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La cojera (no el fracaso) del modelo chileno Opinión

La cojera (no el fracaso) del modelo chileno

En el caso de nuestro país, y a pesar de que Mayol lo califica sólo como un período de “analgesia”, hay que reconocer que durante los años de gobiernos de la Concertación, el compromiso democrático de la ciudadanía vivió una especie de “época dorada”.


El fin del modelo chileno decretó, en entrevista publicada en este mismo medio, el sociólogo Alberto Mayol, afirmación que sería la tesis de su libro “El derrumbe del modelo. La crisis de la economía de mercado en el Chile contemporáneo”.

“Esto fracasó”, señala rotundamente Mayol en la entrevista aludida, y agrega que en todos lados se pueden apreciar crisis de legitimidad y la acumulación de un malestar social que se manifiestan en las movilizaciones del último tiempo, las que serían una especie de espasmos de este dolor que se acumula en la sociedad chilena y al cual nos habría llevado el actual modelo de economía de mercado.

Ante la tesis de Mayol, me gustaría hacer algunos comentarios.

Primero, la crisis y el malestar social están lejos de ser un fenómeno exclusivo de nuestro país; por el contrario, desde hace ya varios años que en la mayoría de los países con tradición democrática, se habla de lo mismo.

Precisamente, el concepto de “postdemocracia” ha sido utilizado para describir la situación que viven la gran mayoría de las democracias occidentales, las que, en un diagnóstico más o menos generalizado, ya no serían capaces de responder a las necesidades y aspiraciones de la sociedad moderna.

Por tanto, me atrevo a precisar que lo ocurrido en Chile no es una excepción y que sus causas no son las supuestas particularidades del modelo chileno. Al menos habrá que reconocer que algo debe compartir ese modelo con el resto del mundo para que el diagnóstico sea generalizado.

[cita]El desafío más urgente que debemos enfrentar es un aumento de la calidad de lo político y de los líderes políticos. Que éstos sean capaces de crear horizontes comunes y manejar los tiempos políticos y sociales (el arte de la política). Es hora de saber calmar las ansias y deseos no realistas o prematuros y seleccionar pocos objetivos, pero realizables. Es decir, es la etapa de la madurez, política y ciudadana.[/cita]

Guy Hermet en su libro «El invierno de la democracia», trata sobre el fenómeno, describiendo el estado actual de la democracia como «afectada por el desencanto, acosada por los populismos o, simplemente, abandonada a su suerte por los electores».

Es un fenómeno compartido en las democracias occidentales el que las esperanzas en objetivos comunes como sociedad (la idea de un progreso colectivo) hayan dado paso a una nueva realidad, en la que cada sector social quiere “salvar” su interés particular, sin situarse en una perspectiva más amplia.

Como lo señala Guy Hermet, el “ciudadano” es reemplazado por el «acreedor social». Dejó de existir la fe desinteresada en la democracia; ahora sólo se exigen “botines” para cada una de las parcelas en que se encuentra dividida la sociedad.

En el caso de nuestro país, y a pesar de que Mayol lo califica sólo como un período de “analgesia”, hay que reconocer que durante los años de gobiernos de la Concertación, el compromiso democrático de la ciudadanía vivió una especie de “época dorada”.

El problema es que, actualmente, la democracia en Chile ya no es un valor que se deba cuidar, sino que se la tiene por asumida; así, lo importante en la era de la postdemocracia es si ésta me sirve o no (“acreedor social”).

El grito de la calle reemplaza a los resultados de las urnas y las cuñas de televisión a las discusiones en el Parlamento. Llegamos así a la tan peligrosa distinción (fetiche de todos los gobernantes populistas latinoamericanos)  entre “democracia formal” y “democracia real”.

En muchos países (no sólo en Chile) se puede apreciar cómo los políticos no saben cómo reaccionar ante esta situación. Muchos intentan «reencantar» el sistema con una especie de cortoplacismo y populismo a medias, buscando exprimir las últimas energías de unas democracias cada vez más agotadas.

La democracia está herida por el desencanto. Se ha producido lo que Ortega y Gasset llamaba «la congestión de la esperanza en el futuro», y lo que Guy Hermet llama el «agotamiento de la idea de felicidad asociada a la de democracia».

De esta forma, la democracia (incluyendo la chilena) ha ido perdiendo su conexión en el inconsciente colectivo de la ciudadanía, con las ideas de seguridad y felicidad a que las personas aspiran. Lo que vemos, por tanto, más que un desafío económico, es un desafío político.

En este contexto, el desafío más urgente que debemos enfrentar es un aumento de la calidad de lo político y de los líderes políticos. Que éstos sean capaces de crear horizontes comunes y manejar los tiempos políticos y sociales (el arte de la política). Es hora de saber calmar las ansias y deseos no realistas o prematuros y seleccionar pocos objetivos, pero realizables. Es decir, es la etapa de la madurez, política y ciudadana.

De lo contrario, seguiremos en esta verdadera “bicicleta” política, en donde para “reencantar” se comprometen ofertas cada vez más difíciles de cumplir y que, en contrapartida, potencian cada vez más la frustración en la ciudadanía.

Por tanto, el problema del Chile actual y el de la mayoría de las democracias occidentales, no es exclusivamente económico sino que más bien político. No es el mercado, son sus actores.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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