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Salmonicultura: la estrecha relación entre lo ambiental y social

Lo que estamos observando hoy en la industria del salmón, es un claro ejemplo de que lo ambiental no está desligado de lo social y que las consecuencias de no respetar los límites físicos que nos impone el medioambiente inevitablemente generará costos para toda la comunidad. En ese contexto, una vez más los sectores más vulnerables son los que tendrán que asumir los mayores costos.


Por Francisco Pinto*



El término desarrollo sustentable se ha puesto en boga durante los últimos años, más aún con el mayor acceso y difusión de información acerca de los impactos que está generando el cambio climático a nivel mundial. En general, este concepto se suele relacionar únicamente con el cuidado y respeto por el medioambiente; sin embargo, desarrollo sustentable significa también equidad, es decir, un desarrollo económico que reconozca los límites físicos y la capacidad de carga de los ecosistemas y donde los beneficios alcancen a todos los componentes de la sociedad. En consecuencia, existe un estrecho lazo entre el ámbito ambiental y social, relacionado con la justicia tanto intergeneracional como intrageneracional; tanto las actuales generaciones como las futuras, deben poder disfrutar de niveles similares de bienestar.



Tomando en cuenta estas consideraciones, al observar los conflictos ambientales y laborales por los que atraviesa la industria del salmón, que se han visto agudizados por estos días, cabe preguntarse si esta actividad es sustentable. Recientemente la principal empresa productora de salmones a nivel mundial, Marine Harvest, anunció el cierre de una planta primaria en Chiloé, lo que implicará el despido de 200 personas. Está situación se suma a varios episodios similares, que han dejado un saldo de más de 2.500 trabajadores/as sin empleo, afectando el sustento de cerca de diez mil personas, si consideramos a sus familias.



La principal razón que arguyen las empresas para estos despidos es el brote epidémico del virus ISA y el piojo del salmón –Caligus-, que han generado una alta sobremortalidad de especimenes. Por eso, llama profundamente la atención que el Informe Económico Salmonicultura 2007 de la Asociación Gremial de la Industria -SalmonChile-, de reciente publicación, minimice la importancia de esta situación, señalando que «aún estamos en presencia de un evento acotado en el caso del ISA, y controlado en el caso del Caligus«. Si bien el informe abarca el período 2007, mientras que la gran masa de empleos que se han perdido ha ocurrido durante el presente año, ya desde el año anterior se vislumbraba un panorama bastante oscuro para esta actividad, y particularmente para sus trabajadores y trabajadoras.



La industria declara estar «consciente de la responsabilidad que implica un sector que otorga empleo a más de 55 mil personas», por lo que «buscan mejorar día a día las condiciones laborales y las capacidades de quienes se desempeñan en la industria», tal como señalan en su Reporte Social 2007.



Lo que estamos observando hoy en la industria del salmón, es un claro ejemplo de que lo ambiental no está desligado de lo social y que las consecuencias de no respetar los límites físicos que nos impone el medioambiente inevitablemente generará costos para toda la comunidad. En ese contexto, una vez más los sectores más vulnerables son los que tendrán que asumir los mayores costos. Mientras los productores cuentan con seguros en caso de pérdidas en sus cultivos, muchos trabajadores y trabajadoras no cuentan con un contrato correctamente escriturado; menos aún de algún seguro complementario que los proteja en caso de perder su empleo.



La crisis sanitaria es de responsabilidad compartida tanto de privados como del Estado; los primeros por su empecinado afán de lucro cortoplacista, y el segundo por exceso de permisividad. Y aunque aún no se ha determinado de forma cierta cómo llegó el virus ISA, sí sabemos que las malas prácticas de cultivo han colaborado para su propagación. En Chile la densidad de cultivo existente es casi el doble a la de otros países productores, situación que favorece el estrés de los peces, disminuye su capacidad inmunológica y, lógicamente, el nivel de contagio y propagación de enfermedades.



Si nuestro país pretende que esta industria siga proyectándose hacia el futuro, inevitablemente tendrá que modificar el ‘cómo’ lo está haciendo. Urge que nuestras autoridades tomen conciencia de la situación y asuman que no se puede seguir expandiendo la actividad mientras no se garantice un uso adecuado del borde costero y se respeten las capacidades de carga de los ecosistemas marinos. De lo contrario la industria del salmón terminará cerrando todas sus puertas y dejando fuera a los desamparados de siempre.



*Francisco Pinto es de Fundación Terram

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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