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Cuba: legados sólidos, legados líquidos

Iván Witker
Por : Iván Witker Facultad de Gobierno, Universidad Central
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Incongruente con las ágiles demandas de la sociedad de la información, con las tendencias irreversibles hacia el individualismo y los deseos de libertad. Por lo mismo, esa elite, pese a su opción por el pragmatismo, no logró entender a la disidente blogera. El propio líder máximo ha reconocido que rara vez se ha sentado ante un computador.


Sorprendente resulta comprobar lo vasto de la devaluación que sufre por estos días el experimento colectivista cubano. Hasta hace escasos meses parecía seguir siendo enormemente motivante visitar en su lecho de enfermo, o bien rendir sentidos homages, al máximo líder.

Pero hoy día hasta los más fanáticos reconocen dificultades con el respeto a los derechos de los individuos, la existencia de censura a la actividad informativa y se observa una no disimulada insatisfacción con el funcionamiento de la economía. Especialmente difícil –aseguran los melancólicos admiradores de la trayectoria revolucionaria– es defender la legitimidad del gobierno ante la ausencia de elecciones democráticas. La represión a la disidencia, en plena era de internet, ha devenido en una verdadera cereza sobre el postre. Ese país, que embrujó a generaciones durante décadas se ha transformado en un reflejo de barbarie. ¿Cómo pudo suceder esto?

[cita]El experimento de los hermanos Castro provocó una brecha entre blancos y negros, inédita en el contexto latinoamericano.[/cita]

Primero, por la incapacidad de su actual presidente para renovar las elites del país, lo que ha dejado de manifiesto una personalización del régimen superior a la de sus equivalentes más próximos -Corea del Norte y Libia- los cuales sí encontraron fórmulas de re-generación por vía filial. En este sentido, el modelo de los hermanos Castro demostró particularidades muy fuertes respecto a otros socialismos, donde la verticalidad del régimen tenía un carácter tricéfalo, bastante despersonalizado  (partido, FF.AA. y aparatos de seguridad). Los chinos inclusive descubrieron una fórmula más innovadora, la inner party democracy, que vehiculiza sucesiones no traumáticas a la cabeza de los máximos órganos de poder en este tipo de regímenes.

Segundo, por la anomalía con las grandes tendencias del mundo moderno. Todos los escenarios post Castro colisionan con la idea de democracia. Y, lo que es peor, son percibidos como poco benignos, cuando no decididamente malos, para futuros proyectos de la izquierda; por eso la devaluación ante sus congéneres y amigos.

Cualquier líder progresista (incluso de segundo rango) entiende que en un ambiente internacional dominado por los medios de prensa y proclive a acrecentar los márgenes de libertad, el verse asociado a regímenes altamente personalizados y esclerotizados es dañino y poco rentable. Resulta a lo menos curioso que los dos países  más cálidos para los autoproclamados progresistas son los únicos del hemisferio gobernados por militares.

Ante la inminencia de la disgregación, parece pertinente echar una mirada ex ante al legado de estos 50 años, toda vez que las marcadas particularidades anticipan dos tipos de éstos, que, parafreaseando a Zigmunt Bauman, se pueden definir como legados líquidos y aquellos sólidos. Los primeros son los de rápida difuminación y reemplazo por una dinámica apabullante en favor del libre mercado, tal cual ocurrió en Europa central y oriental. Como dijo el primer ministro estonio en ENADE hace dos años: “Ante cada problema pensábamos cómo lo haría un comunista y optábamos por hacer justo lo contrario”. En cambio, los legados sólidos son aquellos que por su naturaleza misma desatarán profundos debates. Entre estos últimos se visualizan los siguientes.

Legado difuso en materias políticas. Tras el fin de la Guerra Fría, La Habana perdió gravitación en los asuntos globales debiendo retirarse de África, amén de quedar sin sus grandes aliados en el Viejo Continente. Desde entonces concentró sus maltrechas energías en el hemisferio. El colapso del régimen parecía cuestión de días, pero el destino quiso que una potencia petrolera, como Venezuela, apareciera en su horizonte con un bolsillo generoso.  Sin embargo, el shock de 1990 llevó al régimen a un pragmatismo impensado. Se invitó (y luego visitó) al Papa, se reconoció a los gobiernos de la región buscando comercio y diálogo político. Rápidamente, aquellos indóciles y desgarbados guerrilleros cambiaron sus atuendos, su vocabulario y ademanes. Del caótico “territorio libre de América”, sumido en la pasión credal de la revolución, apareció en los 90 el estado cubano, preocupado por las formas, las instituciones y por introducir un mínimo de racionalidad económica. Pero así como la idea de la revolución, corporizada en los hermanos Castro y en Guevara, tuvo sus décadas doradas en los 60, 70 y 80, la reconstitución del Estado en forma ocurrió fuera de época, bajo la fosilizante dinámica del sedentarismo mental. Es decir, incongruente con las ágiles demandas de la sociedad de la información, con las tendencias irreversibles hacia el individualismo y los deseos de libertad. Por lo mismo, esa elite, pese a su opción por el pragmatismo, no logró entender a la disidente blogera. El propio líder máximo ha reconocido que rara vez se ha sentado ante un computador.  La opción por el pragmatismo tampoco impidió que jóvenes y profesionales sigan emigrando masivamente en busca de sociedades que respeten sus derechos individuales.  Y, desde luego, que la actitud del gobierno frente a los presos de conciencia confirma los padecimientos denunciados desde hace años. Recordemos que el propio Fidel Castro escribió su famoso opúsculo “La Historia me absolverá” en la cárcel (en la vieja Remington familiar ingresada al penal, autorizado por jueces y guardias).  Y nadie podría desmentir, que la justicia de aquellos años, dominada por Batista (de por sí anacrónica para nuestros códigos), le permitió defenderse judicialmente.

Legado explosivo en materia racial. El experimento de los hermanos Castro provocó una brecha entre blancos y negros, inédita en el contexto latinoamericano. No sólo la amplia mayoría de quienes emigran al extranjero es racialmente blanca. También lo es la composición de la elite política (ministros, embajadores, generales, gerentes de las grandes empresas). Todas las cifras de orden socioeconómico muestran una gran marginalidad de la población negra. Dicho cuadro, con contornos de apartheid, contiene elementos sumamente combustibles e indican que la violencia post régimen estará dada en lo básico por una lucha a favor de derechos civiles.

Legado de fragilidad extrema en materias económicas. La economía nunca logró en 40 años superar los problemas energéticos y ha permanecido en estado de dependencia absoluta de subvenciones externas (URSS, Angola, Venezuela). Esto afianzará necesariamente las posiciones pro-mercado.

Legado peligroso en el ámbito demográfico. La población cubana envejece, no sólo producto de una mayor expectativa de vida y baja natalidad, sino principalmente de las masivas migraciones, lo que está alterando las tendencias evolutivas naturales. Resulta ocioso profundizar en el impacto que este problema tiene sobre la población económicamente activa, así como sobre otras externalidades.

En síntesis, legados sólidos y legados líquidos que abren escenarios tan complejos como imprevisibles.  El gran desafío de los organismos multilaterales, de los gobiernos interesados y de los estadounidenses (y, quien sabe, quizás hasta de una operación de paz), será deflectar presiones. Estas provendrán tanto de las fuerzas que estarán compitiendo por la hegemonía como de los demonios y fantasmas nacidos estos últimos 40 años.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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