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El proyecto Hemon

Rodrigo Pinto
Por : Rodrigo Pinto Crítico de libros
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Cuando leí, hace algunos años ya, La cuestión de Bruno y El hombre de ninguna parte, de Aleksandar Hemon, me pareció que había encontrado al escritor del futuro, al hombre por el que había que apostar todas las fichas, y dije, varias veces, que era mi candidato al Premio Nobel de Literatura en unos 20 o 30 o 40 años más. Hemon nació en 1964, así que, si vive unos 80 años, lapso nada extraño en un país desarrollado (es bosnio, pero vive en Estados Unidos), tiene hasta 2044 para recibir el galardón.

El Nobel es, en todo caso, una lotería, y no vale la pena abundar en ello. Quería decir con eso que me parecía un escritor al que había que seguirle la pista, un escritor que hablaba por nuestro tiempo y lo interpretaba de manera cabal. Me parecía también admirable que escribiera en inglés, una lengua adoptada ya adulto, igual que Conrad y Nabokov. No podía dejar de recordar a Deleuze y Guattari y su definición de literatura menor, la que “una minoría hace dentro de una lengua mayor”. Hablan de Kafka, que escribe en alemán, pero el alemán de la minoría judía en Praga, donde se habla mayoritariamente checo; y apuntan, como otra característica de una literatura menor, que en ellas “todo es político”. En cambio, agregan, en las grandes literaturas, “el problema individual (familiar, conyugal, etcétera) tiende a unirse con otros problemas no menos individuales, dejando el medio social como una especie de ambiente o trasfondo. (…) La literatura menor es completamente diferente: su espacio reducido hace que cada problema individual se conecte de inmediato con la política”. Hemon, bosnio que escribe en inglés y que expresa la experiencia de su comunidad inmersa en la cultura estadounidense, manifiesta de manera clarísima la presión por politizar un discurso que se articula desde los bordes y desde ahí hace crujir tanto el lenguaje como la expresión de cuestiones como el desarraigo, el extrañamiento, el exilio, la extrañeza.

Todo ello era especialmente notorio en los cuentos de La cuestión de Bruno y en la novela El hombre de ninguna parte, escritas tanto desde la memoria como desde la experiencia, desde el recuerdo de Sarajevo y desde la vivencia del desarraigo. El proyecto Lázaro profundiza y enriquece esa vertiente, puesto que pone en línea otras experiencias de migración y rechazo, de búsqueda de nuevos horizontes y de racismo, de fuga de la violencia homicida y encuentro con otro tipo de presión sobre las personas, una violencia más solapada pero no por ello menos atroz.

En mi reseña de El hombre de ninguna parte propuse algunas similitudes entre la obra de Hemon y la de Bolaño: el tratamiento del desarraigo y el hábito de desarrollar historias que ya aparecían en algún libro anterior. Agrego ahora otra: así como Bolaño se situaba como personaje a través de su alter ego Arturo Belano, Hemon repite, bajo distintos nombres y profesiones, a un mismo personaje que, como él, es un exiliado bosnio en Estados Unidos. Antes, en los dos libros anteriores, se llamaba Josef Pronek; en El proyecto Lázaro, Vladimir Brick, que tiene a su Ulises Lima en el personaje del fotógrafo Rora. Y una más: como Bolaño, Hemon adopta una estructura distinta y a la medida de cada proyecto literario. Así, por más que exista una poderosa continuidad temática en su obra, cada proyecto tiene una identidad fuerte y distinta. No se sabe hasta dónde Hemon prolongará esta suerte de sistema planetario de novelas con órbitas concéntricas en torno al desarraigo. Mientras tanto, esta nueva novela arroja inesperadas luces sobre dos momentos de la historia, sin dejar de gravitar en torno a Sarajevo y la desaforada violencia de las guerras civiles en la península de Los Balcanes. Y es que Brick se pone como tarea investigar el asesinato de un joven judío, Lázaro Avervuch, en Chicago en la primera década del siglo pasado, cuando sucesivas olas de inmigrantes fluían desde Europa Oriental en una fuga desesperada de los pogromos que devastaban los barrios judíos en la madre Rusia. La novela fluye entonces en una doble vía, en capítulos que se sitúan en uno u otro tiempo, hasta que progresivamente la historia de Lázaro se entromete en la de Brick y Rora, que han partido a Ucrania y Moldavia en busca de las raíces de la historia del joven judío y de su hermana Olga (quien quizá es la gran heroína de la novela); y aún se podría hablar de una tercera, compuesta por las historias de Sarajevo que Rora le cuenta a Brick durante su viaje. Hay dos periodistas de apellido Miller en la novela. Uno está al servicio del poder en Chicago y deforma hasta extremos increíbles la historia de Lázaro y de Olga; el otro es corresponsal de guerra en Sarajevo. No sabemos qué escribe, pero sí del modo en que se relaciona con el poder; él es el poder.

Mucho más que en sus anteriores obras, Hemon pulsa las teclas del grotesco, del ridículo, del humor sangriento. Sus descripciones de las ciudades ucranianas y moldavas logran desalentar a cualquier proyecto de turista, al tiempo que revelan, como otros autores de la zona, el feroz contraste entre sectores rurales y urbanos pobres atrasados y la invasión que Occidente lleva a cabo a través de productos comerciales y de la industria del entretenimiento. Es una novela que amplía, sin duda, su reflexión –literaria- sobre los efectos de la guerra civil y del desarraigo, pero desde una clave más universal y también más desesperanzada, que revela, sobre todo, las dificultades que implica cerrar el círculo; o, más bien, el problema de no cerrarlo, de dejar abiertas las interrogantes, de regresar, una vez más, al punto de partida, pero en la caída de la espiral y no del encuentro con la propia historia.

La cuestión de Bruno. Anagrama, Barcelona, 2001. 245 páginas.
El hombre de ninguna parte
. Anagrama, Barcelona, 2004. 257 páginas.
El proyecto Lázaro
, Duomo, Barcelona, 2009. 362 páginas.

(*) Texto publicado en El Post, 29 de junio de 2011

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