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Nos hicimos los giles y el país se nos adelantó

Sebastián Sichel
Por : Sebastián Sichel Abogado y director de Giro País
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La cara de Lavín estos días, la confusión de la vocera de Gobierno en sus mensajes y la retórica manida del Presidente respecto a “grandes reformas y cambios estructurales” no parecen ser la mejor solución. Muestran sólo desconcierto. Ya nadie se conforma con retórica: espera del Gobierno soluciones y no culpables. Los ciudadanos amenazan con ir a velocidades aún mayores, si no somos capaces de hacernos cargo de nuestras mugres bajo la alfombra.


Este año irrumpió Chile en las calles. El paradigma de la estabilidad a toda costa se ha resquebrajado por el aceleramiento de las demandas de la gente. A nuestro exitoso modelo “Liberal-Democrático” se le hizo imposible mantener el contubernio con un conjunto de prácticas en el borde de la ley, toleradas por el poder para mantener nuestra promesa: “un modelo de democracia y crecimiento para el mundo en desarrollo”. Se nos estaban quedando demasiados trozos del sistema debajo de la alfombra. Y la precariedad de los potenciales perdedores en cada uno de estos sistemas hizo que sus actores de agotaran. Imperó la ética del sentido común, por sobre las viejas razones transaccionales que mantenían el equilibrio. Y algunos de estos subsistemas empezaron a ceder. Algunos ejemplos de ello:

La Educación con fines de lucro: La LOCE de 1990, dice que las Universidades deben organizarse como Corporaciones de Derecho Privado sin fines de lucro. Pero en la práctica la mayoría ha generado sistemas dobles de financiamiento que las han transformado en un lucrativo negocio. La demanda de “no al lucro” puede parecer extraña para un marciano que lee nuestra ley prohibitiva: bastaría con hacerla cumplir. Pero todas las autoridades saben que se lucra, sin ley que lo permita. ¿Es malo el lucro en sí mismo? al menos para mí no. Pero mentir es malo y ocultarlo es peor. Y un Ministro validándolo peor (Larroulet y Lavín dixit) Al tratarse de un mercado imperfecto, con asimetrías de información, lo mínimo es que funciones de manera transparente: saber cuánto de mi pago mensual se reinvierte en educación y cuando se transforma en la utilidad. Y discutir en serio si nos parece lógico lo que se invierte del PIB en educación o que Estado financie instituciones que lucran con recursos públicos. Algo que parece racional, pero al parecer no lo era… porque lleva años en la hipocresía. Ergo, hasta los marcianos salen a la calle si a esto se le agrega déficits en la calidad y escasez de inversión pública en educación. Claro y tasas más altas que un crédito hipotecario. Es impúdico aceptar que tú lugar de origen te condene a una peor educación hasta en el nivel preescolar. Y que sea tolerado en silencio por todos.

Sistema financiero paralelo del retail: El retail masificó el consumo. Pero su negocio no era comercial, sino que también financiero. No eran bancos según la ley, pero prestaban dinero a crédito. Su negocio migró de vender productos a cobrar tasas de interés a través de la compra de un bien. Y nadie lo reguló en serio. Varias de estas empresas se opusieron a la existencia de un registro de deuda consolidada de todos los chilenos. La Polar es el paradigma: la mitad de sus utilidades venían del negocio financiero de estos “prestamos”. Lograron rentabilidades extraordinarias. El Retail administraba el 77% del total de las tarjetas que otorgan crédito del país…sin ser bancos, ni tener las exigencias de un banco. Y  las tasas de interés por esas tarjetas son cuatro veces más altas de las que cobran los bancos. El volumen del negocio y su impacto social debió haber interesado mucho más a gobiernos y parlamentarios. Y haber logrado acuerdos al respecto.

[cita]Durante muchos años el desafío del crecimiento nos tenía tan obnubilados que creímos que era posible hacerlo evadiendo aquellos temas que nos parecían complejos. Los incumbentes y protagonistas de la época fueron capaces de evadir estás reformas para proteger sistemas que tenían capturados a través de estas lógicas paralelas: muchos de ellos eran actores de los negocios y la política, indistintamente.[/cita]

Ciudadanos a los 18 años…pero después de inscribirse en un registro: Una de las grandes promesas del retorno a la democracia fue recuperar nuestra calidad de ciudadanos. Pero una mala combinación de los incentivos hizo que la confianza en la política descendiera a un nivel paupérrimo. Claro, y un pequeño detalle Constitucional: la existencia de dos clases de ciudadanos, los inscritos y no inscritos…El problema es que los no inscritos bajo 40 años ya son mayoría. O sea, tenemos dos tipos de sistemas de ciudadanía: un sistema a través de los registros electorales, claro que con ciudadanos viejos y de lógica binaria derecha e izquierda; y otro sistema de ciudadanía paralela, joven, no inscrita y activa en las calles que exige participación y no sabemos por quién vota. Póngale a esto binominal, inexistencia del límite a la reelección, poca transparencia en el financiamiento de la política y estamos. Alguien pensó en serio que cuando los no inscritos fueran mayoría no saldrían a protestar…no había que ser pitoniso. Pero era mejor hacerse el gil. Claro, y una derecha rechazando por 21 años cualquier cambio a la ley electoral.

Podría seguir enumerando. No es difícil leer que la falta de acuerdo en la Modernización del Estado será el próximo tapón en saltar: nadie razonable espera que sobrevivamos con un Estado anquilosado como el que tenemos, con tres sistemas paralelos de contratación (plantas, contratas, honorarios), con rentas bajo mercado para profesionales y sistemas de selección de personal al “dedo”. Más si el sistema de ADP fue en la práctica mandado al basurero. Y si seguimos llevando al paroxismo los grises en la regulación ambiental, el déficit de acceso a la justicia civil  y la falta de protección para aquellos que optan por un modelo de familia distinto al de la mayoría.

Durante muchos años el desafío del crecimiento nos tenía tan obnubilados que creímos que era posible hacerlo evadiendo aquellos temas que nos parecían complejos. Los incumbentes y protagonistas de la época fueron capaces de evadir estás reformas para proteger sistemas que tenían capturados a través de estas lógicas paralelas: muchos de ellos eran actores de los negocios y la política, indistintamente. Además existía una derecha conservadora que se oponía cíclicamente a estas reformas: regular y perfeccionar la democracia, atentaba contra las reglas que les permitía sobrevivir electoralmente siendo minoría. Ergo, no existían las mayorías para hacerlo. Y siendo honestos, faltó empuje.

El surgimiento de una generación mucho más desvergonzada (nietos de la transición) y redes sociales que pregonaran el descontento, hicieron desaparecer el temor reverencial a los temas tabúes de la transición. El caldo de cultivo fue la aparición de un Gobierno con una extraña oferta, casi contracultural a la historia de su sector: la promesa de un cambio. Las viejas razones de Estado ya nadie las entendía si en el poder estaban los que habían ofrecido hacer todo mucho mejor. Claro, y hablaban de una nueva forma de gobernar, que en la hipótesis iba a estar más abierta a estos cambios.

La cara de Lavín estos días, la confusión de la vocera de Gobierno en sus mensajes y la retórica manida del Presidente respecto a “grandes reformas y cambios estructurales” no parecen ser la mejor solución. Muestran sólo desconcierto. Ya nadie se conforma con retórica: espera del Gobierno soluciones y no culpables. Los ciudadanos amenazan con ir a velocidades aún mayores, si no somos capaces de hacernos cargo de nuestras mugres bajo la alfombra.

Es una inmejorable oportunidad para hacer política con mayúscula y alinearse con los intereses de la gente. O simplemente para que sigamos preocupados de listas electorales más y  menos; primarias más, primarias menos; egos más, egos menos; y finalmente todo se desborde. Hasta que nos jubilen, ya no por hacernos los giles, sino básicamente por serlo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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