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¿Qué diría Luis Thayer Ojeda?

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Óscar Acuña Poblete
Por : Óscar Acuña Poblete Rector Universidad SEK
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Al cuestionar estas intervenciones que violentan la ciudad, como la misma sede de la Universidad San Sebastián, se olvida interpelar a los arquitectos autores de los proyectos y a las Municipalidades y sus Direcciones de Obras, que ya sea por las falencias del Plano Regulador o por excesiva…


Luis Thayer Ojeda fue una de aquellas figuras iluminadas que ilustraron el siglo pasado. Su libro, «Santiago de Chile. Origen del nombre de sus calles», publicado en 1904, así lo acredita. La reedición de éste, sumando planos de alto valor histórico, empuja a reflexionar sobre la ciudad de hoy. Algo especialmente oportuno en momentos que nuestra sociedad está asumiendo un rol cada vez más activo en la defensa del patrimonio cultural.

Por ello es atingente preguntarse: ¿qué habría dicho Luis Thayer Ojeda en la polémica pública por la pretensión de instalar un gigantesco monumento frente a la Escuela de Derecho en el Parque Gómez Rojas?

Pienso que no le habría resultado grato.  Él, como nadie, comprendió la naturaleza del desarrollo de la ciudad como un proceso colectivo y compartido, del cual son testimonio esencial los nombres de las calles.  Su inquietud intelectual sobre la  ciudad tiene como paralelo su interés en la genealogía, por aquello de conocer nuestros antepasados para comprender lo que somos hoy.

A Thayer Ojeda no le sería menor el cambio de nombre de Gómez Rojas a Juan Pablo II.  No resulta lógico que se cambie arbitrariamente el nombre de un parque, llamado así por décadas en razón de su entorno. El eufemismo de traspasar la denominación a la feria artesanal del sector, como proponen los interesados, le habría resultado insólito, casi una ironía.  Ya la sola existencia de esa feria en el lugar, más el emplazamiento de enormes paletas publicitarias, ha implicado una ofensa enorme a la ciudad.

Tampoco le habría sido indiferente la transformación de este parque en una plaza, ni le habría resultado irrelevante el querer emplazar en el área la estatua de SS Juan Pablo II, que por cierto a muchos nos resulta acreedor de homenajes.

Habría, creo, compartido el fondo de la discusión, que va más allá del monumento público.

Veamos las preguntas o cuestiones que surgen respecto del monumento. La transparencia en definir las obras que se emplazan en el espacio urbano no es un detalle; el sector privado, tal como el público, debería  adjudicarlas  por concurso. Tampoco puede obviarse la vinculación del monumento con el homenaje; Thayer habría compartido nuestra pregunta: ¿qué relación tuvo el Papa con el Parque Gómez Rojas o la comuna de Recoleta para que se ligue con este homenaje?, sólo una búsqueda muy forzada de razones podría unirlos.

A las anteriores se suma la monumentalidad de la estatua para un Papa que sin duda fue sobrio y cuya  personalidad dudo que hubiera buscado estos reconocimientos.

Cabe también preguntarnos: ¿será el mejor lugar?  ¿No lo expondremos en ese sitio a ser el objeto de la ira de manifestantes transformando el homenaje en una ofensa? Pensemos en lo que durante décadas sucedió con Domingo Faustino Sarmiento en ese mismo sitio o lo que ha acontecido con la estatua del mismo Santo Padre en Buenos Aires, que al lado de la Biblioteca Nacional ha pasado por muchos momentos ingratos.

Lo de fondo es más profundo: lo que duele de verdad es que estos lugares queden abandonados. Pareciera que el sino es que ese abandono posibilite, incluso haga indispensables, las transformaciones que llevan las cosas a un estadio absolutamente diverso.

Sucede que los lugares cambian su identidad pues ya no da para más el statu quo a que nosotros mismos hemos llevado las cosas. Los proyectos nuevos aparecen como salvadores, sin importar qué se quiera hacer porque aparentemente es mejor que la precariedad existente.  O sea, una profecía autocumplida.

Al cuestionar estas intervenciones que violentan la ciudad, como la misma sede de la Universidad San Sebastián, se olvida interpelar a los arquitectos autores de los  proyectos y a las Municipalidades y sus Direcciones de Obras, que ya sea por las falencias del Plano Regulador o por excesiva flexibilidad, dan lugar a estas intervenciones.

¿Hasta cuándo dejamos que nuestra ciudad pierda su identidad y reciba intervenciones que desconocen nuestra historia y dañan a sus barrios? ¿Por qué no podemos aspirar a una ciudad con más orden y con una visión de conjunto, no episódica?

Vuelvo entonces al libro de Thayer Ojeda: nos hace falta alguien como este señor, que cercano al centenario rescató la razón de los nombres de nuestra ciudad y fue capaz de decir a voz en cuello que «en tiempo de la República aparecen calles cuyos nombres, por ser de mero capricho y muy conocido su origen, no trataremos».

*Oscar Acuña es secretario ejecutivo del Consejo de Monumentos Nacionales.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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