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La derecha y el fantasma del 93

Cristóbal Bellolio
Por : Cristóbal Bellolio Profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez.
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Hasta cierto punto, Allamand y Longueira son lo mismo. Larga historia partidaria en ambos casos, vidas enteras dedicadas a la política. Justamente esos partidos y esa política que a la ciudadanía le provoca dolor de cabeza. Golborne en cambio está fresquito. A diferencia de lo que ocurre en la cultura política de la izquierda, en la derecha siempre los independientes han gozado de buena reputación.


Aunque es probable que la cruzada de Carola Tohá por refundar la Concertación termine estrellándose contra mil intereses creados, cien dirigentes apernados e innumerables prácticas nauseabundas, hay que reconocer que al menos en la centroizquierda hay algunos tratando de revertir el clamoroso rechazo que reciben los actores políticos. En el oficialismo, en cambio, a nadie se le pasa por la cabeza que sus partidos requieren cirugía mayor. Ya sea porque las urgencias de renovación y reconfiguración no parecen tan urgentes cuando se está ejerciendo el poder, ya sea porque a final de cuentas se trata de la misma generación que se resiste a abandonar el protagonismo, lo cierto es que la centroderecha no se inmuta frente a al virus que también los afecta. Les preocupa la baja aprobación del gobierno, seguramente. Pero ni la UDI ni RN se sienten genuinamente parte del problema.

Por lo anterior, tal como muchos en la Concertación no están dispuestos a muchos sacrificios cuando Bachelet puede recuperar el poder sin esforzarse demasiado, otros tantos en la Alianza –no le sigamos llamando Coalición por el Cambio a lo que sigue siendo la vieja Alianza por Chile- están conscientes de que con padrón limitado y sin outsiders suficientemente poderosos, la batalla del 2013 estará reducida al mismo enfrentamiento de siempre. Para cuando llegue ese momento, la tragedia y el acaso le han regalado dos precandidatos presidenciales. Golborne el primero. La resurrección de Allamand el segundo.

[cita]Es imposible no acordarse de la definición presidencial de la entonces “Unión por el Progreso de Chile” allá por 1993. En aquella ocasión, cuando RN no pudo imponer el nombre del empresario Manuel Feliú y la UDI batallaba testimonialmente con su entonces presidente Jovino Novoa, los gremialistas declinaron su opción en favor del senador independiente Arturo Alessandri, que calentaba a pocos pero no irritaba a nadie.[/cita]

Subrayar estos liderazgos no constituye ninguna falta de sensibilidad u oportunismo. Sostener esta acusación es ignorar cómo funciona la política. Maquiavelo solía decir que un buen gobernante requería de armas propias –virtud- y armas ajenas –fortuna- para tener éxito en su labor. En otras palabras, talento y oportunidad. Hay quienes vivieron siendo talentosos, sostenía Maquiavelo, pero nunca tuvieron la oportunidad que necesitaban para demostrarlo. Otros en cambio se vieron súbitamente premiados con la oportunidad, la cual desperdiciaron por no ser lo suficientemente talentosos. Golborne y Allamand no crearon estas situaciones. Simplemente les sucedieron. Ahora hay que ver cómo administran ese capital. El primero desde la epopeya eufórica de San José, el segundo desde la tristeza sobria de Juan Fernández.

Si la derecha tuviera que escoger a su candidato presidencial mañana, tanto la UDI como RN reclamarían su derecho a competir con caballo propio. Con Lavín reducido a cenizas y Longueira buscando su espacio desde el gabinete, es razonable pensar que –al fin- llegaría el momento de este último. Con Hinzpeter absolutamente devaluado y Allamand en una posición incierta pero expectante, también se hace lógico pensar que –al fin- llegaría el turno del otrora líder de la patrulla juvenil.

Sin embargo, hasta cierto punto, Allamand y Longueira son lo mismo. Larga historia partidaria en ambos casos, vidas enteras dedicadas a la política. Justamente esos partidos y esa política que a la ciudadanía le provoca dolor de cabeza. Golborne en cambio está fresquito. A diferencia de lo que ocurre en la cultura política de la izquierda, en la derecha siempre los independientes han gozado de buena reputación.

Si el escenario fuese el anterior, es imposible no acordarse de la definición presidencial de la entonces “Unión por el Progreso de Chile” allá por 1993. En aquella ocasión, cuando RN no pudo imponer el nombre del empresario Manuel Feliú y la UDI batallaba testimonialmente con su entonces presidente Jovino Novoa, los gremialistas declinaron su opción en favor del senador independiente Arturo Alessandri, que calentaba a pocos pero no irritaba a nadie. La opción de RN se esfumó. Raya para la suma: Golborne puede ser el nuevo Alessandri. Si la fuerza de los dos partidos oficialistas es pareja y se neutraliza mutuamente, el independiente caído del cielo empalma perfectamente con la tradición del sector.

La política es impredecible y por supuesto que esta proyección puede desvanecerse en pocos meses. Pero con el reingreso de los coroneles a la primera línea y el espaldarazo que acaba de recibir el ala dura de Larraín en RN, no pareciera haber en ninguno de los dos partidos el ánimo de replantearse el presente para dibujar un futuro distinto para la centroderecha.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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