga al Presidente Fernando de la Rúa a huir de la Casa Rosada, siendo sustituido por una sucesión de autoridades provenientes del justicialismo.

Desde ese momento pareciera que no hay más alternativa de poder en la Argentina que el peronismo, aunque tal denominación pueda significar cualquier cosa. En efecto, a partir de Carlos Menem ya no existe una doctrina común y el tigre se reconoce sólo por las rayas. De esta manera, podríamos afirmar que al otro lado de la cordillera tenemos un sistema de partido y medio u oposición bloqueada, que no gana en su versión formal pues la real se encuentra dentro del justicialismo, cumpliendo el sueño del General, cuando decía socarronamente, con la voz profunda y rasposa que lo caracterizaba: «en el fondo, todos somos peronistas».



La Argentina no se puede entender sin el peronismo. Y no basta con llamarlo «populismo», pues con ese término se pueden describir una multitud de regímenes, de distintas épocas, condiciones y geografías. Tampoco corresponde repetir leyendas negras o visiones idílicas, sino que analizar con seriedad sus características y, sobre todo, evitar el rechazo a lo que no se comprende, actitud tan propia de nosotros los chilenos.



El misterio a dilucidar es si ese gigante con formas indefinidas y ausencia de visión podrá seguir dirigiendo al país sin un proyecto claro de futuro, o se quedará en la mera administración del poder, dependiendo su perfil del grupo hegemónico de turno, hasta que una nueva correlación de fuerzas lo reemplace.



Nosotros creemos que las respuestas tienen que ver con la propia sociedad en que está radicado y ésta debe reconocer, incluso a pesar de ella misma, que el peronismo sigue siendo su reflejo más fiel.





________________________________________



Cristián Fuentes V. Cientista político

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias