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Que viva Túpac Amaru (O por lo menos que no lo sigan matando a punta de idioteces)


A alguien se le ocurre colocar en el balcón de su departamento una bandera peruana con la imagen de José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II. De pronto, los vecinos, alarmados ante el descaro del supuesto apologista del terrorismo, llaman a la policía. Un guardia se descuelga acrobáticamente entre las ventanas de un edificio, en el malecón de Miraflores, para arrancar el dichoso simbolito.

El lío es absurdo, claro. Quien ha colgado la bandera con el rostro de Túpac Amaru II lo ha hecho para celebrar las fiestas patrias, con un fervor que, hay que decirlo, rebasa largamente el del limeño promedio (más inclinado a quejarse por tener que embanderar la fachada de su domicilio, ya suficientemente adornada de alambres de púas, vidrios cortados y alarmas eléctricas).

La ignorancia supina de la historia lleva a los vecinos de un barrio de clase media y alta a identificar a Túpac Amaru II con el grupo terrorista que usurpó su nombre, olvidando que, antes que cualquier otra cosa, el cusqueño fue el quinto nieto del último emperador inca, y un complejo rebelde de afán emancipador, de los primeros en articular un discurso que reivindicó la igualdad de criollos e indígenas (e incluso de esclavos negros) en los Andes del virreynato peruano, frente a la corona española.

Curiosamente, el autor de la ilustración que fue colocada en la problemática bandera, Cherman Kino Ganoza, diseñó ese retrato ficcional de Túpac Amaru II como parte de una colección titulada Superhéroes de la Patria, con la idea (que él defiende desde hace mucho) de que una forma de dar coherencia a la nacionalidad peruana es reunirla en torno a la figura de los grandes luchadores sociales de su historia.

Digo curiosamente porque esa idea (incluso a pesar de lo que el mismo Cherman piense, y eso sería interesante discutirlo con él mismo) ha sido por mucho tiempo patrimonio de conservadores y luego de neoliberales peruanos, sobre todo en lo que atañe a convertir a líderes indígenas del incanato y de la colonia en figuras heroicas de una patria que no existía en su época.

De hecho, el primero en deformar la imagen histórica de Túpac Amaru II fue el Estado peruano, que lo convirtió en un precursor de la independencia nacional, cuando es transparente que cualquier cosa que Túpac Amaru II haya soñado como objetivo de su revolución, ese sueño no era para nada el que abrigaban los independentistas criollos de 1821 ni nuestro sucesivo Estado republicano: Túpac Amaru II propugnaba la igualdad práctica de criollos, mestizos e indígenas (cosa que los criollos del siglo siguiente sólo buscaron en el papel), pero lo hacía a la vez que reclamaba derechos monárquicos hereditarios (que los criollos del siglo siguiente eligieron dejar de lado).

En grados distintos, Velasco y el MRTA transformaron a Túpac Amaru II en un símbolo socialista, que poco tenía que ver con la figura histórica real. Velasco lo hacía para utilizar el poder evocativo e inspirador del personaje como líder mestizo y reivindicativo, igualitario; el MRTA le daba un sentido de revuelta de clase que difícilmente se puede atribuir al verdadero Condorcanqui.

Son manipulaciones esperables: todos quienes proponen una idea de nación, como estudió Hobsbawm, empiezan por inventarle un pasado y unos mitos a esa nación, e integrarlos dentro de un relato que se acomode y sirva a su proyecto. Quienes creen que una de esas manipulaciones es excesiva, injusta, degradante, demasiado retorcida, pueden reclamar para sí nuevamente el símbolo que creen usurpado; de hecho, eso es lo que está intentando Cherman con la figura de Túpac Amaru II.

¿Perseguir, incordiar, denunciar a alguien porque quiere ver en Túpac Amaru II a uno de los «superhéroes» de la patria? ¿Llamar a la policía porque alguien más coloca esa imagen del rebelde cusqueño dentro de una bandera del Perú? Irónicamente, me parece, esos vecinos miraflorinos, por ingorancia (repito), son incapaces de reconocer una manera de entender el Perú que debería serles muy familiar y muy natural. Salvo que en verdad quieran abandonar a Túpac Amaru II a ese vil papel secundario en la historia, como rostro de un grupo terrorista fundado doscientos años después de su muerte.

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