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El dilema financiero global


Los signos de un alza mundial de las tasas de interés, las persistentes presiones cambiaras sobre el dólar y la agudización de la volatilidad de las cotizaciones bursátiles, parecen indicar un cambio de las condiciones financieras internacionales. De materializarse las contradicciones implícitas en estos fenómenos, la economía mundial podría estar encaminándose hacia una situación traumática.



Según algunos observadores, estaríamos en vecindad de «correcciones» económicas más que necesarias. Ellos creen que destruir capital financiero es tan creativo como la destrucción del capital industrial a consecuencia del progreso tecnológico. Otros, más cautos, ven cernirse nubarrones financieros sobre las perspectivas de crecimiento económico mundial. Entre ellos están los que piensan que los desequilibrios financieros mundiales se están tornando insostenibles. También hay quienes aseguran que aunque no se los pueda eliminar, tampoco están dadas las condiciones para sostenerlos. Para los jefes de estado del G8, sin embargo, el problema no existe: de él no se habló una palabra en la cumbre de Heiligendamm en Alemania. Así, los problemas se agudizarán a su antojo.



Durante los últimos cinco años, y con posterioridad a la crisis de 2000-2001, la economía mundial ha presentado características que muchos observadores coinciden en denominar atípicas. Ha existido una combinación de una alta liquidez monetaria y abundancia de crédito, junto con bajas tasas de inflación doméstica en las más importantes naciones y bajas tasas de interés. Todo ello, a pesar del fuerte aumento de los precios de la energía y de muchas materias primas. Además, el crecimiento económico ha sido más constante y sostenido que en épocas anteriores. Algunos países han logrado aprovechar esta situación de manera especial, logrando fortalecer su posicionamiento en la división internacional del trabajo.



Este desarrollo ha ido acompañado, según el Presidente de la Reserva Federal de Nueva York, Timothy Geithner, por una reducción de la percepción de riesgo. Esto ha inducido una reducción de las tasas de riesgo. Por eso, los estándares crediticios han sido relajados mundialmente.



Consecuentemente, en la economía mundial se ha ido fijando capital financiero a operaciones cada vez más riesgosas. Los fondos de inversión, en sus diversas formas, han ido reciclando el capital originado tanto en los ahorros de las personas como en las ganancias empresariales, pero también en el propio flujo monetario de la economía mundial, en negocios cuya rentabilidad y seguridad es más que dudosa.



Entre las muchas expresiones de esto está el tremendo auge bursátil mundial. La capitalización de las bolsas de valores ha aumentado, entre 2002 y 2006, en más del 120 por ciento (datos de la Federación Mundial de Bolsas de Valores). En cambio, la economía mundial creció, en este mismo lapso, en menos del 25 por ciento. Es evidente, que el crecimiento de la capitalización bursátil tiene fuertes elementos especulativos.



Pero quizás más importante que la especulación en acciones es la retroalimentación entre la liquidez mundial y el crédito. Y este también ha aumentado de manera espectacular. Tanto los bonos como los créditos directos bancarios, nacionales como internacionales, han ido creciendo, durante los últimos años, en más del 25 por ciento anual. La cifra actual de ambos puede calcularse en más de 200 trillones de dólares. Si se agrega el fantástico auge de los derivados, cuyo monto nominativo actualmente alcanza a la exorbitante cifra de 415 trillones (casi 800 por ciento del producto mundial), el desarrollo monetario mundial ha sido simplemente astronómico.



El dilema de las finanzas internacionales queda entonces en evidencia: la economía mundial está basada en el crédito y la capitalización de las bolsas, y estos están basados en negocios de alto riesgo. O estos riegos disminuyen, cosa que no se ve por donde pudiera ocurrir. O lo cierto es que el empeoramiento parcial de las condiciones financieras de algunos sectores y países, fácilmente puede transformarse en una batahola generalizada.



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Alexander Schubert. Economista y politólogo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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