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La universidad chilena en el Siglo XXI

Fernando Vigorena
Por : Fernando Vigorena Consultor de empresas.
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Se puede asegurar que una vida que merece la pena vivirse es la de una gran idea tenida en la juventud y desarrollada en la edad madura Pero lamentablemente estamos acostumbrados a recibirlo todo desde arriba. Una visión demasiado jerárquica y estamental todavía, en la que la burocracia y el mercantilismo siguen teniendo mucha importancia, en cambio creemos menos en la libertad concertada de los ciudadanos.


Educar viene del latín Educare, que significa «sacar para afuera», pero al parecer todavía la Universidad del siglo XXI está más orientada en «colocar más información» a los alumnos en sus mentes que enseñarles a pensar.

Una universidad que forma «clones», jóvenes que no están dispuestos a «cambiar el mundo» o el estatus que en que están las cosas, sino más bien para adaptarse a las circunstancias; que piensan igual y que se enorgullezcan de tal hecho.

En un mundo donde el conocimiento tiene fecha de vencimiento, necesitamos re-pensar la universidad como un todo.

Al parecer la Universidad está perdiendo el rol de generadora de nuevos conocimientos, más bien es adaptadora.

Me llama la atención el despliegue publicitario de muchas Universidades Latinas, que privilegian el tamaño de sus dependencias, bibliotecas, número de carreras, acuerdos internacionales, acreditación y lo que se suele llamar «Excelencia académica», que en buen castellano significa que «no hay cambio alguno, todo se hace igual que siempre».

[cita]Se puede asegurar que una vida que merece la pena vivirse es la de una gran idea tenida en la juventud y desarrollada en la edad madura Pero lamentablemente estamos acostumbrados a recibirlo todo desde arriba. Una visión demasiado jerárquica y estamental todavía, en la que la burocracia y el mercantilismo siguen teniendo mucha importancia, en cambio creemos menos en la libertad concertada de los ciudadanos.[/cita]

El informe de la OCDE del año 2009 señala textualmente sobre la Educación Universitaria chilena “Los cursos universitarios, especialmente los destinados a obtener títulos profesionales, tienden a ser anticuados, con mucho énfasis en el conocimiento académico y la teoría en lugar de la comprensión, aplicación de conocimientos y destrezas y el desarrollo del potencial para innovar. Los programas evolucionan lentamente en comparación con las necesidades económicas globales y no responden en forma adecuada a las cambiantes expectativas de los empleadores nacionales e internacionales”. Libro Banco Mundial y Ministerio de Educación de Chile, pag.73

Esta crítica fundamentada en más de 300 hojas en este informe, ha sido omitido en la discusión académica, centrándose mucho en la los procesos de acreditación, figura que se ha constituido en un comodity que no genera cambios, más bien acepta un modelo cartesiano y rígido que privilegia el statu quo.

Sebastián Edwards, chileno, Profesor de la UCLA en Estados Unidos señala en una nota de prensa en diario chileno: “»Nuestra educación universitaria está basada en una temprana profesionalización y produce graduados de mentes estrechas y sin capacidad de adaptación. Chile necesita decretar una emergencia educativa

Mientras las empresas y el mercado requieren de un profesional diferente, dispuesto a crear y a cambiar los paradigmas arraigados, las universidades van en contramano, preparando jóvenes para empleos fijos y seguros. Mientras tanto los empleos seguros se reducen drásticamente.

Según datos de DIPRES-Dirección de presupuestos, publicados en Diario Financiero del 6 de Diciembre de 2010 señala que “en la administración pública, la planta de empleados fijos representa un 35% y la a contrata y honorarios, un 65%. Entre los años 1995 y 2009 los funcionarios a contrata o temporales, aumentaron en un 218%.

En área privada a este fenómeno se le llama subcontratación o si prefiere, outsourcing. Una encuesta realizada por el suscrito a alumnos de los cursos de MBA en la Universidad Adolfo Ibáñez, muestra que más del 90% de las empresas chilenas, grandes o pequeñas buscan servicios externos, en un principio para cubrir funciones medio, pero ahora un importante número de empresas están eligiendo esta alternativa antes de contratar empleados fijos. Si el mercado tiene ahora clientes variables que cambian a cada momento y por otro lado se le exigen generar empleos fijos, eso constituye una paradoja difícil de entender. Por lo tanto, es posible concluir que el empleo es una figura en vías de extinción.

Todo esto ha llegado a la Universidad a distanciarse cada vez más del «mundo real»; de la empresa, de las necesidades del nuevo mundo en que vivimos. Su principal enemigo, la internet y los cambios de paradigmas y el misterio que rodea las enormes sumas de dinero que se invierten en investigación. Cuando alguien le copia a uno, eso se llama plagio, cuando les copia a varios, eso se llama investigación.

Es necesario entender a la Universidad en una función formadora, conceptualizada como una unidad de generación de valores, como un paso en el desarrollo del ser humano, como una entidad educativa y no solo informadora.

Debemos pensar en Universidad como la valorización de diferencias y talentos y no una escuela vocacional capacitando y formado gente para un oficio particular.

La vida de los oficios es ahora muy corta si se a compara con la vida profesional, lo que hace necesario preparar un hombre no solo para el presente, sino también para el futuro.

No debemos olvidar que la Universidad esta obligada a descubrir los talentos y capacidades de cada persona, desarrollándose, permitiéndole que todo eso se abra como una flor en primavera.

A los jóvenes hay que interesarlos por cuestiones que a lo mejor nada van a tener que ver con su profesión inmediata. Esa será la forma de que, después, en ese primer puesto de trabajo, se destaque por la creatividad y el interés por realizar cosas diferentes a los demás. Ahí reside la clave de la eficacia frente a la competitividad.

Efectivamente, las Universidades han sido siempre un poco islas. La idea de los campus, por ejemplo, es la de un relativo aislamiento de las presiones inmediatas. Ello porque el universitario debe prepararse, no para adaptarse al entorno, sino para cambiarlo. Lo que hay que enseñar es, claramente, a pensar.

Lo más importante es una universidad no es que se construyan edificios, sino que se generen nuevas ideas. Esa es la verdadera obligación de un directivo, de un rector.

Formar a un ser humano que esté más adentro que arriba, es decir, influir más que mandar, las ideas más que el poder. Que el amor a la verdad sea más fuerte que el afán del poder.

Necesitamos dar el paso de una sociedad en la que lo dominante no sea el racionalismo político y económico a otra en la que lo que despunte sea la solidaridad, la cultura… todos esos aspectos emergentes de la vida. Una sociedad en lo que el mundo vital posea más importancia que la tecno estructura.

Todo esto me lleva a pensar en una re – invención de la universidad, que no sólo produzca ejecutivos, funcionarios, empleados y burócratas, gente dependiente, para favorecer organizaciones establecidas.

De una universidad que produce adeptos, seguidores y empleados, para llegar a producir líderes empresariales, favorecer la creación de nuevas organizaciones, producir individuos innovadores independientes capaces de asumir los riesgos propios a la creación de nuevos emprendimientos.

Gente que no valga por lo que sabe, sino por lo que hace con lo que sabe.

Se puede asegurar que una vida que merece la pena vivirse es la de una gran idea tenida en la juventud y desarrollada en la edad madura Pero lamentablemente estamos acostumbrados a recibirlo todo desde arriba. Una visión demasiado jerárquica y estamental todavía, en la que la burocracia y el mercantilismo siguen teniendo mucha importancia, en cambio creemos menos en la libertad concertada de los ciudadanos.

Debemos aportar más por la vida, no tanto por la organización y si por las ocurrencias, la deportatividad, la jovialidad, el aire festivo, incluso, por lo divertido. Ortega y Gasset, lo llamaba “voluntad de aventura”. Eso es lo que falta en las universidades chilenas.

Pero ¿cómo se aprende esa voluntad de aventura en nuestras universidades? Bueno, con lo que está más a mano; con la lectura, Chile es un país donde se edita o llegan muchos libros, pero desgraciadamente, se lee poco. Pocos buenos periódicos, pocas revistas de valor, pocos libros. El chileno es poco dialogante, diría mejor, oyente. Es una persona irreflexiva, medita poco. Hay un desprecio hacia las humanidades, la filosofía, el arte.

Porque en definitiva, una persona aprende las cuestiones técnicas con relativa facilidad. Estas además cambian constantemente. O sea, lo técnico varía y se aprende pronto. En cambio, lo humano es lo que permanece y lo que es más difícil de aprender. En una empresa, en una organización de cualquier tipo, el 90% de los problemas que se plantean son humanos, de análisis de situaciones, de tratos con personas, de relaciones. Los grandes errores se cometen por dejarse llevar exclusivamente por las técnicas.

Debemos modificar sustancialmente el concepto de que los profesionales no deben estar expuestos al riesgo y que deben buscar empleos estables y seguros. Por lo tanto hay que habilitar profesionales con capacidad y deseos de tomar riesgos y saber transformarlos en realizaciones.

Se hace necesario entender que el profesional universitario no solo está habilitado técnicamente, sino que debe además poseer formación intelectual, valórica, ética y moral, características que lo transformen en ser solidario y completo.

Recordemos que la persona es el objeto de la educación y no la profesión.

Debemos lograr que nuestra cultura tenga conciencia de que el ejercicio profesional de este siglo está vinculado a un nuevo paradigma, que va más allá de mantener un puesto y que el éxito de un profesional se mide ahora no con el parámetro del título del cargo y el sueldo percibido.

La forma de medir el éxito profesional en el siglo XXI es a través del logro, la autorrealización, el desarrollo de carácter, la independencia, la responsabilidad social, el ser generador de empleo. También por el número de personas que derivan su sustento de la acción del profesional, contribución económica al país, producción intelectual, solidaridad con los otros, etc.

Se hace imperante desarrollar el valor de la autosuficiencia, para salir del molde del empleo como forma exclusiva de desarrollo, para desarrollar la flexibilidad mental para buscar un mayor desarrollo emprendedor y profesional en nuestros países

Debemos entregar a nuestros profesionales una perspectiva de largo plazo no solo en sus decisiones organizacionales, sino también en sus actividades personales.

Entre todas las opciones profesionales me inclino por el desarrollo de la capacidad emprendedora, no entendida sólo como la creación de empresarios, sino como la habilidad para llevar a cabo acciones que generan resultados.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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