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¿Revancha de los barones o nuevo pacto social?

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Algo cambió muy dramáticamente el balance de poder simbólico entre mujeres y hombres en Chile y día a día asistimos a una novela donde se juegan los grandes mitos que han animado el inconsciente colectivo de occidente, desde la antigua Grecia hasta nuestros días.



No sucedió de un día para otro. Es un cambio que se viene gestando en las raíces desde, al menos fines del siglo XIX, cuando algunas osadas mujeres en La Serena exigieron votar en las elecciones, puesto que no había ley alguna que lo prohibiera. El arreglo fue fácil: poner en la ley que sólo los hombres eran ciudadanos y podía votar.



Pero esa negativa no fue suficiente para detener las demandas por igualdad y tras más de 50 años de luchas, mujeres organizadas a lo largo y ancho del país obtuvieron en 1949 el derecho a votar en elecciones presidenciales y parlamentarias (nos habían permitido practicar en las municipales desde 1935).



En los 70 y 80, otro poderoso movimiento de mujeres, conformado por la mayor diversidad hasta entonces conocida, luchó en las calles de todo el país por sus familiares víctimas de la represión, por los derechos fundamentales, como la vida, la libertad y la democracia, por el sustento de los suyos, por una nueva cultura -«democracia en el país y en la casa»- y por el fin de un régimen que destruía lo más sagrado de nuestra condición humana.



De vuelta al juego político democrático, y a pesar de sus innumerables fallas e insuficiencias, cientos de mujeres se integraron a la tarea de gobierno -nacional, regional y local- para aportar desde allí a la construcción de un orden más justo e igualitario. La igualdad de oportunidades se transformó en objetivo de política pública, y si bien pocas han podido llegar al Parlamento, su contribución a mejorar la condición de las mujeres ha sido muy importante. Connotadas ministras pusieron sobre el tapete que las mujeres SÍ PODIAN.



Difícil fue para la clase política y especialmente para las cúpulas, aceptar que la única carta con posibilidades de ganar las elecciones presidenciales de 2004 era una mujer, pero así lo reiteraron las demandas crecientes de los y las ciudadanos/as reflejadas en las encuestas una y otra vez. Y fue necesaria una segunda vuelta electoral para asegurar una mayoría suficiente de varones.



Los observadores internacionales decían que era imposible que en Chile ganara una mujer, que este es un país conservador y machista y que la candidata Bachelet no reuniría los votos necesarios. Con un diagnóstico parecido, mujeres encuestadas en 2003 por empresas de mercado, señalaban que temían que, una vez en la Presidencia, a Michelle Bachelet los hombres no la dejaran gobernar, tal como hacían en su casa, según su experiencia personal: descalificaciones, malos tratos, zancadillas y barreras de todo tipo.



Y bien, aquí estamos, con una mujer ocupando el lugar que sintetiza el poder social: la Presidencia de la República, un cargo por el que muchos varones han estado dispuestos a desarrollar las buenas y las malas artes, como lo revela quien ilegítimamente se mantuvo en el poder por 17 años.



Desde su llegada al gobierno asistimos a una sucesión de escaramuzas, pequeñas acciones tácticas y a estrategias del poder masculino en su lucha por recuperar el sitial perdido y por garantizar que NUNCA MÁS una mujer se atreva a disputar un lugar que la cultura les ha asignado como su privilegio (como si fuera la naturaleza).



Impresiona ver que «analistas políticos» son los voceros del dolor masculino de los barones (Ä„sí, barones con B, y no con V!) junto a dirigentes varones/barones de todos los partidos, a los que en los últimos días se unen empresarios de la Sofofa ocultos en el anonimato. El contenido de los mensajes es avieso, monótono y reiterativo: debilidad, falta de ideas -por eso las comisionesÂ…-, falta de liderazgo, falta de decisión, etcétera. De tanto reiterar algo quedará, esperan ellos. Destacan en la televisión, en las columnas de la prensa escrita y en blogs virtuales.



Esa expresión de dolor y resentimiento da pie y legitimidad a la revancha de los que perdieron su cargo en puestos públicos siendo reemplazados por mujeres, los que no fueron elegidos para cargos de confianza porque interesaba la paridad o el cambio generacional, etcétera. Las conversaciones, los comentarios, los chistes, todo sirve para descalificar a la Presidenta y con ella, a TODAS LAS MUJERES. «El género fracasó», dijo el domingo un analista en un programa de televisión que bien representa lo que aquí se señala.



La expresión más dramática de este ambiente de revancha masculina de estos varones, que da alas en el ámbito de la familia a la expresión de resentimientos inconfesables de hombres que se sienten interpretados por los «barones», está en el incremento visible de la violencia contra las mujeres y el femicidio, la muerte de mujeres a manos de sus parejas o ex-parejas. No es diferente lo que escuchan fiscales y jueces en los tribunales de parte de mujeres comunes y corrientes sobre el maltrato psicológico, económico, físico y sexual que reciben de parte de sus parejas, de las descalificaciones y violencias que cotidianamente se expresan contra la Presidenta y muchas autoridades cuyo delito es ser mujeres.



ĄĄĄCuidado!!! Es hora de que al menos la elite masculina reflexione sobre los móviles inconscientes de su actuación. ¿Cuánta violencia será necesaria para volver a las mujeres al estado anterior a 1949? ¿Nos merecemos como país el retorno a las cavernas?



Otros países, con más trayectoria en esto de reconocer que la sociedad la conformamos mujeres y hombres, han avanzado en la aprobación de leyes de paridad. Apuntan a concretar un NUEVO PACTO SOCIAL, un pacto de equidad de género, que reconoce que no es posible una sociedad desarrollada y en paz, en lo público y en lo privado, si no asegura y valora la presencia de mujeres y hombres en todos los ámbitos de producción económica, política, cultural y simbólica. Es hora de dejar el revanchismo y de avanzar también en Chile hacia un nuevo pacto social.



* Observatorio de Género y Equidad

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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