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Qué tan importantes son las FF.AA.

Iván Witker
Por : Iván Witker Facultad de Gobierno, Universidad Central
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La evidencia apunta a concebir a las FF.AA. como un componente central de la acción y proyección del Estado, especialmente en situaciones de emergencia, sea en tiempos de paz o de guerra.


Esta es una pregunta que se han planteado desde siempre las diversas sociedades y las respuestas son muy disímiles. Están aquellos que las creen necesarias per se, y otros, ubicados en las antípodas, que no ahorran epítetos en su contra. En los ambientes académicos, especialmente desde el final de la Guerra Fría, se han trabajado cuestiones más precisas, que bien pueden ser sintetizadas en la duda, ¿para qué son importantes. No son pocas las corrientes de pensamiento que argumentan incluso a favor de su disolución. A raíz de la catástrofe natural ocurrida en nuestro país, bien vale profundizar en el tema, y reflexionar acerca de qué son las FF.AA. y de qué forma son útiles a la acción del Estado.

La defensa y seguridad estatales no son funciones que -al menos por un lapso previsible- se puedan privatizar y, por lo mismo, están íntimamente ligadas a los intereses nacionales, cuyas definiciones son por esencia políticas. Luego, éstas deben ajustarse a criterios objetivos del escenario donde sirven, es decir deben adecuarse a las dimensiones y características del país y a la situación geopolítica de éste. Por eso resulta una liviandad estimar a priori que las FF.AA. estén sobredimensionadas en algunos de sus aspectos o estén incurriendo en gastos innecesarios.  Un país adquiere la cantidad y calidad de equipamiento, y establece las características de sus FF.AA., únicamente en función de los parámetros mencionados, es decir de sus necesidades y sus posibilidades.

[cita]La evidencia apunta a concebir a las FF.AA. como un componente central de la acción y proyección del Estado, especialmente en situaciones de emergencia, sea en tiempos de paz o de guerra.[/cita]

El desastre natural vivido por el país, unido al clamor de despliegue de sus FF.AA., deja algunas lecciones a considerar. Cierto, el despliegue rápido, incisivo y fulminante en situaciones de guerra o alta conflictividad, es muy deseable. Sin embargo, ha quedado en evidencia la necesidad de que nuestras FF .AA. sean modernizadas para atender también grandes catástrofes. De hecho, al menos en nuestro país, éstas son más frecuentes que las guerras y los conflictos violentos. ¿Quién podría negar hoy que las FF.AA. deben tener más hospitales de campaña, más puentes mecanos, y comunicaciones del más alto estándar? Un punto a meditar es qué hacer ante una catástrofe similar a la ocurrida, pero ya no en una zona accesible como es el centro del país, sino en zonas extremas. O bien, ¿qué hubiese ocurrido si la catástrofe hubiese sido directamente en Santiago?

La experiencia de los países que han eliminado, o reducido drásticamente las funciones y capacidades de sus FF.AA., es más bien negativa. Y cuando no lo es, se trata de situaciones demasiado específicas.

En efecto, de los 21 países sin FF.AA., la mayoría delega su defensa y seguridad en potencias centrales que les proveen tales bienes. Pero convengamos que se trata de naciones más bien pequeñas, que juegan roles claramente marginales en la vida política y comercial internacional. Algo que no corresponde a la realidad ni aspiraciones de los chilenos. ¿En quién podríamos delegarlas y quedarnos tranquilos?

Así entonces, están los casos de Panamá, que si bien abolió sus FF.AA. en 1994, dispone de una serie de dispositivos armados  disuasivos (policía, servicio de fronteras y otro aeronaval) y ha firmado acuerdos de defensa con EE.UU. con instalaciones  ad hoc en varias islas (Chapera, Rambalá y otras), amén de los importantes ejercicios multinacionales Panamax. Luego, varios micro-estados caribeños como Barbados, Dominica y Grenada tienen unidades policiales y semi-militares para emergencias y su defensa externa la han delegado en un sistema regional caribeño cuyo apoyo central es igualmente EE.UU.  Un caso dramático es el de Haití, que disolvió sus FF.AA. en 1995 tras una operación de paz que instaló en el gobierno a Bertrand Aristide, trasladándose los asuntos de seguridad a una milicia personal del Presidente, llamada Chimeres, cuyos estropicios demandaron una nueva operación de paz.  Suele citarse como exitoso el caso de Costa Rica, que abolió sus FF.AA. en 1949 tras una sangrienta guerra civil, pero se deja en el aire que ese país dispone de una Guardia Civil, una Guardia Rural, un Servicio de Vigilancia Marítimo, y una Unidad de Vigilancia Aérea, todas con capacidad de fuego y entrenamiento superior a la de muchos países, al punto que logró salir airoso de la grave desestabilización regional de los 80. Costa Rica dedica el 0,5% de su PIB a gastos en Defensa.

En Europa los casos más interesantes son Islandia, que no tiene ejército desde 1859, pero es miembro de la OTAN; incluso hasta 2006 había emplazada en el país una sofisticada base aeronaval estadounidense. San Marino ha delegado su defensa externa en Italia, mientras que Andorra la ha entregado históricamente (por muchos siglos) a Francia y España. Francia es también responsable de la seguridad de Mónaco.

Países diminutos del Pacífico han tomado decisiones análogas. Kiribati, Tuvalú, Micronesia y Palao poseen guardia costera y han firmado un acuerdo con EE.UU., Naurú otro con Australia, y Samoa con Nueva Zelandia.

Un caso muy relevante para entender lo que puede pasar si un país no moderniza (operacional  y doctrinariamente) a sus FF.AA. es el Líbano, cuya élite en los 70 se dejó llevar por la confianza que suele inspirar la prosperidad económica sostenida durante varios años y no examinó adecuadamente las funestas consecuencias que iba a tener para su propia seguridad el hacer caso omiso del deterioro de su entorno geopolítico.

En síntesis, la evidencia apunta a concebir a las FF.AA. como un componente central de la acción y proyección del Estado, especialmente en situaciones de emergencia, sea en tiempos de paz o de guerra. Aún más, el conocimiento de los temas de defensa y seguridad, así como la voluntad a usar de manera normal todos sus instrumentos, parece ser esencial para las democracias modernas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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