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La estatua de Confucio y el gobierno chino

Hu Jintao incorporó la idea de un socialismo xiaokang en la búsqueda de una sociedad armónica y en enero 2011 instaló en la Plaza de Tiananmen, la estatua de bronce de Confucio. Sin embargo, los problemas de legitimidad del orden político siguen pendientes en China y lejos de arribar a una “sociedad armónica”, Hu Jintao terminará su mandato con 0,46 en el coeficiente de Gini, un índice que a partir de 0,40 da cuenta de riesgo de disturbios sociales.


Cien días después de instalada en Tiananmen frente al Mausoleo de Mao Ze Dong, sorpresivamente y en horas de la madrugada, la enorme estatua de bronce de Confucio sonriendo con picardía, fue retirada. Para quienes conocen la simbología política china, el hecho indica ríos profundos en el debate sobre la conducción del país.

Los últimos líderes chinos han acostumbrado a estampar consignas centrales en sus mandatos. Deng Xiaoping escogió “socialismo con características chinas”; Jiang Zemin, “economía socialista de mercado bajo la guía del marxismo-leninismo, el pensamiento de Mao Zedong y la teoría de Deng Xiaoping”; y Hu Jintao, “perspectiva científica de desarrollo hacia una sociedad armónica”. Xi Jinping, el nuevo líder, sólo revelará la suya cuando consolide bien su liderazgo, es decir, nunca antes del 2013, una vez que asuma por una década la Secretaría General del Partido Comunista Chino durante su XVIII Congreso y luego de ser investido Presidente de la República Popular en la Sesión del Congreso Nacional del Pueblo, programada para marzo del próximo año.

[cita]Hu Jintao incorporó la idea de un socialismo xiaokang en la búsqueda de una sociedad armónica y en enero 2011 instaló en la Plaza de Tiananmen, la estatua de bronce de Confucio. Sin embargo, los problemas de legitimidad del orden político siguen pendientes en China y lejos de arribar a una “sociedad armónica”, Hu Jintao terminará su mandato con 0,46 en el coeficiente de Gini, un índice que a partir de 0,40 da cuenta de riesgo de disturbios sociales.[/cita]

Los precedentes sentados por Jiang Zemin y Hu Jintao indican que la consigna de Xi Jinping debería entroncar con las anteriores, marcando una cierta continuidad, lo que aparentemente si se dará. Lo que está en discusión son los énfasis y las correcciones.

Los comités de base del Partido Comunista Chino (PCCh) llevan semanas discutiendo el escrito de Xi Jinping “Implementar Acciones Firmes para Preservar la Pureza”. Ello es parte de una nueva campaña de moralización que cubre todo el país. El escrito en cuestión, que llama a preservar la disciplina partidista tras la remoción en marzo-abril del importante dirigente de la megalópolis de Chongqing, Bo Xilai, incluye críticas veladas al modelo chino: “En la actualidad hay algunos que se marean en las olas de la economía de mercado. Eso conduce a la corrupción, a violar las leyes y la disciplina del partido”, sostiene en uno de sus capítulos. Pero es una incógnita saber cuán dispuesto está Xi Jinping a elevar el tono de la crítica y a introducir modificaciones en un modelo que podría estar tocando fondo.

Se conoce que la baja demanda en mercados claves de Europa y Estados Unidos a causa de la crisis global daña la economía china, la que experimenta dificultades para activar el consumo doméstico y para estabilizar el crecimiento económico. El gobierno fijó en 7,5% la expectativa de crecimiento del Producto Interno Bruto en 2012, el primer descenso por debajo de 8% en ocho años.

Lo que reviste mayor gravedad en el ámbito político, sin embargo, es que el crecimiento económico no se ha traducido en mayor felicidad para los chinos, como revela datos recogidos en la investigación de Richard Easterling, economista y profesor de la Universidad del Sur de California. Hace más de diez años que China no divulga informes oficiales sobre la distribución del ingreso.

El trabajo de Easterling, reproducido en las Actas de la Academia de Ciencias estadounidense, compara  encuestas realizadas en las principales regiones de China en espacio de veinte años. En 1990, a comienzos de la transformación económica, el 67 % de los más ricos y el 65% de los más pobres se declaraba satisfecho con la calidad de vida. En 2010, quienes se declaraban satisfechos se entre los más pobres se había reducido al 42% y en el sector de más altos ingresos solo crecía en 3%.

Tal situación explicaría el soterrado interés de las autoridades chinas en reforzar la legitimidad del orden político apelando al pensamiento tradicional chino, particularmente a las doctrinas de Confucio (551-479 a.n.e.) que fueron muy denostadas por la Revolución Cultural maoísta de 1966-76.

Una manera de hacerlo se esboza en el documento de la actual campaña moralizadora, donde Xi Jinping  formula aspiraciones de alcanzar una sociedad xiaokang o “de satisfactoria prosperidad mediana”, advirtiendo que: “Si el pensamiento de los miembros y cuadros del partido no son puros, sus ideas no serán firmes y sus posiciones políticas cambiarán con facilidad”(versión completa publicada en chino por Qiushi, revista teórica del PCCh).

El eco confuciano que genera la noción de “pureza” en el escrito de Xi Jinping repercute sobre  el término xiaokang, muy usado por el propio Confucio y adoptado en 1979 por Deng Xiaoping como objetivo principal de la modernización china. Hu Jintao incorporó la idea de un socialismo xiaokang en la búsqueda de una sociedad armónica y en enero 2011 instaló en la Plaza de Tiananmen, la estatua de bronce de Confucio. Sin embargo, los problemas de legitimidad del orden político siguen pendientes en China y lejos de arribar a una “sociedad armónica”, Hu Jintao terminará su mandato con 0,46 en el coeficiente de Gini, un índice que a partir de 0,40 da cuenta de riesgo de disturbios sociales.

Puede que el indicador tenga poca capacidad predictiva, pero es suficiente, al parecer, para no poder sostener la imagen de Confucio sonriéndole con picardía a Mao.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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