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Corleone, el político

Camilo Feres
Por : Camilo Feres Consultor en Estrategia y AA.PP.
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El Padrino, como una pieza del cine político, despoja la división legalidad/ilegalidad de toda centralidad para focalizarse en el problema de la conquista y mantención del poder, en el hacer y la liturgia de la preservación del orden.


Los cines capitalinos han comenzado a exhibir la primera parte de la zaga «El Padrino» como celebración de sus 40 años, filme que además de ser la piedra angular del cine centrado en la mafia, es uno de los fetiches del mundo político y su entorno.

¿Qué tiene la figura de una autoridad de facto, como Don Corleone, qué seduce tanto a quienes detentan cargos de poder formal? ¿Qué hace que los mismos políticos que hacen gárgaras con la legalidad y condenan la violencia se fascinen con la figura de un líder cuyo poder se sustenta precisamente en el orden que subyace de la fuerza y su aplicación?

La primera escena de El Padrino sitúa en toda su magnitud el problema. En ella el sepulturero (Bonasera) aparece acudiendo a Don Vito Corleone, clamando por la justicia que a su entender la autoridad formal le ha denegado. Su hija, abusada y golpeada por sujetos que no recibieron oportuno y justo castigo lo llevan a abjurar de un orden que hasta ese momento le daba la paz que requería para vivir dentro de él. Ahí donde la justicia no actuaba había un orden que debía ser restablecido y acude donde El Padrino en busca de ese castigo ejemplar para los abusadores.

[cita]La receta de Corleone sigue la misma tradición. Para ser respetado lo óptimo es ser amado, pero cuando no es viable se debe ser temido; no es posible ganar una guerra si los enemigos suman más que los amigos; hasta los poderosos deben seguir ciertas reglas y en tiempos de crisis, solo cuentas con los tuyos. No se debe menospreciar al adversario y por más brutales que sean tus acciones, siempre deben ser vistas como justas por quienes te rodean.[/cita]

Corleone no es un justiciero, es una autoridad y como tal pide antes de actuar que se le muestre la amistad y el respeto que dota su acción de la liturgia necesaria para ser legitimado. Hará lo que se le pide pero con la proporcionalidad y ceremonia que la situación demanda.

Así es el personaje en cada momento de la película y los encargados de borrar la línea divisoria entre la legalidad y la ilegalidad son precisamente los que en otro momento estuvieron ahí para trazarla. El sepulturero para quien la civilización ya no es suficiente y el hijo menor del Don, que se mantuvo hasta entonces fuera de los negocios de la Familia y se entendió en un estatus distinto de esta, hasta que la realidad lo fuerza a dar un giro.

Don Vito se presenta en toda su complejidad. Un padre ejemplar, preocupado de su familia, de sus amigos y de sus leales. Cautor permanente del orden, el que está dispuesto a quebrantar solo para volver a restablecerlo. Un hombre que, de no ser porque su actividad crece en los bordes de las reglas escritas para la mayoría, se guía con tanta o más rectitud que el más pulcro de los sacerdotes.

Así lo ve Michael cuando une su camino al de su padre. Así se lo señala a su amada cuando le dice que su padre «no es distinto de cualquier hombre poderoso, cualquier hombre que responde por otros», igual que un Senador ─dice─ igual que un Presidente. Esta es la misma licencia que se permite todo aquel que entiende El Padrino como una pieza del cine político, despoja la división legalidad/ilegalidad de toda centralidad para focalizarse en el problema de la conquista y mantención del poder, en el hacer y la liturgia de la preservación del orden.

La mirada política de El Padrino requiere de una postura analítica equivalente a la que asume Maquiavelo cuando establece las reglas que debe seguir el buen gobernante, cuando sostiene que toda paz debe ser resguardada por la fuerza, cuando señala que se debe gobernar con buenas leyes y con buenas armas y que el Príncipe debe dedicarse con devoción a lo segundo.

La receta de Corleone sigue la misma tradición. Para ser respetado lo óptimo es ser amado, pero cuando no es viable se debe ser temido; no es posible ganar una guerra si los enemigos suman más que los amigos; hasta los poderosos deben seguir ciertas reglas y en tiempos de crisis, sólo cuentas con los tuyos. No se debe menospreciar al adversario y por más brutales que sean tus acciones, siempre deben ser vistas como justas por quienes te rodean.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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