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Diez mil millones de razones y ninguna política

Carlos Parker
Por : Carlos Parker Instituto Igualdad
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Con motivo de los últimos y negativos desarrollos de nuestros asuntos con Bolivia, lo que en verdad debiera preocuparnos como país es el muy escaso o nulo apoyo que nuestra posición suscita en la comunidad internacional y regional.


Existe una concepción crecientemente hegemónica, aunque no por ello menos simplista y equivocada, que estima que nuestra política exterior, es decir  la relación de Chile con el mundo, se reduce de modo esencial, cuando no exclusivo, a los asuntos que tienen que ver con el comercio, las inversiones y en general con los negocios de toda especie.

Se trata evidentemente de una versión más pedestre de aquella sentencia expresada por un presidente de EE.UU., mandatario de una potencia global, según la cual su país  no tenía amigos, sino que solo intereses. Principio que en nuestro más modesto caso  equivaldría a pensar que Chile no tendría aliados a los cuales aspirar a conquistar,  ni tampoco vecinos a los cuales considerar con especial cuidado, por la sencilla razón de  con ellos habrá de convivir para siempre. Sino  que solo tendría socios comerciales, estratégicos o eventuales.

Tal pensamiento, que presume  de realista y pragmático,  estima como irrelevante, accesorio y hasta inútilmente retórico todo lo que tenga que ver con la política exterior propiamente tal, la que para merecer tal nombre ha de ser necesariamente compleja, multidimensional y  multiforme. Consecuentemente, de ningún modo puede estar dictada por consideraciones  de corto  plazo y mucho menos por el interés  corporativo o de grupos. Sino que habrá de estar fundada  en una visión integral y de largo plazo que recoja el más  genuino interés general de todos los chilenos.

[cita] Con motivo de los últimos y negativos desarrollos de nuestros asuntos con Bolivia, lo que en verdad debiera preocuparnos como país  es el muy escaso o nulo  apoyo que nuestra posición suscita en la comunidad internacional y regional.[/cita]

Esa concepción mercantilista tiene su domicilio conocido en la derecha en todas sus expresiones y variantes. Esa misma derecha  que suele hablar  de las bondades de la globalización, pero que no oculta su tendencia instintivamente aislacionista, auto referente y de sesgo prejuicioso, cuando no chovinista, xenófoba y militarista. Esa derecha que imagina que, salvo para hacer turismo y negocios,  todo lo que está situado fuera de nuestras fronteras constituye per se  un territorio potencialmente peligroso y hostil, del que más vale mantenerse distantes e indiferentes.

Tal noción reduccionista, que en su aplicación práctica ha dado fama a Chile en Latinoamérica y en todo el mundo de país con vocación fenicia, nos propone que todo lo que es bueno para los empresarios, sean  inversores, exportadores o importadores, es igualmente y por definición, también bueno para el conjunto del país.

Y es muy notable que esta concepción de corte neoliberal e íntimamente emparentada con la peregrina  teoría del chorreo, haya logrado también abrirse espacios en las filas de la Concertación.  Pues no por otra razón durante un buen tiempo se llegó a estimar que desplegar una política exterior activa y exitosa era equivalente a coleccionar tratados de libre comercio, en su caso,  a medir la importancia de una determinada relación bilateral con la vara de las cifras de los intercambios comerciales efectivos. No sobra señalar que con semejantes prescripciones, se inoculó en nuestro servicio exterior, ya suficientemente venido a menos,  el veneno de tender a medir  su propio desempeño profesional por la cantidad de manzanas, vino u otros productos que era capaz de colocar, ya no en el país donde estaba acreditado, sino más bien en el mercado donde había ido a parar.

Con un comercio exterior regulado por Acuerdos de Libre Comercio,  se nos dijo machaconamente, las exportaciones chilenas crecerían exponencialmente y se crearía riqueza, la que nos acercaría al anhelado desarrollo como país.

Como ha quedado subsistente hasta nuevo aviso la siempre amañada cuestión de la redistribución de la riqueza efectivamente creada por este conducto, se podría estimar con argumentos que el país hizo un esfuerzo político, económico e institucional  descomunal en beneficio directo y casi exclusivo de unos pocos intereses empresariales, de modo muy destacado del siempre lloroso sector exportador. Los mismos que solían estar en el llamado “cuarto del lado” soplándoles al oído a nuestros avezados negociadores sus respectivas expectativas sectoriales, indicándoles que defender a todo trance a nombre del interés de Chile, y que entregar de buen talante a la contraparte. Todo esto ocurrió efectivamente a propósito de las negociaciones  con  EE.UU., Europa, Corea o  China, por citar algunos casos paradigmáticos y aleccionadores.

La lógica subyacente y las iniciativas prácticas adoptadas,  fueron la causa de que este esfuerzo, que subordinó casi completamente  la política a los negocios, permitiera en su momento el avasallamiento  de la política exterior de Chile a los dictados de los ministerios de Hacienda y Economía, cuando no sencillamente a las señales y preferencias emitidas por la asociación de exportadores y otros grupos de interés concernidos. Y fue esa misma lógica la que  más tarde hizo posible el absurdo de posibilitar, por la vía de los hechos, la rendición incondicional del Ministerio de Relaciones Exteriores ante la Dirección de Relaciones Económicas Internacionales (DIRECON)  entidad teóricamente subordinada a la Cancillería, pero sobre cuya preeminencia real en todos los asuntos concernientes al despliegue exterior de Chile en los últimos años no cabe abrigar ningún género de dudas.

¿Cuántas decisiones concernientes a la política exterior  se adoptaron atendiendo solo a criterios económicos y comerciales?

¿Cuántos flancos  externos,  actual o potencialmente dañinos nos abrimos como país a causa de la aplicación de esta concepción miope y cortoplacista?

Como la tendencia hoy más que nunca antes  viene siendo la de encarar los asuntos concernientes al llamado frente externo desde la lógica estricta de los negocios, vamos a seguir tropezando como país con la misma piedra. Se supone que los negocios generan una inercia de intereses convergentes y entrelazados, capaces por si mismos de generar  relaciones armoniosas, estables y cooperativas. Pero se supone mal, lo cual queda demostrado con el cuadro de oscuro pronóstico que Chile se ha generado en su frontera norte.

En el caso de Bolivia, después de mucho dilatar se logró armar la famosa agenda de los 13 puntos, cuyo punto 6 es el atingente a la cuestión de la mediterraneidad. Hasta antes de la conformación de dicha agenda, nuestra política con Bolivia consistió en tratar de atemperar y eventualmente disolver la cuestión marítima en una maraña de ofertas sobre acuerdos de integración y cooperación sobre asuntos económicos, comerciales y conexos. Si se examina la mentada agenda, se verá que efectivamente tales asuntos la copan de arriba abajo, y que se trata de temas, a excepción del punto 6,  sobre los cuales que Chile tiene el mayor interés,  y sobre todo la posibilidad de abordar y concretar. El problema consiste en que para Bolivia, evidentemente, todos los restantes puntos de la agenda se subordinan al punto 6, el cual constituye una cuestión de naturaleza estrictamente política, para lo cual evidentemente no tenemos propuesta concreta que poner sobre la mesa. Especialmente,  porque la capacidad de arriesgar una propuesta yace secuestrada hace más de cien años por un estado de opinión pública negativo, al que buena parte de los actores decisorios, tanto del ejecutivo como del poder legislativo  temen enfrentar, como se teme a la peste. Y no precisamente por motivos altruistas o patrióticos, sino más bien por mero cálculo político y electoral.

Con Perú estamos enfrascados en una disputa legal de resultado incierto. Chile fue sorprendido con esta presentación ante el Tribunal de la Haya, la que fue estimada como un acto hostil e inusitado.  Pese a la contundencia de nuestros argumentos históricos y jurídicos, nadie puede tener  certeza total  sobre el veredicto final, el cual aunque diera a Chile la razón en un 99%, de todas maneras constituiría una derrota. Pues aunque en el fondo a Perú no le asista ni una pizca de razón en sus argumentos, conseguiría de todos modos  un “alguito”, en palabras de un reputado diplomático peruano, el cual sería por cierto equivalente a lo que  Chile perdería.

En circunstancias de que el gobierno boliviano, en vista del nulo avance en las tratativas sobre el punto 6 anuncia su voluntad de recurrir a otras instancias en busca de la solución que no consigue obtener por la vía bilateral, el gobierno de Chile y otros personeros, incluso de oposición,  reaccionan airadamente. Se habla de carpetazo y las negociaciones se declaran suspendidas. Nadie desde Chile siquiera menciona la posibilidad de seguir avanzando en los restantes puntos de la agenda. Nadie propone encapsular el punto 6 o en tratarlo por cuerdas separadas. El dialogo y la negociación parece haberse cortado y por supuesto se quiere responsabilizar a la contraparte de todo este desaguisado que amenaza con escalar.

Nada semejante ocurrió, sin embargo, respecto a Perú a propósito de su presentación en contra nuestra ante el Tribunal de la Haya. Lo que evidentemente constituía un gesto de hostilidad, ha sido tratado a la postre como un episodio cuyo perfil merece ser disminuido, tanto que han mediado visitas presidenciales oficiales en medio de la inocultable  polémica desatada,  con señalados e inexplicables discursos de buena crianza y  sonoros y empalagosos brindis incluidos. Por lo pronto y como se sabe se acordó desde muy temprano encapsular en conflicto abierto por la demanda  e imponer el criterio de las cuerdas separadas en beneficio de unas relaciones bilaterales que por su amplitud e importancia, razonablemente  requieren mantenerse perfectamente a flote.

Sin embargo, las razones verdaderas del doble rasero con Bolivia y Perú son muy otras. Tienen  que ver con las diez mil millones de razones aplicables a Perú, y que no se aplican a Bolivia. Ese cúmulo de razones equivalen exactamente,  por cierto,  a los diez mil millones de dólares que los empresarios chilenos tienen invertidos en Perú, negocios entre las que sobresalen el transporte aéreo, el negocio farmacéutico y las multitiendas, solo por citar los emprendimientos más visibles e importantes.

Ciertamente el canciller Alfredo Moreno, como figura clave que fue en su momento en el exitoso proceso de internacionalización de la industria chilena del retail, el cual incluyó como una de sus plataformas más fuertes precisamente al Perú, conoce perfectamente de la importancia de cautelar aquello que los empresarios denominan como “ambiente propicio para los negocios”. El cual tal parece que hay quienes creen que no debe ponerse en riesgo por minucias, como demandas en contra de Chile ante El Tribunal de la Haya o cuestiones semejantes.

Cuando falla la política fracasa todo, incluidos los negocios. Al contrario, incluso cuando los negocios fracasan, puede quedar subsistente la política, que es lo que verdaderamente importa al final de los finales en cuanto  a la relación entre los estados. Mucho más si se trata de países vecinos.

Y a propósito de la política, o más precisamente a la falta de política,  y con motivo de los últimos y negativos desarrollos de nuestros asuntos con Bolivia, lo que en verdad debiera preocuparnos como país  es el muy escaso o nulo  apoyo que nuestra posición suscita en la comunidad internacional y regional. Esa debilidad,  será efectivamente sometida  a duras pruebas si es que Bolivia resuelve poner en práctica sus anuncios en cuanto a su disposición a multilateralizar la controversia.

Este es el resultado de todo lo que se dejó de hacer o se hizo mal con Bolivia, y a la postre, la consecuencia de la falta de un pensamiento estratégico y multidimensional para encarar nuestra relación con dicho país.

Tanto fue el cántaro al agua, que al final termino por quebrarse. Y presumiblemente  terminara por romperse del todo, si acaso la controversia sale del ámbito bilateral para ser llevado a instancias jurídicas o multilaterales. Entonces  quedaremos colocados como país  en un escenario muy complejo, incierto y sobre todo adverso. Si aquello ocurre, y todo indica que lo será, pues Bolivia no podría razonablemente dejar de hacer aquello que hasta nosotros mismos haríamos colocados en su posición,  será en primer lugar por nuestra propia responsabilidad de haber estirado un elástico hasta la saciedad, sin considerar que como la paciencia, aquel termina tarde o temprano por romperse.

Finalmente, hay que destacar que con respecto a Perú las elecciones presidenciales próximas interponen un nuevo signo de interrogación e incertidumbre. La circunstancia que el PT de Brasil este apoyando abiertamente la opción de Ollanta Humala debe hacernos reflexionar muy seriamente sobre el áspero cuadro regional y bilateral en que hemos quedado situados. A causa  de nuestros propios errores, indefiniciones  y torpezas.

Nuestra frontera norte comienza a calentarse. De seguro no serán los negocios y las inversiones los que le bajen la temperatura.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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