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Despiértenme cuando pase el temblor

Santiago Escobar
Por : Santiago Escobar Abogado, especialista en temas de defensa y seguridad
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Aunque ME-O cultiva el perfume de la fronda aristocrática, logró correr los límites o requisitos de quienes aspiran a un cargo y que ello se vea aceptablemente bien. Por lo mismo, gane quien gane, muchos deberán recoger su equipaje y descender del avión porque este es final de viaje.


Cambio de ciclo con riesgo de temblor de intensidad indeterminada. Esa es la situación actual, a doce días de la primera vuelta de la elección presidencial.

El diagnóstico sobre lo inmediato no puede ser más preciso, pues son demasiadas las conjeturas y supuestos. El escenario es de incertidumbre. Se puede sostener sin equivocarse que estamos entregados al peso del Ello como diría Freud. Y, cabría agregar, en una actitud como la descrita por Soda Stereo: sentados “en un cráter desierto, esperando el temblor”.

Claro que hay tendencias crudas. Desnudas y descarnadas como una verdad de calle, lejos del ripio de los análisis teóricos e incluso del marketing político, que en lo principal muestran como primeras víctimas a los asesores de imagen. El flujo social lleva todo mezclado: los miedos, las esperanzas, las excusas y las memorias, porque finalmente es término de viaje. A secas.

La Concertación

Entre las tendencias notorias está el término de la Concertación y el comienzo de una carrera por su reemplazo en el mundo de centro izquierda. Ello independientemente de si gana las elecciones, lo cual sería la última hazaña. Nada volverá a ser lo mismo en el oficialismo y sus principales líderes, al menos los que manejan los timbres, saben que eso es así y se agazapan en el poder para dar el salto. ¿Pero a dónde?

[cita]Se le suponen exigencias altas para negociar su apoyo, cosas que lesionan a los partidos como las cabezas políticasde varios dirigentes de la Concertación. [/cita]

El fundamento de esta disolución empezó a fines del 2005 y se consolidó con el gobierno ciudadano de Michelle Bachelet haciendo que lo que hoy ocurre sea una mera circunstancia. Este instaló un modo de relaciones entre el gobierno y su base política donde la lógica de los partidos no cabía. Los vínculos necesarios estuvieron dominados por la relación clientelar entre gobierno y algunos dirigentes, los que disciplina por medio, fueron retribuidos con prebendas en el Estado. El ejemplo clásico es el de Camilo Escalona, activista permanente de la disciplina y artífice en la pérdida de la mayoría parlamentaria concertacionista y en hacer del Congreso Nacional el planeta de los díscolos.

El universo en expansión que es actualmente la Concertación tiene pocas probabilidades de congelarse. Principalmente porque parte de su centro político percibe opciones de continuidad en la candidatura de la derecha.

El cargo presidencial

Otra tendencia marcada es la soledad del manager presidencial. En un régimen marcadamente presidencialista, el Presidente ha perdido significación orgánica respecto de su base política, pero ha ganado una enorme proyección social, ya desde la época de Ricardo Lagos, trabajando con su equipo político más íntimo exclusivamente para su imagen.

Dejó de ser el “líder de la coalición” como pretende la Concertación y la institución se impregnó del aura de poder de la Constitución de 1980, cambiando el poder militar por el rating social. Neto retroceso en la perspectiva republicana.

En materia electoral el sistema pasa de proyectos políticos programáticos a coaliciones electorales. Ello se marca mucho con la institucionalización de la segunda vuelta presidencial y supone la búsqueda de condiciones de negociación electoral más allá de la propia coalición, lo cual sólo puede hacer un líder sin muchos amarres doctrinarios.

Es decir, la política será más pragmática y de corto plazo, y sea quien sea el que resulte electo Presidente deberá buscar alianzas al otro lado de la línea. En cierta medida es el triunfo del aliancismo –bacheletista como concepto, y que fue perfectamente captado por ME-O.

Mayorías parlamentarias

Otra tendencia es que tener una diputación o una senaduría por fuera de los partidos es más provechoso que poseer una ínsula. Aunque con dificultades, el sistema binominal es permeable a partir de liderazgos o cacicazgos locales. Ello, y que es otro punto adverso a los partidos, le entrega a los parlamentarios elegidos por fuera un valor social, político y económico (o al revés en el orden de estos factores) que trasciende el cargo y que hasta ahora no se ha visto con claridad.

La ortodoxia del cambio sostenida por los candidatos presidenciales promete terminar con los operadores políticos. Parece una propuesta audaz pues aparentemente el sistema no puede funcionar sin ellos para dar viabilidad política y práctica a las decisiones. Parte del problema es que alguien se tendrá que encargar de invitar, convencer y retribuir las mayorías que se formen, de manera temporal o permanente frente a la gestión de gobierno. Cómo se van a armar las mayorías parlamentarias o se realizará el proceso de profesionalización de la administración pública en el próximo período, está por verse. Pero lo más probable es que se parezca a una negociación antes que a un debate tecno político, y que se paguen muchos favores legislativos con el Estado.

La nueva generación

Pero quizás si la tendencia más cruda sea el cambio generacional y la imagen misma de lo que es realmente poder político. Tanto por la forma en que este se expresa en estas elecciones, como por el universo electoral de referencia que crecerá casi en un 40% a partir del año 2010.

Aquí la lucha es enconada en todo el espectro, y en ella pierden en primer lugar los partidos y las viejas formas de hacer política.

Piñera se mueve activamente hacia los ritos del líder solo, lo más autónomo posible de la UDI y su doctrina del partido popular. Esta trata en cambio de abrazarlo con un resultado electoral que obligue al empresario a tener que negociar primero con ella si alcanza la Presidencia. La solución se mueve en torno al límite crítico del 50%. Mientras más cerca de este se sitúe Piñera en primera vuelta, más independiente será posteriormente.

En la Concertación el asunto es más complejo. Su candidato no puede ganar sin negociar con ME-O en caso que logre pasar a la segunda vuelta. ME-O es el king maker de la Concertación o, eventualmente, el king si pasa él a la segunda y los papeles se invierten.

Se le suponen exigencias altas para negociar su apoyo, cosas que lesionan a los partidos como las cabezas políticas de varios dirigentes de la Concertación. Lo que es una limitante para obtener de reversa el apoyo de estos. Ha dicho que no la quiere, pero hasta ahora se ha mostrado como un candidato frío y pragmático y nada indica que no negociará si puede ganar todo.

Es el candidato más libre porque ya le ganó a la elite política al instalar el recambio político generacional como un acto personal y no programático. Cambiando no solo la manera de hacer política sino la imagen misma de ella, hasta ahora anclada en la cultura de la ambigüedad consociativa de los último 20 años. El estilo aún está verde, pero viene madurando aceleradamente.

Aunque ME-O cultiva el perfume de la fronda aristocrática logró correr los límites o requisitos de quienes aspiran a un cargo y que ello se vea aceptablemente bien. Por lo mismo, gane quien gane, muchos deberán recoger su equipaje y descender del avión porque este es final de viaje.

Los cambios son así, y muchas veces incluyen una serie de temblores que preceden a grandes movimientos sísmicos. Ello perfectamente puede ocurrir el domingo 13. Despiértenme cuando pase el temblor.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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