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Un poco de historia acerca del aborto y la Iglesia

Hasta Santo Tomás de Aquino opina que el aborto es posible en los primeros meses del embarazo, sea porque aún no existía forma plenamente humana del feto, sea porque aún no entraba el alma a éste…


Por Rodrigo Larraín*

La sociedad chilena es antiabortista como resultado del infatigable trabajo de sacerdotes, monjas y de lo que hicimos miles de catequistas laicos en los últimos cuarenta años.  Uno no observa, por lo menos en nuestro país, antes de los años sesenta, una preocupación excesiva por este asunto -por años ni siquiera un interés mínimo- al punto que la Arquidiócesis de Santiago no se opuso a las políticas de control natal por medio de las pastillas anticonceptivas.  Se podrán exponer algunas hipótesis de por qué esta ha llegado a ser la bandera más importante y retorcida de algunos sectores católicos, pero examinemos qué ha dicho la Iglesia acerca de tan polémico hecho.

Los católicos tenemos tres fuentes para nuestra fe, la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio, ciertamente es esta última fuente la que ha legislado sobre el aborto pues las otras no entregan prescripciones únicas sobre el asunto, en general, se trata de complejas elaboraciones y que, cuando se llevan a casos concretos de personas de carne y hueso, suelen entrar en contradicción, tal cual como sucede con otras indicaciones relacionadas con la conducta sexual y reproductiva.

En sus comienzos, la Iglesia cristiana no tuvo una posición distinta a la del Imperio romano, que aceptaba el infanticidio y el aborto como métodos de control natal; el tema era irrelevante dentro de la cultura romana. Los primeros problemas fueron planteados por los «gnósticos» para quienes había una separación entre el cuerpo y el alma y el cuerpo era muy poco valorado ya que «aprisionaba» al alma.  Fueron ellos los que enseñaron el valor de la virginidad, el celibato y el desprecio al matrimonio.  Fue la «Didajé» el primer escrito cristiano en que se sostiene que «no matarás al feto por aborto ni destruirás a la criatura ya nacida»; esto por dos razones: no estaba claro cuando entraba el alma al cuerpo del feto y si el embarazo era fruto del adulterio y el aborto era un medio de eliminar la prueba del delito.

En esta línea está Jerónimo, quien afirma que ciertas mujeres «toman pócimas para asegurar la esterilidad y son culpables del asesinato de un ser humano todavía no concebido -nótese esto-. Algunas, cuando están embarazadas por un pecado, abortan usando drogas».

Cuando hubo más elaboración propia del cristianismo, San Agustín, quien no se caracteriza por ser demasiado permisivo en materias de sexualidad y reproducción, escribió en su «Enchiridion» que los fetos abortados no formados del todo mueren «como semillas que no han fructificado y llegarán a su plenitud potencial por la gracia de Dios al final de los tiempos».  Para este santo la persona comienza cuando ha alcanzado la plenitud de las formas humanas. Hubo tantas posiciones sobre el asunto como comentadores escribieron, pero el aborto era un tema subordinado a otro, el matrimonio. El matrimonio romano era un asunto privado entre cónyuges, por lo tanto había divorcio y duraba lo que los cónyuges estimaban.  A los cristianos les cuesta apartarse de esos criterios y en la práctica, se concentraron en los pecados de fornicación y adulterio.  Entonces el aborto no era un homicidio en sí sino un medio para encubrir una traición.  Por ello hasta Santo Tomás de Aquino opina que el aborto es posible en los primeros meses del embarazo, sea porque aún no existía forma plenamente humana del feto, sea porque aún no entraba el alma a éste.

Agustín -a quien cito por lo que escribe aunque no es precisamente mi santo favorito- escribió en otra obra, «De Nuptiis et Concupiscentia», «el acto del aborto no se considera homicidio, porque aún no se puede decir que haya un alma viva en un cuerpo que carece de sensación ya que todavía no se ha formado la carne y no está dotada de sentidos».  Por ello los penitenciales de la Edad Media condenan más la sexualidad ilícita que el aborto, como lo hacen los cánones de diversos lugares.

Santo Tomás de Aquino, como se dijo antes, consideraba posible el aborto antes que el feto estuviera unido al alma, pues todavía no era propiamente persona humana.  El santo tenía una posición hilomórfica en este asunto, es decir, que las personas tienen dos elementos que la constituyen -alma y cuerpo- o, en otros términos, materia prima y sustancia. No hay persona viva sin estos dos elementos.  Jesucristo tiene una existencia hilomórfica, es humano y divino, dos naturalezas completas.

Como se puede apreciar hasta aquí, el aborto terapéutico siempre era posible antes de la infusión del alma al feto, y desde el siglo XIV había certeza de ello; recién con Pío XII aparece la extraña doctrina que la vida de la madre vale menos que la del feto, lo que implica una alta probabilidad de la muerte de ambos.  El Concilio Vaticano II en «Gaudium et Spes» introduce, oficialmente,  un cambio en las razones de la oposición al aborto, ya no es porque oculta el pecado sexual sino porque hay que proteger la vida, recién aquí se deroga toda la tradición y se instala una doctrina contraria a los grandes teólogos cristianos, que el alma entra al cuerpo en el momento de la concepción, por ello el asunto muta a una discusión entre fe y medicina acerca de cuándo es el momento en que se produce la concepción. En términos de lógica emerge una paradoja, que la persona es igual a su potencial, que lo que va a ser ya es.

En cuanto a Chile, el aborto era tolerado si bien era algo que no se mencionaba; de hecho debió haber sido el mecanismo de control natal más popular de Chile hasta las pastillas anticonceptivas.  Por años fue una zona ajena a las preocupaciones curiales, por ejemplo, no era un tema que apareciera en los textos de estudios del seminario, tampoco hay en la «La Revista Católica» interés por el tema, cuando más como una palabra añadida en una lista a propósito de otro comentario.  Fue en los años sesenta cuando, a propósito de las políticas de natalidad de la época, que el aborto saltó a la palestra como un tema de interés de salud pública. La alta mortalidad materna como secuela de abortos caseros, la falta de camas de hospital para otras dolencias, pues estaban ocupadas por demasiadas abortantes, la falta de sangre, etcétera. Esas condiciones de máxima degradación en que vivían y morían miles de chilenas pobres motivó que dos chilenos ilustres que si amaban la vida cooperaran: El Presidente Eduardo Frei Montalva y Su Eminencia el Cardenal Raúl.

Por eso molesta que se use con un interés mezquino un tema tan doloroso, pues ni es la trivialización del aborto lo que se propone discutir, es el aborto terapéutico que es un dilema tan horroroso para las mujeres y sus familias en situaciones límite.  Tan bien es una falta de respeto para nosotros los creyentes, nuestra fe no se basa en «un» caso acerca de la vida, el quinto mandamiento se refiere a «toda» la vida, a la antes de nacer, cuando existe la persona y hay infusión del alma y hasta la muerte.  Es demasiado sospechoso, además, que muchos -no todos, pero sí la mayoría- de los pro-vida no puedan exhibir una historia impecable defendiendo la vida y la dignidad de la vida en todas sus demás etapas.

Un recado a los emplazadores si son católicos.  Es pecado un juicio temerario sobre la religión ajena, se juzga la conducta y no los pensamientos o intenciones, ello queda para Dios, también recordar que la fe que profesamos no se agota en el antiabortismo, en verdad es bastante repugnante como se ha sido elevado como la característica central de la fe.  Es decir, más catecismo y fe y no solamente repartir sanciones con escándalo.  ¡Ah! E informarse más, la Iglesia católica acepta el aborto indirecto, que son prácticamente sinónimos y con diferencias conceptuales antes que prácticas.

*Rodrigo Larraín es sociólogo, Académico Universidad Central.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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