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Jóvenes y viejos: La educación, la ENU y el mercado

Gonzalo Rovira
Por : Gonzalo Rovira Vicepresidente Izquierda Ciudadana
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En las ciencias sociales el concepto de “igualdad” es uno de los más complejos, y si en educación lo consideramos asociado al de “calidad”, tras 30 años de experimento económico neoliberal en Chile, a lo menos ya sabemos que la hipótesis de que “la competencia de mercado engendra más calidad en la educación” es falsa, y por tanto de una moralidad grotesca como la racionalidad que la sustenta (¿a esta se referirá Eugenio Tironi?).


Los actuales dirigentes universitarios están jubilando a toda una generación de políticos. Es la ley de la vida. En los 80’ ocurrió algo parecido, y logramos desbaratar antiguas concepciones de hacer política y sacar a muchos de sus representantes. Pero más que las personas, a la larga lo que importa son las ideas. Es cierto que hay generaciones que, por sus acciones y sobre todo victorias, se transforman en “agente dinamizador de la política” como nos recuerda un artículo reciente (El Mostrador, 13 de Septiembre de 2011), pero lo que queda son las propuestas y argumentos que impusieron, y los beneficios sociales que lograron.

En medio de la movilización de buena parte de la comunidad nacional para cambiar el modelo educativo, el movimiento estudiantil ha logrado poner en el centro el sistema de financiamiento de la educación, y de los privilegios que éste genera para unos pocos en desmedro de la gran mayoría de las familias; pues estas no quieren seguir financiando la “libertad de elegir” de una minoría de altos ingresos y bajo endeudamiento.

Este problema no estaba a la orden del día para el movimiento estudiantil de los 80’, que centraba sus esfuerzos en terminar con la dictadura y democratizar el país. Sin embargo, siempre tuvimos claro que los antiguos proyectos educacionales, tampoco nos servían como base para nuestras propuestas de cambio, y sólo rescatábamos de estas su sentido siempre democratizador. Por eso, al igual que el actual movimiento estudiantil, nunca hablábamos de la ENU o del proyecto desarrollista de los 60’ en educación.

Cuando Eugenio Tironi señala que su generación hoy les ofrece a los jóvenes “ensanchar las puertas para acceder al sistema, y nos expresan que quieren revisar sus fundamentos. Les proponemos aumentar la cantidad, y nos retrucan que desean hablar sobre el sentido. Les argumentamos desde la racionalidad, y nos responden desde la moralidad. Son totalmente inmunes a nuestro relato” (El Mercurio, 13 de Septiembre de 2011), sólo está menospreciando argumentos de fondo, y que dicen relación con la racionalidad y la moralidad, por lo que han logrado el apoyo de varias generaciones más ¿O acaso existe un discurso racional que no sea moral o viceversa? El sabe muy bien que se trata de argumentos más racionales y, por tanto, de una moralidad más robusta. Es lamentable, pero Tironi sólo quiere hacer vieja política, de esa que busca confundir. Es el rey Lear que se resiste a dejar que las nuevas generaciones avancen lo que aquellas no pudieron.

[cita]“Es lamentable, pero Tironi sólo quiere hacer vieja política, de esa que busca confundir. Es el rey Lear que se resiste a dejar que las nuevas generaciones avancen lo que aquellas no pudieron”.[/cita]

Los últimos acontecimientos, y estas mismas polémicas, además de estimulantes, son una invitación a conocer más de cómo se configura el actual modelo educativo. Un camino en el que es clave comprender las distinciones fundamentales de lo que constituye un “sistema educativo”. Distinciones que se observan bien al comprender los distintos modelos educativos en su contexto histórico, cuando surgieron como alternativa.

Cada período de nuestra historia republicana ha estado marcado por distintos énfasis en sus discusiones acerca del “sistema”, pero todas ellas, desde las discusiones que en su tiempo sostuvieron Montt, Varas, Bello y Domeyko, y las posteriores de Lastarria, Bilbao y Valentín Letelier, dan cuenta de cómo el sistema educacional chileno se consolidó sobre bases conservadoras y la derrota sistemática de las ideas liberales. Mientras los últimos, como Letelier, defendieron la idea de la igualdad como pilar de la educación pública, los conservadores enfatizaron la segregación social.

Otros fueron los ejes en los debates acerca de la educación cuando el centenario de la república alentaba un incipiente desarrollismo aupado en el nacionalismo de la época. Cuando Encina, Galdámez y Darío Salas daban curso a una nueva etapa de confrontación. Y otros distintos serán los de la Reforma Educacional del Gobierno de Frei Montalva.

Entonces el momento de la historia era otro. Ha triunfado la revolución cubana y se imponen soluciones políticas y educacionales que frenen el ascenso de los movimientos sociales. Éste será el marco global de las teorías del desarrollo en la economía y en la educación, en el cual se prioriza una educación funcional a la nueva propuesta económica, en oposición a un naciente concepto republicano de la formación educacional, de la democracia y la ciudadanía.

Terminó imponiéndose el desarrollismo, y se institucionalizó un concepto de educación sólo como una promesa de ascenso y movilidad social. Un modelo que satisfacía las expectativas de la naciente clase media, una necesidad política para contrarrestar la creciente influencia de la izquierda en estos sectores. Sin embargo, aquí se trata igualmente de una concepción que, una vez más, postergaría el desarrollo del sistema educacional al servicio de la formación libre y republicana, y que sólo supuso una ampliación del universo que compite por formar parte de las élites”, lo mismo que hoy les vuelve a ofrecer Tironi cuando les promete “aumentar la cantidad”. Al respeto contamos con un muy buen trabajo de Carlos Ruiz S. (DE LA REPÚBLICA AL MERCADO, LOM Ediciones, 2010).

A partir de los 80’ el neoliberalismo dio continuidad al modelo educativo de los 60’, pero ahora sobre la base del término del apoyo estatal y el paso al endeudamiento masivo de las familias. Esto era una condición de sustentabilidad que le impone la economía de mercado al modelo educacional.

El mismo que la presidenta Bachelet reconoce inmoral cuando, durante el movimiento de “los pingüinos”, declara que su crisis es “de falta de equidad, de discriminación arbitraria y de segmentación que se vivencian al interior del sistema educacional”. Sin embargo, la movilización estudiantil no obtuvo los logros esperados, y el proyecto que se impuso en el congreso no implicó cambios en el modelo; manteniéndose la educación como una variable de mercado, en un modelo económico neoliberal. Cambios similares a los que hoy propicia el gobierno, y al parecer también Tironi, que llaman “mejoramientos”, como parte de un modelo neoliberal que hoy está en crisis en todo el planeta.

En las ciencias sociales el concepto de “igualdad” es uno de los más complejos, y si en educación lo consideramos asociado al de “calidad”, tras 30 años de experimento económico neoliberal en Chile, a lo menos ya sabemos que la hipótesis de que “la competencia de mercado engendra más calidad en la educación” es falsa, y por tanto de una moralidad grotesca como la racionalidad que la sustenta (¿a esta se referirá Tironi?).

Quien debe proveer la educación es el estado. Y este debe promover un debate democrático acerca de la educación que queremos. El expediente ENU, del gobierno de la Unidad Popular, fue un ejemplo de discusión democrática, abierta y popular, pero no me parece necesario recurrir a él como proyecto educativo, pues sólo cambiaba el desarrollismo de mercado capitalista por uno de “dictadura del proletariado”. Discusión extemporánea para un movimiento estudiantil que mira hacia el futuro, y busca un sistema educacional republicano, para la democracia y la ciudadanía. Que nos convoca a la participación social en la determinación de su destino, y a no permitir que triunfe la tecnocracia y el mercado. Porque, el futuro de la educación pasa por la participación de toda la comunidad en la solución de sus tareas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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