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El ocaso del sistema binominal en Chile

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En la dictadura se creó un sistema electoral a la medida de la derecha emergente (UDI-RN) que empezaría a funcionar con el plebiscito de 1989. Este diseño contó con el apoyo técnico y político de los Chacarilla boys, que terminaron conduciendo el proceso de democracia protegida que pretendió perpetuarse en Chile, dejándole a Pinochet y sus próximos colaboradores la posibilidad de hacer algunos negocillos que les diera un buen vivir.



Los expertos electorales de la derecha, entre ellos Jaime Guzmán -que pasó de la UDI a RN para volver luego a la UDI-, daban por descontado el triunfo del SI que habría dejado a Pinochet otros ocho años como presidente y, el Congreso sería instalado en Valparaíso únicamente para alejar al Ejecutivo de un poder Legislativo que, de todos modos, se podía suponer que contaría con numerosos parlamentarios concertacionistas.



Para mayor seguridad se aseguró la mayoría con senadores designados. Y para mayor seguridad -como dice el refrán popular- se inventó el sistema binominal, que permitía mantener equiparado el Parlamento con sólo 34% de los votos.



El impecable diseño tuvo el primer tropiezo con el triunfo del NO; el segundo tropiezo se produjo cuando los senadores designados, por las vueltas de la vida, habrían permitido que más de ellos fuesen de la Concertación que de la derecha. Esto fue resuelto con celeridad por el Parlamento, eliminando por una conveniente unanimidad a este resabio dictatorial.



No obstante, los tropiezos se han ido multiplicando porque la derecha, resignada a pagar durante unos años su participación en el ejercicio de la dictadura, perdió fácilmente ante la candidatura de Aylwin; luego, ni «mojaron la camiseta» ante la elección de Frei Ruiz-Tagle. Pero, en cambio, se las jugaron con todo para ganar a Lagos y no pudieron; estaban seguros que no podían volver a fallar frente a lo que ellos estimaban una inexperta Michelle Bachelet, y ni siquiera llegó a la segunda vuelta el delfín cuidadosamente preparado por el marketing propagandístico que, por lo demás, contó con el más formidable apoyo económico. Algo pasaÂ… se dicen los expertos de la derecha.



En efecto, empieza a asentarse la convicción de que la derecha no puede basar un cambio en las preferencias electorales en los numerosos errores de la Concertación, ni siquiera en los inaceptables eventos antiéticos en que han incurrido algunos de sus miembros. Era una torpeza, en todo caso, ver las cosas de manera tan simplista, porque si de ética se trata, la derecha debiera haber pensado que la evidencia de la participación en asesinatos y/o corrupción de sus principales líderes y «salvadores», especialmente Pinochet, le debiera haber creado una caída estrepitosa del apoyo electoral, lo cual tampoco pasó.



Las preferencias de los votantes, al parecer, no se miden de esta manera y, por lo demás, es una constante en América Latina en que presidentes acusados de corrupciones vuelven a obtener éxitos electoralesÂ… Ä„felizmente no todos!. Es motivo de otro artículo profundizar en este trascendental tema pero, al parecer, al momento de las comparaciones se vuelve a las definiciones valóricas principales. Si así fuese, la derecha actual simplemente no tiene posibilidades de ganar una elección presidencial, más bien es probable que pierda -por muerte natural- algunos votos del anticomunismo primitivo que los más jóvenes no pueden entender, porque no han vivido nada de lo que se les habla. No sólo el ex candidato Lavín, sino el actual presidente de Renovación Nacional han confesado que este triunfo no es posible, ni siquiera valorando optimistamente la actual crisis de algunos partidos de la Concertación.



Quienes tienen más años, recordarán que una vieja táctica de la derecha era ganar las fracciones de partidos de izquierda o de centro para armar coaliciones más amplias. También podrán recordar que estas operaciones políticas no tenían sentido cuando se «absorbía» uno o algunos militantes del bando opuesto, porque no tenía impacto electoral.



La única alternativa «rentable» es que el sistema electoral permita un juego en dos fases. La primera, que el grupo disidente pueda inicialmente participar en política como independientes en relación a sus matrices de referencia. Participar en política -con mayor razón en los tiempos actuales- significa disponer de alguna posibilidad de mantener (o aspirar con alguna opción) a tener representantes de elección directa. La segunda fase, se definía en el Parlamento en que se reorganizaban las alianzas convenientemente a fin de revertir las mayorías a favor de otra coalición. Esta es la modalidad común en Europa.



Ahora bien, en el marco del sistema binominal «el que se mueve desaparece de la foto». Ejemplifiquemos con el caso Schaulsohn. Antes de que el referente Chile Primero pueda ser un aporte a la derecha necesita «medir» sus votos, y en el sistema actual las posibilidades de que la Concertación le ceda graciosamente cupos electorales, después de que el ex presidente del PPD arremetió precipitadamente contra todo el «etablishment» concertacionista, es más bien nula.



En la reglamentación binominal actual además, «ir por fuera» es una apuesta más parecida a la ruleta rusa que a un normal juego político. Por cierto, el senador Flores, por ejemplo, podría poner en la mesa parte de su ingente fortuna para intentar mantener su senaturía, pero el aparato concertacionista que lo eligió -recién bajado del avión- funcionará disciplinadamente, porque ya se vio que el llamado Chile Primero juntó apenas un puñado de anónimos partidarios en la reunión inaugural.



Tampoco la derecha gana nada apoyándolo «por debajo» porque al momento de las cuentas todo Chile sabrá quien lo eligió y; si se le cede un puesto abiertamente en la plantilla de la Alianza se perdió un voto y punto. Sin contar que ya es difícil bajar a un caudillo electo de la derecha y que éste cedapor confusos intereses superiores su cupo: cuesta imaginarse al senador Orpis haciendo campaña por Flores.



La Derecha no necesita tres o cuatro caudillos de la Concertación. Necesita tres por ciento de los votos de la Concertación para poder aspirar a ganar. Eso no puede conseguirse en el marco del sistema binominal actual, pese a que han encontrado los protagonistas de tal operación. En suma, Schaulsohn ha precipitado el cambio del sistema electoral binominal, lo cual probablemente sea puesto en la agenda de la derecha muy rápidamente.



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Rafael Urriola U. es economista. Miembro de la comisión económica del PS.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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