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Cealc: ¿horizonte de expectativas o simple zona de experiencia?

Iván Witker
Por : Iván Witker Facultad de Gobierno, Universidad Central
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Aunque cada intento de crear un nuevo organismo sea prodigado con palabras de ternura, o arrebatos mesiánicos, la verdad es que son escasos los que se consolidan. Ahora se nos obsequia la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (Cealc). ¿Nuevo foro de conversación?, podría ser. ¿Nueva instancia de colaboración entre nosotros?, podría ser. ¿Entidad que nos identifique ante el mundo?, difícil.


Pocas regiones del mundo pueden exhibir tal variedad de organismos de “integración” como América Latina. Variedad en cantidad, mas no en calidad. Lo que evidencian los números en materia de integración regional, en realidad, no tiene reflejo en la consolidación de los organismos ya creados.

Aunque cada intento sea prodigado con palabras de ternura, o arrebatos mesiánicos, la verdad es que son escasos los que se consolidan. Ahora se nos obsequia la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (Cealc). ¿Nuevo foro de conversación?, podría ser. ¿Nueva instancia de colaboración entre nosotros?, podría ser. ¿Entidad que nos identifique ante el mundo?, difícil.

Los números indican a lo menos dos patologías regionales: no sentirse satisfecho con lo conseguido y una desconfianza infinita en el otro. Paradójico.  Muchos son los que sostienen, con dejo de orgullo, que la gran característica de los latinoamericanos sería saber captar la otredad; atender los particularismos.

[cita]No pareciera haber razones para seguir fundando organismos, entidades y uniones que no pasan de lo declarativo. Varios ni siquiera llegaron a un corpus iuris. Por fortuna, añádase que la Cealc se ve harto inofensiva.[/cita]

Sin embargo, la evidencia que emana de la recientemente creada Cealc apunta más bien a mostrar nuevas grietas en la ya avanzada fragmentación regional. Y la puesta en escena no pudo ser más elocuente. Las amenazas entre los contertulios debieron ser calmadas por un comandante que no goza, precisamente, de fama de hombre pacífico ni menos de blandengue. ¿No estamos en un encuentro de unidad?, preguntó algo azorado.

Más allá de la anécdota, es preocupante este curso de colisión múltiple que ha tomado la región. No porque en las riñas vayamos a perder amigos, ni se vaya a dilapidar aún más tiempo y energía en la lucha contra la pobreza y el subdesarrollo (ya de por sí grave), sino porque parece que en esta región, asociado a las patologías, se ha perdido una noción muy elemental, cual es que el sistema internacional tiene dos rasgos inalterables: el carácter obligatorio de la interacción con los demás, más allá de la voluntad individual, y la imposibilidad de cambiar la localización geográfica.

Por lo mismo la Cealc y todas las propuestas “integracionistas” futuras, no pueden sino ser asumidas con una importante dosis de pragmatismo. Una actitud muy necesaria, que pasa por dejar de lado al menos tres grandes tentaciones, que a veces se presentan concatenadamente, al maximalismo, al moralismo y a la ideologización. Cada una de estas tentaciones encierra el peligro real de verse envuelto en dimes y diretes ajenos, en peleas estériles y embrollos de toda naturaleza.

Maximalista, en ninguna dirección. Los sistemas políticos no son un artículo de exportación y la evidencia demuestra que, cuando se ha intentado –en la dirección que sea- termina en fiascos intervencionistas o en conductas que más tarde son vilipendiadas.

Moralista, en ningún sentido. Escarbar donde no se debe, salvo para entender contextos, sólo ocasiona malos entendidos. Y en ciertos casos aislamiento. Erguirse como potencia moral tiene pésimos precedentes en la región. La que más se recuerda en los estudios internacionales es la famosa doctrina Betancourt, impulsada por el socialdemócrata presidente venezolano, Rómulo Betancourt, quien actualizó la -menos famosa- doctrina Tobar de inicios del siglo XX (por lo tanto tampoco algo muy nuevo) y que propugnaba aislar a los regímenes no democráticos, rompiendo relaciones diplomáticas. Acérrimo moralista, Betancourt llevó a su propio país al aislamiento, producto de la realidad circundante. Cortó relaciones con: España, Cuba, República Dominicana, Ecuador, Guatemala, Haití, Argentina y Perú.

Ideologizada, es el camino al anacronismo total. Basta ver que la propia Cuba viene saliendo de estos males. Tras 40 años de arar en el desierto (o en el mar, si se prefiere), los evidentes visos de pragmatismo en la política exterior de Cuba hoy, son explícitos de las lecciones extraídas por sus tomadores de decisión, que traumatizaron a su sociedad llevando grandes revelaciones socialistas a exóticos países africanos y asiáticos, entre otros. Ello aparte de los daños a la economía.

Luego, existen en la región otras variedades de no-realismo, tan nocivas como las anteriores. Una de ellas es la política exterior predicadora. Hoy está de moda predicar la colaboración Sur-Sur, un resabio del viejo tercermundismo. Las prédicas en lo internacional suelen desatar desmesuras verbales y prácticas, obligando a las instituciones a actuar como diques de contención. El peligro que encierran las prédicas es la distorsión que ejercen sobre la definición de imperativos estratégicos e intereses. Recordados son los extravíos tercermundistas del presidente mexicano Luis Echeverría en los 70, cuando puso como tarea prioritaria de su diplomacia obtener, para él, la Secretaría General de la ONU y/o el Premio Nobel de la Paz.

Es interesante comprobar que mucho del espíritu echeverrista pervive en ese grupo tan variopinto que creó la Cealc. Fue justamente este predicador, junto a un maximalista por excelencia, el presidente venezolano, Carlos Andrés Pérez quienes dieron vida al SELA, el Sistema Económico Latinoamericano que albergaba a varias empresas multinacionales (Namucar y otras), concebidas, desde luego, para liberar a la región del yugo financiero internacional.

Los hados fueron crueles con estos dos pro-hombres de una integración que buscó, ya en los 70, dejar fuera a EEUU y Canadá. Hoy, ambos vilipendiados en sus respectivos países, no tuvieron ni un mísero recuerdo en la Riviera maya. Pero no debe extrañar. Y es que partes de la patología descrita son la adicción fundacional (todo lo existente es imperfecto y desechable, hay que crear algo nuevo), así como cierta esclerosis. Aunque están los que creen que, en realidad, se padece una dosis importante de ignorancia. Puesto en términos de la Grecia antigua, los tomadores de decisión practican la hamartia, errores fatales inducidos por la ignorancia.

Visto en ese contexto, no pareciera haber razones para seguir fundando organismos, entidades y uniones que no pasan de lo declarativo. Varios ni siquiera llegaron a un corpus iuris. Por fortuna, añádase que la Cealc se ve harto inofensiva.

Los abrazos en la Riviera maya no dieron mayores luces sobre el destino común que tendría la región a partir de ahora. Una primera aproximación, en todo caso, confirma que por estos lares seguimos dominados por los ingenios agudos, las picardías litigiosas y una verborrea a mares (que ya una vez sacó de quicio a un estoico rey), aparte de un temperamento pendenciero, realmente a toda prueba. Lo nuevo quizás fue el caballeroso llamado al orden hecho por ese octogenario comandante.

Esa es la encrucijada del momento. No otra. La Cealc es reflejo de lo descrito y por eso no tendrá larga vida. Será devorada por sus propias estridencias. El sosiego y la perspectiva histórica –siempre buenas consejeras- indican que se le debe tener como simple espacio de experiencias.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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