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Los que van quedando en el camino

Manuel Riesco
Por : Manuel Riesco Economista del Centro de Estudios Nacionales de Desarrollo Alternativo (Cenda)
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Meterse con las mineras no sale gratis. Mandan fuerza, juegan rudo y muy sucio. Hay mucha plata en juego. La historia de Chile lo avala: dos presidentes mártires y héroes, junto a otros patriotas que fueron quedando en el camino, algunos humillados de manera inmisericorde. Todos ellos asumieron una causa noble: intentaron recuperar para Chile las riquezas minerales que le pertenecen al pueblo y que otros se habían apropiado. No hay que confundirse, su sacrificio no fue en vano. Lo lograron en mayor o menor medida. Pagaron muy caro por ello.

Ahora le tocó el turno a Kevin Rudd, Primer Ministro de Australia. Fue humillado hasta las lágrimas y obligado a renunciar, traicionado por su más estrecha amiga y aliada, que asumió en su reemplazo. Perdió el apoyo de los barones parlamentarios y regionales del Partido Laborista, que toleraban a desgano su talante intelectual – hasta hablaba mandarín -, sólo porque hasta hace poco era el gobernante más popular que habían tenido, alabado por todos por haber enfrentado la crisis mundial mejor que ningún otro país en todo el mundo, según el FMI. Sin embargo, para destruir su imagen bastaron unos pocos meses de enfrentamiento frontal contra las mineras, «el lobby más poderoso del país,» según el Financial Times del 24 de junio del 2010.

Sin embargo, este cuento no termina aquí. Las mineras tuvieron que pagar un precio no menor para aislar a Rudd. Por ejemplo, el Financial Times del 22 de junio del 2010 anunciaba que BHP Billiton y Rio Tinto – las mismas socias de La Escondida en Chile – en el medio de su pelea con el gobierno central, alcanzaron un acuerdo con el gobierno regional de Australia Occidental, mediante el cual se comprometieron a subir el royalty que pagan por el mineral fino de 3,5 por ciento a 5,6 por ciento ¡de las ventas! El concentrado paga un 7 por ciento sobre las ventas.

Como se sabe, en Chile las mineras pagan apenas un 5 por ciento sobre las utilidades, que ahora el gobierno propone subir a a 9 por ciento por dos años, a cambio de invariabilidad tributaria hasta el día de San Blando. Rudd intentó establecer un impuesto similar, pero de 40 por ciento sobre las utilidades que excedieran un 7 por ciento sobre el capital invertido, que se considera una rentabilidad normal para cualquier inversión. Es decir, la misma fórmula que impuso el Presidente Allende en Chile cuando nacionalizó el cobre y descontó de la indemnización las utilidades excesivas percibidas en el pasado, las que por cierto excedían con creces todo el valor de sus inversiones.
La nueva Primera Ministra – su marido es dueño de una cadena de peluquerías, según informa el Financial Times a pito de escopetas – anunció de inmediato que suspendía la tanda de propaganda televisiva que Rudd había contratado para contrarrestar otra, muy odiosa, pagada por las mineras. Al mismo tiempo, dijo que iba a «conversar» con las mineras, las que buscan que los proyectos existentes queden exentos del nuevo impuesto, según informa el Financial Times del 25 de junio del 2010.

Sam Walsh, presidente de Rio Tinto, declaró eufórico que el plan original de impuestos estaba «muerto» con el cambio de Primer Ministro. Vamos a ver. La conclusión del Financial Times, que había apoyado decididamente la medida de Rudd, es más ponderada. «La lección de la caída de Mr. Rudd – escribe el diario Londinense en su edición del 24 de junio – es que dirigir Australia es rudo. No es que Australia no tenga derecho a compartir las ganancias de la explotación de sus recursos.»

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